26 de mayo de 2016

Las primeras horas en el castillo de Trascania

Nota introductoria: Aunque este texto puede leerse de manera independiente, la anterior aparición de Windor, en la que cuento su entrevista de trabajo con el rey de Trascania, y su posterior contratación como consejero real, tuvo lugar en el relato "Mi nombre es Windor" (para leerlo, clickad en el título). 

Este texto que podéis leer a continuación, retoma la historia de Windor desde el instante en que es aceptado como consejero, y ha de firma su contrato laboral...


Las primeras horas en el castillo de Trascania

Las cosas no podían estar saliendo mejor para Windor. Tras haber provocado un pequeño terremoto por accidente, Berinio y Letrinus habían manifestado al mismo tiempo que estaba contratado. Desde luego el trabajo no iba a ser un camino de rosas, Windor ya se había hecho a la idea mucho tiempo atrás. Pero, salvo la muerte, no hay nada que pueda frenar a un soñador que ve tan cerca de cumplirse su sueño. Y por eso el nuevo consejero de Trascania aguantaría en el cargo el máximo tiempo que pudiera, hasta encontrar un mejor lugar donde continuar esa labor. Trabajar en Trascania iba a ser como la pasantía de un abogado cuando empieza en su primer despacho: salario inexistente o ridículo, abundantes horas de trabajo, y poco reconocimiento interno por la labor que se hace.

Claro que Windor no era la única persona que andaba sumido en aquel momento en sus propias cavilaciones. Por otra parte, y obviando el miedo que tanto el rey como su asesor laboral habían sentido con el acceso de furia de Windor, que había hecho temblar toda la sala de audiencias, cada uno tenía distintas razones para considerar al mago como un buen fichaje en el castillo.

Para Berinio, suponía un gran acierto contar con un mago tan poderoso como consejero, en especial si se avecinaban tiempos de guerra y se necesitaba de la magia para imponerse a sus rivales, o bien para intimidar a los trascanianos descontentos con su reinado. También seguía presente la observación que Letrinus había hecho sobre la estatura del mago, diciéndole al rey que era perfecta para arrojarle cosas a la cabeza. Y por último…Windor, nombre que el rey jamás olvidaría para no sufrir otro acceso de cólera mágica, tenía experiencia laboral en variados e interesantes campos profesionales, por lo que en tiempos de crisis, podría despedir al resto del personal y quedarse con él como pluriempleado.

Claro que no sólo el rey tenía sus motivos, y Letrinus, el elfo asesor laboral, contaba con uno muy poderoso. Iba a tener una oportunidad de oro para estrenar oficialmente el  contrato laboral que llevaba tiempo perfilando en su mente. De hecho, al confeccionar la oferta de trabajo en la que se buscaba consejero, había mencionado algunos aspectos de dicho contrato. En algunos reinos, más de un político defendería con orgullo semejante contrato basura como clave de un resurgir económico. Y Letrinus esperaba lograr que Windor lo firmara sin renegociar nada. Claro que si el mago volvía a hacer otro truco…habría que ceder a sus pretensiones.

Lo que terminó sucediendo fue que Windor, Berinio y Letrinus se acercaron a la mesa en la que estaba el abogado del castillo, llamado irónicamente Injusticio, y éste ya tenía redactado el contrato laboral estrella (ejem…basura) ideado por Letrinus. Así que Injusticio le dijo a Windor que leyera todas las cláusulas del documento, no sin antes ofrecerle con una enorme sonrisa una pluma para firmarlo, de esa manera tan sutil en la que te animan a firmar algo importante sin leerte nada, amparándote en la honradez de quien te ofrece la pluma, o peor aún, te sonríe con falsa bondad.

Pero Windor hizo caso omiso de la sonrisa, cogió la pluma, y la puso a un lado de la mesa, ya que pensaba leérselo todo, y hacer los cambios que considerase acordes para no vivir esclavizado. A fin de cuentas, salvo él, nadie a su alrededor sabía que había provocado el terremoto por accidente, e iba a jugar con esa baza, aparentando ser el poderoso mago que realmente no era (aunque a veces le salían bien algunos hechizos), para ser respetado. Antes de enfadarse estaba dispuesto a pasar por el aro de unas malas condiciones laborales, pero eso era antes al desconocer el aumento de su poder, por lo que el suceso anterior le confería una posición ventajosa para negociar. Windor no era una persona avariciosa, pero si podía evitar ser estrangulado laboralmente, sus pulmones agradecerían todo el aire que entrara del exterior.

