Las primeras incursiones de Gabriel en el interior
de Natalia fueron suaves, llenas de sensibilidad, cariño y dulzura. Los
genitales de ambos estaban tan mojados que se escuchaba un sonido acuoso al
juntarse una y otra vez. Todo estaba siendo tan mágico para ambos, que parecía
haberse parado el tiempo en aquella cama en la que estaban ambos.
Gabriel siempre había sido un chico responsable en
lo que al uso de los preservativos se refiere, pero aquella noche, ni aunque
hubiera tenido a mano una caja entera, habría hecho uso de ella. Por eso no
había reparado en ese detalle hasta que estaba dentro de Natalia. Estaba
teniendo su primera experiencia al natural, y no había palabras lo bastante bellas
y profundas para describir lo que sentía al penetrar a Natalia. Era como si se
hubiera estado reservando para aquella mujer que tantas emociones le
despertaba. Cada sonrisa, cada mirada y cada beso que compartían, no hacía sino
aumentar el eco que tendría el recuerdo de su primera noche juntos con el paso
del tiempo. Fue paradójico, pero a Gabriel le vino a la mente una frase que decía
Russell Crowe en Gladiator: “lo que hacemos en la vida, tiene su eco en la
eternidad”. Y eso le golpeaba en la mente a cada minuto que compartía con
Natalia.
Hay una frase muy popular, que dice que cada
maestrillo tiene su librillo, y eso lo puso en práctica Gabriel cuando usó
algunos trucos para alargar su aguante en el acto sexual. Mantuvo el tipo como
un campeón, y compartió media hora de cambios de postura en la cama. Penetró a
Natalia de costado, estando encima de ella, estando él debajo, y sentándola
sobre él en el borde de la cama. Fue en esta última postura cuando se produjo
la primera explosión de placer de la noche. Tanto ella como él estaban
sudorosos, mostrando sus cuerpos el brillo que denotaba la constante lujuria
que sentían por el otro. Y al borde de la cama, ella daba pequeños botes sobre
él. Los jadeos habían dado paso a los susurros entre ambos. Eso había sido
demasiado, y, sintiendo que estaban a punto de llegar al éxtasis, habían
empezado a aumentar el ritmo de penetración. Sin dejar de mirarse, y gritando
al unísono lograron un orgasmo a la vez. A Gabriel le vino a la mente la imagen
de los pozos petrolíferos que salían en las películas antiguas, donde el
líquido ascendía hasta el mismo cielo. Había sido fantástico terminar dentro de
Natalia, y que ella hiciera lo mismo con él. Se quedaron en la misma postura
unos minutos, en los que no dejaron de besarse. Luego se tumbaron en la cama, y
se quedaron abrazados, charlando un poco mientras se recuperaban para volver al
ataque.
Las horas de la noche fueron pasando y no hubo
rincón de la habitación donde Gabriel y Natalia no dejaran huella de su
fogosidad. Lo hicieron en el suelo, pegados a la pared, con Natalia suspendida
en el aire y sujeta por los brazos de Gabriel, o con ella subida sobre una
cómoda. A ninguno de los dos se les escapaba la sensación de que aquello era
algo más que sexo, y que iban a compartir muchas más noches como esa. Quizás no
serían noches tan fogosas o llenas de orgasmos para ambos, pero sí iban a ser
muy especiales de vivir juntos. Sin embargo, aún les quedaban algunas horas
antes del amanecer, y no iban a desperdiciarlas durmiendo. Y no durmieron hasta las primeras luces del
día siguiente.
A media mañana, ambos se despertaron al sonar el
teléfono de Natalia. Ella tardó unos segundos en volver al mundo de los vivos,
cogió la llamada, y salió de la habitación. Unos minutos después, ella regresó,
le dio un beso de buenos días a Gabriel, y le dijo quien le había llamado:
- Perdona, era mi secretaria, me recordaba que en una
hora tengo una cita con uno de nuestros escritores, y al ver que yo no estaba
temprano en la oficina como siempre, estaba preocupada.
- Lo siento- se disculpó Gabriel mientras se
restregaba los puños en los ojos para terminar de aclararse la vista-, parte de
esa preocupación la he generado yo.
- Tonto, he disfrutado cada segundo contigo- y Natalia
le dio un largo y suave beso-. Es cierto que no acostumbro a levantarme tan
tarde- y empezó a acariciar con sus dedos el pecho de Gabriel-, pero también es
cierto que no suelo tener noches como la que me diste. Estuviste fantástico.
