En el saloon “Deadwood” se escuchaba una alegre
música de pianola en la que a veces se colaban unas notas de un banjo, y había
un gran murmullo ocasionado por el considerable número de personas allí
reunidas. Había vaqueros bebiendo alcohol como si no hubiera un mañana,
bailarinas meneando alegremente sus cancanes al ritmo de la pianola, indios
jugando a tirar sus cuchillos a una diana, y varias mesas en las que diferentes
personas jugaban al póker, aunque con una baraja poco convencional.
Una mano enorme se posó sobre el montón de fichas
situado en una de las mesas de póker. Sin embargo, cuando esa mano acercaba el
montón hacia su dueño, otra mano distinta entró en juego, deteniendo el
movimiento. Entonces el dueño de la mano enorme, que era un tipo de casi 2
metros de altura y con el rostro poblado de cicatrices, emitió un enorme
gruñido, provocando que todo sonido en el Deadwood desapareciera. Hubo un
pequeño temblor que hizo vibrar el suelo y todos los objetos del lugar, pero
nadie le dio importancia, ya que la mesa de póker se había convertido en el
punto de mayor tensión y suspense.
El jugador que había contrariado al gigante se
levantó de la silla, y algunos de los presentes le reconocieron. Era Irvin “el
rayo” Shaw, un conocido pistolero de Westernia. Irvin puso sus cartas sobre la mesa, e invitó
con un gesto a todos los presentes para que observaran su jugada. Había
conseguido un full de caballos y cactus, y eso era suficiente para ganar al
trío de sombreros logrado por el gigante. En un gesto que hizo temer a todos lo
peor, el gigante se levantó bruscamente de la silla, miró a Irvin, y de un
golpe rompió la mesa de póker, sin que el otro se inmutara lo más mínimo.
Acto seguido, y cuando parecía que el gigante se
abalanzaría sobre él, Irvin sacó con la velocidad del rayo su revólver de la
cartuchera, avisando así de las consecuencias de la posible agresión. Un nuevo
temblor entró en escena, asustando esta vez a algunos de los presentes. El
gigante emitió un nuevo gruñido, y se alejó de la destrozada mesa de póker,
abandonando el saloon. Irvin enfundó su revólver, y tranquilizó a todo el
mundo:
- Algunos tienen mal perder, pero todo está
controlado, seguid a lo vuestro.
Poco a poco la algarabía volvió a adueñarse del
recinto. Primero regresó la música de la pianola, luego el baile femenino, y
así hasta volver todo a la normalidad previa al incidente. Entonces Irvin se
agachó para recoger las fichas, y luego se dirigió a la barra para cambiarlas
en efectivo. A pesar de que le descontaron la suma equivalente a la mesa rota,
había quedado una gran cantidad. Tras cambiarle las fichas, Erwin Reilly, el camarero
y dueño del Deadwood, un hombre fornido pero de piel albina, amigo de Irvin,
empezó a conversar con él:
- Algún día te vas a llevar un verdadero disgusto si
sigues jugando con gente tan irascible.
- Reilly, precisamente eso es lo que hace más que
interesante el juego, la subida de adrenalina cuando hay problemas.
- Es posible, pero esto no es Westernia, aquí vienen
personajes de todo tipo, y si te ves en un verdadero aprieto, no tendrás
demasiados aliados.
- Siempre contaré con mi revólver, no lo olvides
Reilly.
- Hasta que un día te falle Irvin.
- Ve preparándome un especial de Gilead.
Y mientras Reilly preparaba para Irvin un cocktail
especial de Gilead, un tercer temblor sacudió la cantina, esta vez con gran
fuerza, provocando que casi todas las personas se pusieran nerviosas. Tras un
par de minutos de desconcierto, el temblor fue remitiendo poco a poco. El
ambiente regresó con timidez al saloon.
- Debemos estar atravesando un campo de asteroides- le
dijo Irvin a Reilly.
- Nunca termino de acostumbrarme a estos
inconvenientes de vivir en el espacio.
- Siempre puedes volver a Westernia, allí no hay
temblores Reilly.
- Ni temblores ni gran cosa de interés, la última
guerra dejó el planeta hecho un caos.
- Pero poco a poco se vuelve a la normalidad, deberías
ir por allí para comprobarlo- y cuando Reilly le sirvió el especial de Gilead, Irvin
alzó el vaso-. Por Westernia- y se bebió el combinado de un trago-. Cuídate
Reilly.
- Lo mismo digo Irvin.
Tras despedirse, Irvin abandonó a paso lento el
saloon, observando todo lo que allí ocurría. Aquel ambiente tan clásico y
antiguo en comparación con otros lugares de la galaxia, le hacía recordar
Westernia, su planeta natal. Al traspasar las puertas abatibles, observó bien
el lugar donde estaba: la gigantesca nave colonia Translow. El efecto tras
salir del saloon era como viajar hacia adelante en el tiempo, dejando atrás un
retazo del pasado para caminar en el futuro. De hecho el sonido ambiente era
una mezcolanza de cientos de idiomas y sonidos que podrían enloquecer a quien pretendiese
descifrar el contenido de todas las conversaciones existentes en el momento.
Arrancando con un paso lento y sin prisas, Irvin avanzó
en el interior de la nave colonia. Aquel lugar albergaba incontables viviendas,
negocios y lugares de diversión pertenecientes a seres de infinidad de planetas.
La propia policía de la nave era un ejemplo de integración de cualquier raza
espacial, ya que no había dos policías de la misma especie. Y eso mismo ocurría
con otros cuerpos de seguridad. Los mercados, numerosos y bien repartidos por
la nave, ofrecían una variedad increíble de productos importados de cualquier
rincón de la galaxia. Y no era descabellado encontrar en los almacenes
industriales objetos construidos con materiales de cuya existencia jamás
hubiera sabido una persona.
Irvin nunca dejaba de asombrarse ante aquella visión
que aunaba diversidad, rareza y coexistencia. Aquella unión de razas tan
maravillosa en la Translow, sólo se veía rota cuando alguna banda mafiosa
pretendía acabar con otra. Tras observar unos minutos todo el entorno, “el
rayo” empezó a silbar mientras aceleraba la marcha, y se dirigía al
siguiente lugar que quería visitar.