Y así, tras leer con calma todo el contrato, Windor solicitó un salario superior al estipulado, que era muy inferior al mínimo regulado en otros reinos del mundo mágico. También pidió que se suprimiera una cláusula según la cual, cualquier tipo de comida que disfrutase en el castillo, sería descontada de su sueldo. Esa cláusula de pagar por lo que uno comiese, apestaba a invención de Letrinus, que sudó copiosamente cuando Windor discrepó sobre ella. Por último, Windor solicitó que desapareciesen las tarifas de uso de la biblioteca del castillo. Un consejero trabajador consultaría a menudo cualquier libro de la biblioteca, y a Windor no le parecía correcto abonar parte de su salario por ejercer bien su labor. Entre el salario, el pago por los alimentos, y el uso de la biblioteca, Windor comprendió que Letrinus había diseñado un contrato que no suponía gasto alguno para la economía del castillo, sino para el bolsillo del propio trabajador. Nunca antes le había parecido tan justificado que alguien se llamara Letrinus.

Tras solicitar Windor los cambios en el contrato, el rey Berinio, temeroso de las consecuencias si se negaba, consideró que eran justos, y así lo manifestó a Injusticio, que hizo las correciones. Letrinus estaba blanco como el papel. Una vez modificado todo, Windor estampó su firma en el documento, solicitando una copia del mismo. Berinio hizo un gesto de aprobación, e Injusticio, sorprendido de que el nuevo consejero hubiese mostrado cierta inteligencia, no tuvo más remedio que claudicar y empezar a elaborar la copia con presteza. Una vez que Windor metió la copia en su túnica, el rey ordenó a su ayudante de cámara que le enseñara sus nuevas dependencias, situadas en la torre más alta del castillo.

Cuando Windor salió de la sala de audiencias siguiendo al ayudante de cámara, volvió a toparse con el perro de antes, que le mostró los dientes en una fantástica expresión que traducida en palabras, habría significado algo del tipo “pienso morderte el trasero mago, no me asustan tus trucos”. Y Windor, envalentonado por su truco anterior, le dedicó al perro un repetido alzamiento de cejas, que venía a responder a lo anterior con “muérdeme el trasero, y con mi varita haré que tus dientes desaparezcan y seas el perro más inofensivo del mundo”. Eso fue demoledor para el perro, que se quedó tan petrificado que parecía disecado. Claro que un animal disecado no se orina encima. Tras la escena, Windor reanudo la marcha.

Que la torre más alta de un castillo tenga esa consideración, suele obedecer al hecho de que efectivamente, es la más alta de todas. El problema viene cuando la torre tiene tanta altura, que hay que subir demasiados escalones. Y es que una hora de subida da para muchos escalones. Más de lo recomendable pensaba Windor, mientras ascendía los últimos con la lengua colgando inerte sobre sus labios. El agotado mago admiraba el fondo físico del ayudante de cámara, que parecía incansable. Si algún día dejara ese trabajo, el tipo podría ganarse la vida escalando montañas escarpadas, y le sobraría tiempo para quedarse en la cima jugando a las cartas con los dioses. La pregunta clave para Windor, era… ¿tendría que subir y bajar esos peldaños varias veces al día? Sólo de pensarlo, se sintió tan mareado como un rey cuando le aconsejan sus asesores que se disculpe públicamente por algo que ha hecho mal (como irse de caza a otro reino) y se niega a reconocer.

Cuando Windor y el ayudante de cámara terminaron su ascenso, se toparon con una puerta de madera. El ayudante sacó una llave de su bolsillo, se la dio a Windor, y tras despedirse, inició el descenso de la torre. Windor pensó que un tobogán gigante le facilitaría al hombre bajar al resto del castillo, así que sacó la varita de la túnica, y apuntando al suelo, pronunció algunas palabras. Como ha quedado reiterado en varias ocasiones, el hechizo que Windor tiene en mente, y el que finalmente tiene lugar, muchas veces distan de ser lo mismo. En aquel caso, la idea era haber alterado la forma de los peldaños, logrando que se ajustaran de tal modo que conformaran el tobogán pensado anteriormente. Sin embargo, una enorme burbuja de plástico atrapó al ayudante en su interior, y empezó a rodar escaleras abajo, mientras un grito desgarrador resonaba en el interior de la torre. El mago se sintió tremendamente mal, al pensar en el mareo que tendría el pobre ayudante una vez que terminara de recorrer toda la torre rodando. Se hizo a la idea de que durante algunos días, semanas, o meses…sería mejor no pedirle ayuda, por si acaso se vengaba.