- Oh no, tú estuviste fantástica cariño, yo sólo
intenté estar a tu altura- y en esta ocasión, fue Gabriel el que besó a
Natalia-. Dame 5 minutos que me lave la cara y me vista, y me marcho para que
puedas irte con tiempo a la oficina, no quiero distraerte más de la cuenta.
- Pues va a ser que no encanto. Te daré esos 5 minutos,
pero yo haré lo mismo que tú y nos iremos juntos a desayunar, quiero que me
sigas distrayendo. ¿No piensa hacerme un seguimiento el doctor?
- Jaja, eso ha sido genial, claro que quiero hacerte
un seguimiento, para que puedas reeditar cada beso que pienso darte.
- ¡Trato hecho!
Volvieron a darte otro beso, y Gabriel se levantó de
la cama para ir al baño. Sentía algo de frío, y no tardó en reparar que estaba
desnudo del todo. Acostumbrado a dormir siempre con ropa, aquello le hizo reír.
Se lavó la cara, se pellizcó con fuerza las mejillas para atestiguar que desde
el inicio de la cena todo había sido real, y se sonrió satisfecho frente al
espejo. Estaba ilusionado, parecía precipitado conociendo desde hace unos días
a Natalia, pero se sentía eufórico. Salió del baño, empezó a coger su ropa, que
estaba desperdigada por la habitación, y se recreó viendo cómo se vestía
Natalia. Le parecía erótica la imagen, y ella se sonrojó un poco. Una vez vestidos
los dos, se marcharon del piso para ir a desayunar. Hacía un día radiante, sin
rastro de las nubes que tanta lluvia habían dejado los días anteriores.
Es cierto que un desayuno típico en algunos sitios
puede ser churros con chocolate o café, pero Gabriel y Natalia tuvieron un
desayuno de churros con besos, ya que no paraban de mostrarse cariño. Alguna
que otra persona les miraba con incredulidad, como si fuera una situación
anómala, pero a ellos no les importaba, no le hacían daño a nadie, y se sentían
contentos. El único momento triste de la mañana fue cuando, tras pagar Gabriel
el desayuno, se tuvieron que despedir. Se habían citado para volver a verse por
la tarde, pero eso no quitaba el hecho de que estarían algunas horas separados.
A veces ver mucho rato a alguien puede terminar saturando, pero hay otras veces
en las que no importa el tiempo compartido, sino la valía de los sentimientos
que se disfrutan mientras se está con esa persona. Y aunque el lado irracional
de ambos les animaba a perderse por las calles de la ciudad, cada uno tenía que
atender algunas obligaciones. Así que se dieron un abrazo, y se desearon un
buen día hasta volver a encontrarse.
Natalia entró en la oficina con una sonrisa de oreja
a oreja, y a pesar de los intentos de su secretaria por averiguar más al
respecto, se guardó para sí las vivencias de la noche vivida.
Gabriel no encontró a ninguno sus compañeros cuando
regresó al piso. Pero de haberse encontrado con ellos, le habrían preguntado
por la sonrisa permanente que estaba dibujada en su rostro.
El resto del día pasó rápido para Gabriel y Natalia,
que no deseaban sino volver a encontrarse. Llegada la hora de su nueva cita,
estuvieron paseando por los bosques de la Alhambra, y luego se fueron a una de
las teterías de la zona árabe de la ciudad. Al caer la noche, y poco antes de
marcharse de la tetería, ella le dijo algo a Gabriel:
- Por cierto encanto, acabo de caer en la cuenta de
algo…
- ¿De qué?
- No te he devuelto el paraguas, y esta damisela, como
me dijiste el otro día, no puede quedarse con algo que tan gentilmente me
prestaste, aún a riesgo de resfriarte. ¿Por qué no vienes a casa a recogerlo?
- No te preocupes cariño- Gabriel no había captado la
indirecta aún-, no tiene importancia. Puedes devolvérmelo cualquier otro día- y
dándose cuenta del ofrecimiento a una nueva cena, puso remedio a su metedura de
pata-. Aunque bien pensado…sí que es importante, no es plan de que vuelva a
llover y no lo tenga a mano.
- Eres un encanto jaja, pensé que tendría que
mostrarte un cartel para invitarte a cenar nuevamente.
- Culpable, soy un encanto encantado por ti. Si me lo
permites- y Gabriel levantó varias veces sus pestañas de un modo cómico-, esta
noche seré yo quien use tu cocina para hacer algo de mi escaso repertorio. Considéralo
una prescripción médica.
- Siempre hay que hacer lo que ordene el doctor.
- Ése es el espíritu.
Continuará...
Para leer la continuación, clickad aquí.
Para leer el capítulo anterior, clickad aquí.