Nota introductoria: Para leer la primera parte, clicka aquí.
Los gritos no dejaban de sucederse, y Mario empezó a reducir la velocidad del autobús. Un nuevo grito, esta vez mucho más inhumano que el resto, hizo que Mario pusiera sus dos pies sobre el pedal del freno, empezando a frenar bruscamente. Pero se escuchó en el autobús un nuevo chasquido de dedos, y Mario dejó de tener el control de sus piernas. No las sentía, pero pudo observar que sus pies ya no pisaban el freno y que uno de ellos se mantenía constante en el pedal de aceleración.
Fin de trayecto
Los gritos no dejaban de sucederse, y Mario empezó a reducir la velocidad del autobús. Un nuevo grito, esta vez mucho más inhumano que el resto, hizo que Mario pusiera sus dos pies sobre el pedal del freno, empezando a frenar bruscamente. Pero se escuchó en el autobús un nuevo chasquido de dedos, y Mario dejó de tener el control de sus piernas. No las sentía, pero pudo observar que sus pies ya no pisaban el freno y que uno de ellos se mantenía constante en el pedal de aceleración.
Desconcertado y enloquecido, continuó escuchando gritos y más gritos de dolor,
desesperación y agonía. Sentía cómo la vida se estaba marchando de los cuerpos
de todas aquellas personas que estaban a su espalda. Y en su cabeza se
intercalaban sin cesar multitud de preguntas. ¿Aquello era real? ¿Había forma
de escapar de aquella carnicería surrealista? ¿Él sería el último de todos en
morir? ¿Cómo podía recobrar el control de sus piernas? ¿Habría alguna forma de
parar a aquella especie de demonio y salvar a alguien? ¿Podría pedir ayuda? Esa
fue la palabra clave que le sacó un poco de su estado de pánico, ayuda. Mario
dejó una mano en el volante, y sin apartar la vista de la carretera, rebuscó en
sus pantalones con la intención de encontrar su teléfono móvil. Una vez que
logró cogerlo, marcó impulsivamente el número de emergencias. Cuando le
cogieron la llamada y Mario empezó a hablar, se escuchó otro chasquido de dedos
y Mario observó como la mano que sostenía el teléfono abría la ventana del lado
del conductor y tiraba el teléfono a la carretera. Inmediatamente, esa misma
mano se aferró al volante, y Mario sintió con una nueva ola de pánico que no
sólo había perdido el control de sus piernas, sino también de sus manos. Aquel
demonio había hecho que Mario perdiera el control de sus extremidades y
siguiera conduciendo mientras atrás continuaba la carnicería.
Cuando el
autobús pasó nuevamente junto a otra farola, Mario observó desperdigados por el
autobús los cuerpos de casi todas las personas que se habían subido a él. Todos
estaban abiertos por el pecho, y la sangre había decorado casi todas aquellas
partes del autobús que Mario pudo observar por el espejo retrovisor. Cada vez
se escuchaban menos gritos, y eso era síntoma de que el número de personas
vivas había ido descendiendo. Un par de minutos antes de que el autobús
accediera a una carretera con una mejor iluminación, Mario escuchó otro
chasquido de dedos, y las luces del interior volvieron a encenderse. El
espectáculo era dantesco y surrealista. Todas y cada una de las personas del
autobús, a excepción de una, estaban muertas y con el pecho abierto, y todo
estaba manchado de sangre.
Una vez que Mario observó a la única persona que quedaba
en pie, cuyos ojos aún brillaban en aquel color rojo tan aterrador, empezó a
lamentar haberse reído de él. Era el hippie, que había recobrado su apariencia
humana. Un pensamiento extravagante cruzó la mente de Mario: si hubiera tenido
que sospechar de alguien, lo habría hecho del hombre “sonrisa dentífrica”. Pero
aquel hombre estaba echado hacia atrás en su asiento, con el pecho tan abierto
que se le podían ver los órganos. Mario reprimió con mucho esfuerzo las ganas
de vomitar. El hippie, ya con los ojos enrojecidos como cuando subió al
autobús, se acercó a paso lento hacia Mario. Una vez llegó a su altura, empezó
a hablarle con la misma voz gélida que había anunciado anteriormente el inicio
del espectáculo:
- Ha sido
fascinante, ¿verdad?- preguntó mientras se limpiaba un poco de sangre que tenía
en la barbilla-.