Sin dejar de oír gritos, Windor usó la llave para abrir la puerta de madera. Una vez abierta, contempló con fascinación el interior de la que iba a ser su habitación. Era la más grande en la que iba a vivir hasta la fecha, así que ese primer efecto de asombro eclipsó ciertos detalles poco alentadores. Y es que había muchas telarañas repartidas por toda la estancia, faltaba un buen trozo de techo, la cama tenía dos patas rotas y estaba inclinada en el suelo, la chimenea estaba medio derruida, había varios candelabros torcidos en las paredes, y en algunos puntos del suelo las tablas de madera estaban rotas, o directamente no había. De acuerdo, no era el mejor lugar para tener una buena primera impresión, pero con un poco de paciencia, trabajo y dedicación, tenía un gran potencial, y ese pensamiento era el que alimentaba el optimismo de Windor. Tras ver una vieja escoba apoyada en un rincón, Windor, como en otra dimensión haría cierto aprendiz de brujo, dirigió su varita hacia la misma, pronunciando nuevas palabras mágicas.

Sin embargo, toda semejanza con esa otra dimensión se cortó de raíz cuando la escoba empezó a moverse hacia Windor con intenciones poco amistosas, ya que parecía querer estamparse contra él. El mago, tras agacharse y esquivar un primer impacto, recibió un rápido e inesperado golpe en el trasero, y se adentró en la habitación. Estuvo corriendo en círculos durante unos minutos para evitar nuevos golpes. Cuando logró devolver a la escoba a su estado inerte, el mago estaba envuelto en telarañas. Una cosa no se podía ocultar, y era el hecho de que Windor había actuado de improvisado plumero humano, limpiando un poco la habitación.  

Por lo demás, el mago decidió adecentar un poco la habitación sin usar la varita, anotando posteriormente en un pergamino que sacó de su túnica, todas las cosas del mobiliario que habrían de sustituirse o repararse. Baste decir que cuando acabó la tarea, el pergamino estaba escrito por las dos caras. Así transcurrieron las primeras horas de Windor en el castillo de Trascania. Acababa de empezar su andadura como consejero real, y ya se sentía agotado tras el ascenso por las escaleras y la limpieza de la habitación. Y aún quedaba mucho día por delante…

Continuará...

15 de mayo de 2016

La última operación

Nota introductoria: La imagen que acompaña a este texto, ha sido diseñada por mi amigo y dibujante Adrián Manuel García Montoya. Él me dio su permiso para construir un relato usando su dibujo como inspiración. Espero que el resultado os guste.

La última operación

El karma. Sólo eso podía explicar los últimos acontecimientos. Tampoco cabía otra manera racional de justificar lo que iba a ocurrirle a Leopoldo Brete, alias “el creador de cicatrices”. Fuera de toda duda, su situación era extrema, pues se encontraba atado a la camilla en la que precisamente había gestado su mote. El lugar donde había realizado infinidad de operaciones clandestinas para extirpar órganos de personas inocentes. Órganos que posteriormente se pagaban a un alto precio en el mercado negro. Precisamente con el color negro había empezado el delirante y surrealista cambio de las tornas para Leopoldo…

Una hora antes, Leopoldo se encontraba preparando el material quirúrgico para una nueva operación. Le habían llamado por teléfono para avisarle de que extrajera un riñón a la persona que iban a traerle. No era nada nuevo, ya que había extirpado cientos de riñones desde que empezó a operar en la clandestinidad, y tenía automatizada ese tipo de práctica quirúrgica. Hasta podría haberla hecho con los ojos cerrados, únicamente guiado por su instinto y pericia.

Pero hay una regla no escrita en la conducción de vehículos, aplicable a cualquier campo profesional o cotidiano. Puedes recorrer un camino miles de veces, pero en cada una de esas veces pueden surgir distintas situaciones que lo hagan diferente a otras ocasiones. Y eso mismo le sucedió a Leopoldo. Aquel día surgieron cosas que rompieron los cimientos de su rutina. Y de su cordura.

