El golpeteo de las gotas de lluvia sobre los cristales del estudio era muy relajante. Olga se había quedado dormida en el sofá mientras leía. Al acordarse de lo que hacía antes de dormir, buscó el libro, que estaba en el suelo. Intentó encontrar la última página que recordaba haber leído, y luego introdujo un marcapáginas antes de cerrar el libro.
Miró su reloj de pulsera y apenas era media tarde todavía, pero las nubes de tormenta habían conferido una tonalidad violeta al estudio, dando la sensación de estar empezando la noche. Olga se levantó del sofá y se fue a la cocina a prepararse una infusión caliente de hierbas. La lluvia le evocaba recuerdos muy agradables. En un día como ése había recibido sus primeros regalos de Navidad en la infancia, pero también recordaba haber salido a correr bajo la lluvia muchas veces, o besar a algún chico en pleno diluvio, tan solo por el deseo de sentirse en contacto con la naturaleza. Y también fue en un día similar cuando tuvo su primer contacto con el reino de Circondia…
Con aquel último fogonazo de su memoria, Olga sintió una punzada de nostalgia. Lo echaba de menos. En aquel lugar había pasado muchas horas de su vida, que allí equivalían a varios años en tiempo circondiano. Cuando consideró que había llegado el momento de no volver a Circondia, guardó la llave con la que accedía a aquel reino. De aquello habían pasado ya tres años. Aunque en ese tiempo había tenido que frenarse los pies ante cada impulso de volver allí, cosa que había ocurrido muchas veces. No obstante, el cielo parecía lanzarle a Olga una indirecta para volver allí. La tormenta se vio completada por la irrupción de varios relámpagos, y Olga creyó ver en el cielo una figura dibujada entre cada estallido de luz. Parecía… sí, la puerta de acceso a Circondia.
Cediendo ante el enorme impulso de su interior, Olga dejó en la encimera de la cocina la humeante taza que todavía sostenía en la mano, y se encaminó a su habitación. Cogió un cojín concreto de los muchos que había sobre su cama, lo abrió, y encontró lo que buscaba. Abrió el armario y cogió un chubasquero rojo. Una vez que se encaminó al zapatero que había cerca de la puerta del estudio, cogió unas botas de agua y se las puso. Se sentía emocionada. Salió del edificio en el que vivía y caminó varias calles bajo la incesante lluvia.
Uno de los encantos de Circondia era que su acceso estaba en la puerta de una librería. Olga lo descubrió cuando empezó a trabajar en ella. Le tocó abrir un día que el dueño no podía ir, y se equivocó introduciendo una llave distinta en la cerradura. Al principio pensó que la había roto, porque se escuchó un sonido similar al metal al partirse, pero cuando la puerta se abrió sola, vio lo más maravilloso que jamás pudo imaginar. Y eso mismo es lo que contemplaba ahora, la entrada a Circondia, que la volvería a recibir con los brazos abiertos…
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