- Si te preocupa
que yo…- Mario no sabía qué decir-, que yo hable, puedes estar tranquilo, lo
único que quiero es ir a casa y convencerme de que todo esto ha sido una
pesadilla.
- No temas, no
tengo intención de matarte- dijo el hippie mientras le ponía una mano a Mario
en el hombro, haciendo que éste se sintiera aún más asustado-. Mi intención es
que me ayudes a alimentarme un poco más esta noche, aún estoy hambriento.
- ¿Alimentarte?-
Mario tuvo que reprimir la primera imagen del demonio que vio en el espejo, y
nuevamente las ganas de vomitar-.
- Así es, si no
me equivoco, aún te queda un viaje más hasta que acabe el turno de noche, y
habrá más personas que se suban aquí para regresar a casa. Lo único que has de
hacer- y el hippie alejó su mano del hombro de Mario para señalar el volante-,
es seguir conduciendo.
- ¿Y si me
niego?- Mario intuía la respuesta pero tenía que preguntar-.
- Morirás como
las otras personas, así de simple.
- ¿Y cómo crees
que se subirá alguien al autobús con la carnicería que has montado?- Mario hizo
esa pregunta con la falsa ilusión de que saldría victorioso-.
- Muy sencillo-
y el hippie chasqueó los dedos, y como por arte de magia, tanto los cadáveres
como los cuerpos desaparecieron del autobús, sucediendo lo mismo con la sangre
que decoraba el lugar-. Ser un demonio tiene sus ventajas como puedes ver. ¿Vas
a ayudarme o no? Si lo haces, recobrarás el control de tu cuerpo.
Mario empezó a
pensar. Si decía que no, iba a morir, y si decía que sí, tendría que cargar el
resto de su vida con los sucesos de aquella noche. La única forma de poder
hacer algo para cambiar su suerte, era volver a recobrar el control de sí. Sólo
en ese caso tendría alguna opción de hacer algo. ¿Pero el qué? Estaba muerto de
miedo y ya no sabía si deseaba vivir después de lo que había visto. La única
idea que le hizo sentirse algo mejor, fue pensar que si ayudaba a aquel
demonio, quizás podría evitar que otras personas corrieran el mismo destino que
las que habían muerto en el autobús. No se iba a engañar sobre si alguna
persona se subiría al autobús, ya que sabía de sobra que en el último viaje siempre
se subía un buen número de pasajeros. La cabeza empezaba a dolerle, y se sentía
muy cansado. Siguió sopesando unos segundos más sus opciones, y entonces
recordó algo. Una parte del recorrido que aún le quedaba por hacer antes de
empezar a recoger pasajeros. Se sentía un estúpido por no haberlo pensado
antes. Trató de concentrarse en la idea que había aparecido a modo de
salvavidas en su mente, y entonces le dio una respuesta al hippie/demonio:
- Te ayudaré,
¿acaso me queda otra opción?
- Un hombre
inteligente- y el hippie chasqueó sus dedos y Mario volvió a sentir sus
extremidades-. Ahora sigue el trayecto y recoge más alimento para mí.
Mario continuó
la marcha, y empezó a desear con todas sus fuerzas que funcionara la idea que
iba tomando forma en su mente. Había recordado que, antes de entrar en la
ciudad, uno de los desvíos que ofrecía la carretera por la que ahora circulaba,
era hacia una antigua cantera de piedra. Hasta donde Mario recordaba, había una
buena caída hacia el fondo de aquella cantera para quien no condujera con
cuidado. Y para ejecutar el plan que iba gestándose en su mente, necesitaba
hacer una conducción peligrosa. Cada metro que el autobús recorría iba haciendo
que Mario se sintiera más inquieto, pues iba acercándose el momento en el que
tenía que coger el desvío deseado si pretendía tomar las riendas de la
situación. Mario trataba de mostrarse tranquilo, mientras el hippie/demonio
observaba el trayecto en silencio. No dejaba de llover, y el constante
movimiento de los limpiaparabrisas dificultaba un poco la visibilidad de la
carretera.