Una vez que había terminado de prepararlo todo en su sala de operaciones, escuchó un golpe en la puerta de la clínica, y fue al encuentro de las personas a las que esperaba. Sus “suministradores” como él los llamaba, le traían a un tipo de aspecto robusto aunque andrajoso, y que tenía la cara tapada con una capucha. Los suministradores, habituados también a aquello, llevaron al tipo hasta la camilla, subiéndolo a la misma e inmovilizándole con las correas. Tras decirle a Leopoldo que volverían en unas horas a por el riñón y el paciente, estuviera éste último vivo o muerto, se marcharon del lugar.

Entonces Leopoldo se acercó a la camilla, comprobó el pulso del paciente, y sin quitarle la capucha, se puso manos a la obra. Conociendo el procedimiento habitual de los suministradores, éstos habrían drogado al pobre desgraciado, dejándole tan indefenso como un gatito de porcelana en el interior de un tornado. Así que Leopoldo optó por ser algo cruel y no inyectarle anestesia de cara a la operación. Esa decisión constituía un ejemplo de la vena sádica que había acabado con la carrera médica de Leopoldo cuando trabajaba como cirujano de un prestigioso hospital.

Sin embargo, sin leyes que cumplir, sin directores de hospital que cuestionaran sus métodos, el campo de libertad era absoluto. Podía operar con o sin anestesia, sin preocuparse de la muerte de sus pacientes en el proceso. No era un complejo de Dios como se le achacaba a algunos trabajadores sanitarios, sino…complejo de Diablo.


Leopoldo le levantó la raída sudadera al paciente, dejando su torso al desnudo hasta la altura del pecho, y con un rotulador oscuro hizo unas marcas en los puntos de incisión, así como en la zona donde se ubicaba el riñón que pensaba extirpar. Posteriormente se puso unos guantes apropiados para la operación, y cogió uno de sus bisturíes. Lo acercó a la piel del paciente, y para su sorpresa, no logró cortarla, sino que escuchó un extraño sonido cuando la punta del bisturí patinó sobre la misma. No era capaz de asociar ese efecto sonoro a algo que conociera, así que empezó a sentirse nervioso. Sin embargo, y para intentar convencerse de que no debía preocuparse, volvió a usar el bisturí como antes.

Nuevamente ese sonido tras su fallido intento de cortar piel. Parecía…un extraño gorgoteo. Aquello no era normal. Obedeciendo de nuevo a esa vena sádica y salvaje, Leopoldo optó por una táctica más ruda. Y así termino asestando una puñalada con el bisturí, logrando esta vez sí, perforar la piel del paciente.

Pasaron dos cosas que despertaron en Leopoldo el terror más grande que jamás había sentido hasta entonces. En primer lugar, el extraño sonido anterior se había intensificado, hasta asemejarse al del agua cuando alcanza el estado de ebullición. Y en segundo lugar…cuando Leopoldo sacó el bisturí de la piel perforada, tenía la punta bañada en una sustancia negra. Segundos después, del agujero que había hecho empezó a manar una abundante cantidad de esa sustancia.

A Leopoldo le temblaban las manos, y abría y cerraba la boca ante aquella escena, sin lograr explicarse lo que pasaba. Se produjo un nuevo sonido, esta vez similar al de los chorros de agua de una piscina funcionando a máxima potencia. Pero eso no fue todo, porque el cuerpo del paciente empezó a temblar ligeramente. En ese punto a Leopoldo se le cayó el bisturí de las manos, terminando en el suelo, donde había ya un charco de sustancia negra. El temblor dio paso a violentas convulsiones, y las correas de la camilla empezaron a crujir y a aflojarse. Leopoldo intentó sin éxito volver a apretar las correas, pero éstas se soltaron como consecuencia de nuevas convulsiones. Entonces, como si alguien hubiera accionado un interruptor en el cuerpo del paciente, todo movimiento cesó.

Fue un momento de alivio tremendo, pero Leopoldo apenas llegó a saborearlo plenamente. Lo que aconteció después…no tenía explicación alguna. Al menos no para una persona anclada en el pensamiento racional. Tras haberse soltado de las cuerdas, el cuerpo del paciente empezó a echar humo, como si lo estuvieran quemando. Para cuando eso pasaba, el charco de sustancia negra ya manchaba todo el suelo de la sala de operaciones. El humo vino acompañado de un sonido espantoso, que Leopoldo no pudo asociar más que a una pesadilla de ultratumba. Por más que quería salir corriendo de allí, se sentía hechizado por aquel terrorífico suceso.

El humo envolvió al paciente por completo, sin permitirle a Leopoldo ver lo que podía estar pasando. Entonces llegó el punto aberrante, el clímax de la esperpéntica función. Del humo salió un tentáculo que envolvió a Leopoldo por la cintura y lo elevó hasta la altura del techo. La nube de humo se desplazó por la habitación, y el tentáculo depositó a Leopoldo en la camilla, que ahora… ¡estaba vacía!

Nuevos tentáculos surgieron de la nube y aprisionaron el cuerpo de Leopoldo con las correas de la camilla. Entonces los tentáculos desaparecieron, y la nube se marchó de la estancia. Eso dejó a Leopoldo inmóvil en la camilla, que no albergaba ninguna esperanza de salir vivo de aquello. Una nueva sucesión de sonidos inundó no ya la sala de operaciones, sino toda la clínica. Aquello parecía el grito de guerra de alguna criatura aberrante y sedienta de sangre.

La mente de Leopoldo trataba de aferrarse a cualquier vestigio de racionalidad que quedara intacto en su interior. Pero aquello fracasó cuando la nube de humo volvió, y los tentáculos se extendieron hasta la camilla, arrancándole a Leopoldo la ropa, pero sin romper las correas. Qué ironía, pensó “el creador de cicatrices” cuando del humo sobresalió la cara de la criatura más horripilante y deforme que había imaginado jamás, la última operación de su vida, iba a ser la que tuviera a él como paciente. Y ese fue su último pensamiento antes de que los tentáculos le arrancaran la piel. 

4 de mayo de 2016

Mi nombre es Windor

Nota introductoria: Aunque este texto puede leerse de manera independiente, la anterior aparición de Windor, en la que cuento su llegada a Trascania, tuvo lugar en el microrrelato "Windor llega a Trascania" (para leerlo, clickad en el título). 

Este texto que podéis leer a continuación, retoma la historia de Windor desde que llega a Trascania, hasta su acercamiento al castillo, donde espera su turno de ser entrevistado para el puesto vacante de consejero real...


Mi nombre es Windor

Cada vez que uno de los magos de la cola se adentraba en el interior del castillo, la expectación de los demás por ver el estado en el que salía era tan palpable como morbosa. Y Windor no era una excepción a la actitud de sus demás compañeros de profesión. De haber rondado por aquella zona un vendedor de palomitas, habría sacado unos beneficios increíbles en ventas.

Uno a uno, los aspirantes al puesto de consejero que salían del castillo mostraban un estado diferente pero con un denominador común: el fracaso. Windor había observado fascinado como un mago abandonaba el recinto con su casco de tortuga roto en dos pedazos, pero no era el único desafortunado. Otro de los magos salió con su casco intacto pero haciendo movimientos típicos de un borracho incapaz de andar en línea recta. También hubo otro que salió corriendo del castillo mientras un perro intentaba mordisquear su trasero. Por suerte para Windor, el perro estaba tan centrado en su objetivo, que desapareció de la vista de todos los allí presentes para seguir persiguiendo a su presa.    

Cuando el mago que iba delante de Windor fue llamado para su audiencia con el rey, nuestro protagonista se temió lo peor, porque el siguiente iba a ser él. Se dio la vuelta y comprobó que además iba a ser el último aspirante al puesto, ya que no había nadie más. Sólo quedaban él y los vendedores, y éstos estaban jugando a las cartas ante la falta de clientela. Un pensamiento esperanzador apareció en la cabeza de Windor, ya que la falta de más candidatos al puesto, y los aparentes fracasos de los que se habían marchado, auguraban que la competencia se había reducido ostensiblemente. De hecho el asunto quedaba entre él y el que estaba dentro del castillo en ese momento.