El transcurso de la noche había sido una auténtica montaña rusa de
sensaciones para Mario, que había pasado de estar haciendo su trabajo a sentir
miedo, pánico, repulsión, y una sensación inmensa de soledad, de soledad ante
la muerte. Demasiado bien tenían que darse las cosas para que Mario saliera
indemne de aquello, y aunque lo lograra, él sabía que viviría el resto de su
vida con los acontecimientos de aquella noche. Por lo tanto, las opciones de reponerse
de aquella situación, eran tan elevadas como las de sobrevivir en la Antártida
paseando a la intemperie solamente con un bañador. Absorto como se encontraba
Mario pensando en todas estas cosas, estuvo a punto de pasar por alto el cartel
que anunciaba la cercanía del desvío que deseaba coger. Aunque estaba muerto de
miedo por lo que iba a hacer, así como por las consecuencias de aquello, Mario
agarró con firmeza el volante, esperó hasta estar lo bastante cerca del desvío,
y entonces, sin que el hippie/demonio lo esperara, dio un hachazo con el
volante. Pese a la brusquedad del giro, Mario logró tomar el desvío, y la
reacción del hippie/demonio no se hizo esperar, volviendo a hablar con aquella
gélida y terrorífica voz:
- ¿Por qué has
hecho eso? Te has salido de la ruta que debías seguir. Si estás jugando
conmigo, lo pagarás con tu vida.
- Verás- se
explicó Mario, que se había preparado una excusa-, he tomado esta dirección,
por dos razones. Por un lado, nos permitirá llegar también a la ciudad al igual
que por la ruta habitual. Y por otro lado, y creo que te gustará saberlo, por
aquí se llega a una zona donde hay prostitutas- y Mario vio que el
hippie/demonio no le seguía, así que continuó con su mentira, usando un jugoso
anzuelo-. Había pensado recoger algunas prostitutas, y, bueno…alimentarte un
poco más de lo que esperabas esta noche.
De repente los
ojos del hippie/demonio brillaron mostrando su satisfacción, y esbozó una
horrible sonrisa, mostrando algunos de sus dientes manchados de sangre. Su voz
volvió a romper el silencio, y esta vez mostraba su satisfacción:
- Muy bien, veo
que aprendes deprisa. Si te dedicas a saciar mis necesidades del mejor modo
imaginable, recibirás la recompensa apropiada.
- Si crees que
la merezco, la aceptaré con gusto- dijo Mario con sumisión, sintiendo
repugnancia en su interior por haber dicho aquello para seguirle el hilo-.
- ¿Cuánto queda
para encontrarnos a esas señoritas? ¿Cumplirás el horario del autobús a pesar
de esta parada imprevista? Porque estoy muy hambriento, y si no sacias mi
hambre, ya sabes la suerte que correrás.
- Llegaremos en
unos minutos, y sí, cumpliremos el horario. Como te dije, por este camino
también se llega a la ciudad.
- Sea así pues,
vayamos en busca de carne, estoy ansioso por devorar más corazones.
Mario estuvo a
punto de vomitar al escuchar la palabra “corazones”. Así que eso buscaba,
corazones, y por eso abría el pecho de las personas. Cuanto más tiempo pasaba,
más deseaba Mario llegar a la cantera para poner fin a aquello. Apenas quedaban
algunos kilómetros, y empezaba a sentir en su interior una sensación de
victoria, ya que el hippie/demonio parecía haberse tragado su ardid, y no
imaginaba siquiera lo que iba a ocurrir. Mario pensó que así debió haberse
sentido el hippie/demonio antes, cuando estaba sentado en la parte trasera del
autobús, esperando el momento perfecto para darse su atracón de corazones. Gracias
a los faros del autobús, Mario avistó la valla metálica que daba acceso a la
cantera. No sabía si el autobús sería capaz de atravesarla por la fuerza, pero
empezó a acelerar, cogiendo toda la velocidad que podía. Para cuando el
hippie/demonio reaccionó al aumento de velocidad en dirección a la valla, el
autobús la había logrado embestir con la fuerza necesaria para atravesarla.
Ese
choque había conseguido tirar al suelo al hippie/demonio. Al verlo en el suelo,
Mario fue consciente de que tenía que ser muy rápido en sus movimientos si
quería tener alguna opción, y trató de atisbar una forma de arrojar el autobús
hasta el fondo de la cantera. Cuando el hippie/demonio se puso en pie, estaba
totalmente furioso, su rostro había dejado de ser humano, y ahora mostraba el
demonio que se escondía bajo la piel falsa. Chasqueó los dedos, y las manos y
los brazos de Mario empezaron a arder. Por extraño que pareciera, y a pesar de
la sensación abrasadora que sentía, Mario no le dio importancia a aquello, ya
que había logrado encontrar lo que buscaba. Ya no importaba ni el abandono de
su mujer, ni los deseos de estar frente a la chimenea o disfrutando de unas vacaciones.
Desde que se acordó de la cantera, Mario se había hecho a la idea de que la
ejecución del plan acabaría con su vida. Así que en lugar de apartar las manos
del volante, se agarró a él con más fuerza, y siguió pisando el acelerador
hasta el fondo. Otro chasquido de dedos hizo que todo el cuerpo de Mario
estallara en llamas, convirtiéndole en una bola de fuego humana. Sólo quedaban
unos metros, unos metros más que acabarían con todo, incluso con esa sensación
tan dolorosa que provocaba el fuego. Mario, sintiendo que la vida se le
escapaba a marchas forzadas, encontró un pequeño resalto en el perímetro de la
cantera, lo atravesó, y el autobús voló algunos metros. Fue entonces, cuando,
haciendo acopio de sus últimas fuerzas, le gritó al hippie/demonio:
- ¡Fin de
trayecto!
El
hippie/demonio lanzó un grito furioso, y se acalló por completo cuando el
autobús se estrelló en el fondo de la cantera, explotando en mil pedazos. Desde
el momento en que el autobús había explotado, Mario había dejado de sufrir, y
todo había acabado para él. Los restos del vehículo ardían con intensidad, a
pesar de ser rociados con la incesante lluvia que caía aquella noche. Entonces,
de entre aquellos restos, salió una figura. Aquella figura tenía cuernos en la
cabeza, y se estaba sacudiendo algunas cenizas que se habían pegado a su
horripilante cuerpo. El demonio se quedó un rato contemplando el fuego,
saboreando el hecho de que no habían podido acabar con él. Aquel conductor
había hecho un sacrificio elogiable, pero inútil. El demonio empezó a abandonar
el recinto, volviendo a recobrar su apariencia humana. Entonces habló al vacío,
como si alguien pudiera oírle:
- Necesito otro
conductor. Sigo muy hambriento.
Sólo una pequeña pregunta José Carlos; ¿habéis "enterrado" Proyecto Fobia? Lo digo principalmente porque lleva meses sin "dar señales de vida". Considero, por supuesto, el hecho de que tenéis que atender otros proyectos, enfrentaros al típico "bloqueo", pero aún así, no hay la máś mínima señal de que esa colaboración entre tú y Ricardo continúe.
ResponderEliminarVaya, el primer comentario de este texto y no se refiere al texto jaja. Bueno, enterrado no está, ni tampoco hay bloqueo porque todas las líneas de la trama estaban acordadas desde el principio, pero sí hay falta del tiempo que la historia merece para seguir escribiéndola como se merece. Yo estoy con nuevos guiones de cómic para lograr nuevas publicaciones y Ricardo ahora anda algo más ocupado. Pero volveremos con Remprelt y el Clarkson, no te preocupes :)
EliminarCaramba, José Carlos, me has dejado desinflado, como un globo que acaba de explotar. Que final más desolador y descorazonador. El sacrificio del pobre conductor no sirvió para acabar con el MAL. Y es que también en la vida real no hay forma de acabar con él. Ojalá para la maldad hubiera un fin de trayecto.
ResponderEliminarUn abrazo.
Toda la razón Josep Mª, el mal es sumamente difícil de erradicar de forma ficticia o real. El pobre Mario decidió sacrificar su vida pensando que ello serviría de algo, pero por suerte no vivió lo suficiente para conocer la inutilidad de su acto. Otro abrazo y gracias por tus acertados comentarios.
EliminarEstá claro que el conductor escogió la única opción posible para no ser cómplice. Da pena que su sacrificio fuera inútil, como comenta Josep, y ejemplos no faltan. Muy bueno José Carlos.
ResponderEliminarAbrazo!!!
Sí, al menos dentro de las pocas opciones que le quedaban, eligió el modo de acabar con su vida. Es una pena que muchos sacrificios, sobretodo los realizados frente a las maldades, sean actos aparentemente exitosos pero luego se asista a su inutilidad. Gracias por la visita y el comentario. ¡Otro abrazo!
EliminarBuen relato, amigo José Carlos. A mí me pasó igual que a nuestro protagonista, y pensé en el pasajero de la sonrisa de anuncio como el responsable de la matanza. Eso sí, nunca creí que el demonio pudiera morir en un accidente de tráfico, algo que se demostró, je, je, je.
ResponderEliminarRepito, amigo José Carlos. Buen relato y buen final. Yo también tiendo a los finales trágicos y el tuyo es adecuado para este demoníaco trayecto.
Un abrazo enorme, amigo.
Me alegra que no te haya defraudado la continuación jeje. Si es que el imitador de Jack Nicholson en "Batman" tenía todas las papeletas jaja. El pobre Mario no llegó a sopesar que su sacrificio sería inútil, la idea de olvidar para siempre el horror que había presenciado le parecía demasiado balsámica.
EliminarSomos dos amantes de esos finales faltos de esperanza jeje. ¡Otro abrazo!
Una estupenda historia de terror digna de aquella fantástica serie LA DIMENSIÓN DESCONOCIDA. La noche, un demonio y un sacrificio son unos ingredientes ideales para cocinar una historia. El final me gusta, este tipo de historias piden ese dramatismo, esa sensación de fatalidad cuando el Mal, con mayúsculas, nos sorprende. Aunque no también nos aporta ese acto noble del conductor al que una noche cualquiera le sacó de su mediocridad para convertirlo en un verdadero héroe. Buen relato, José Carlos. Un abrazo!
ResponderEliminarGracias por tan buenas palabras y por mencionar esa serie. Es demasiado apetitoso pensar en demonios, noche y muerte y quedarse quieto como para no narrarlo jeje. Totalmente de acuerdo contigo, cuando uno se embarca en un viaje narrativo de este tipo, el final trágico es el broche perfecto. ¡Otro abrazo David!
EliminarOh pobre Mario, mira que no pensar que el demonio y las llamas se llevarían bien, pero me ha parecido que era lo único que podía hacer para no ser el cómplice de ese hambriento y terrorífico demonio.
ResponderEliminarMuy bien llevado el ritmo, me ha gustado ese miedo que has ido dosificando desde la entrada anterior y como lo has resuelto. Es bueno recuperar esos escritos antiguos.
Saludos
Sí, la verdad es que el final no es un derroche de raciocinio por parte de Mario, pero los acontecimientos anteriores le habrían marcado para siempre y fue la forma que encontró de acabar con todo, con esa pequeña esperanza de lograr un triunfo que no consiguió. Al menos murió antes de conocer su fracaso jeje.
EliminarGracias por tus palabras, con las historias más antiguas uno teme a veces que la evolución sea demasiado notoria y se noten más carencias, pero me alegra leerte que te ha gustado la manera de fluir este "trayecto" literario :) ¡Otro saludo Conxita!
Hola José Carlos
ResponderEliminarSí que he tardado en leerme la segunda parte, ja ja. Menos mal que tengo la costumbre de retomar las cosas (si puedo) donde las dejé.
Un relato frenético, apocalíptico, desolador y, sin embargo, aún dejas algún resquicio pata el humor (aunque sea del negro) Eso es algo que define tu estilo, como esas forma de narrar, muy de cómic... No en vano también haces tus pinitos en el guión comiquero. Y bueno, como tú mismo dices, menos mal que Mario no vivió para ver lo infructuoso de su sacrificio. Claro que, o era eso o covertirse en un esclavo del demonio. " The Ghost Bus Rider", ja jaa
Abrazo compañero
Saludos Isidoro. Bueno, si andabas hasta arriba incluso para atender a tu público, es normal que también te fuera escaso el tiempo para los demás jeje.
EliminarMe alegra que a día de hoy, con todo lo que me has leído, siga despertándote interés mi estilo, que como bien dices, rara vez está exento de humor negro. Te confieso que cuando escribí este relato, en origen para un concurso, aún no se había despertado mi interés por los guiones de cómic, pero sí que me parece muy visual. Pues sí, por suerte Mario se fue sin saber su fracaso.
Buenísimo eso del ghost bus jajaja, me lo imagino sirviendo a alguien tipo Johnny Blaze pero más cabroncete. ¡Un abrazo!