Para matar el tiempo hasta que llegara su turno, y de paso amansar sus crecientes nervios, Windor sacó la varita de su túnica, e intentó practicar un hechizo. Cogió una piedra del suelo, y pronunció unas palabras al tiempo que movía su varita en dirección a la piedra que sostenía en su otra mano. Hay que decir que la intención del mago era la de convertir dicha piedra en un mono de juguete, de esos que tiene un par de platillos y los golpea efusivamente. Pero la piedra se convirtió en una paloma, y Windor la soltó tras recibir varios picotazos. Entonces la paloma sobrevoló la mesa sobre la que jugaban los vendedores a las cartas, y se cagó en la cabeza de dos de ellos, decorando de un color blanquecino sus negros cabellos. Los vendedores tiraron con furia sus cartas y se dedicaron a intentar cazar a la paloma. Una cosa era cierta, y es que Windor había logrado entretenerse con el espectáculo.

Tras unos minutos más de espera y diversión, pues la paloma esquivaba con facilidad los objetos que le lanzaban los vendedores, el mago que precedía a Windor salió del castillo, y parecía muy contento. De hecho Windor pensó que ya no iba a ser necesaria su entrevista con el rey, hasta que pudo advertir un detalle que renovó sus esperanzas: toda la ropa del mago estaba ennegrecida y echaba humo, incluido su casco de tortuga. Aquel tipo era el equivalente humano a una tostada de pan que se hubiera calentado demasiado tiempo. Aprovechando la circunstancia, el vendedor de ataúdes se preparó para abordar al mago humeante. Entonces Windor fue llamado desde la distancia por un soldado del castillo, y tras asegurarse de que su barba seguía bien colocada, se encaminó hacia el soldado.

A medida que Windor se adentraba en el castillo, se sentía tan feliz como una persona que va a la selva y acaba en la marmita de una tribu caníbal, cociéndose a fuego lento. No ayudó en nada que se escucharan unos ladridos a sus espaldas, y que el perro de antes reapareciera portando un enorme trozo de túnica en su boca. Instintivamente, Windor se protegió el trasero con ambas manos, mientras el perro caminaba a su lado. El soldado que iba delante suya no parecía inmutarse lo más mínimo con la escena. A Windor le fue inevitable lanzar la pregunta pertinente:

- Disculpe, ¿es muy normal todo lo que pasa por aquí?

El soldado se paró un momento, se dio la vuelta, y tras ordenar al perro que se sentara, le respondió a Windor:

- Esto no es nada, he visto cosas peores.
- Esa respuesta no me inspira mucha seguridad la verdad.
- Amigo, si quiere una vida tranquila se ha equivocado de castillo y de reino. Incluso ha escogido la profesión equivocada. Pero si le van las emociones fuertes, ha venido al lugar idóneo.
- Bueno…mi sueño siempre ha sido ser consejero de un rey, y por algún sitio he de empezar.
- En tal caso, sígame, estamos cerca de la sala de audiencias.

Ambos reanudaron la marcha, mientras el perro se quedaba allí parado y orinaba sobre el trozo de túnica que había arrojado al suelo. Windor supo que estaba a unos metros de la sala de audiencias tras ver a varios soldados más apostados en la puerta. Éstos la abrieron tras ver a su acompañante, y un heraldo apareció y se acercó para preguntarle a Windor el nombre con el que debía anunciarle, así como datos de interés sobre su vida laboral. Una vez que el heraldo obtuvo la información, volvió al interior y empezó a anunciar la llegada del mago. Tras recibir una indicación, y antes de moverse, Windor inspiró aire con tanta torpeza que estornudó varias veces. Se limpió la nariz con un pañuelo que sacó de la túnica, y caminó al interior de la sala.

La sala de audiencias era enorme, y además había mucha gente en su interior. Aunque el trono del rey estaba situado al final, en un lado de la estancia había una orquesta de músicos que limpiaban sus instrumentos, y en el otro se encontraban instaladas varias mesas con distintos trabajadores, donde Windor distinguió un abogado que estaba rodeado de enormes libros de leyes, así como un contable que apilaba monedas de oro y tomaba anotaciones, y por último una vidente, que limpiaba varias bolas de cristal situadas sobre su mesa. A medida que se acercaba al trono, iba definiendo mejor la figura de su posible jefe, que estaba de pie y con los brazos cruzados. El rey era un tipo rechoncho, con larga melena, y una estatura media, similar a la de Windor. Su vestimenta era muy elegante, y su corona brillaba tanto como los ojos de un borracho cuando el tabernero le invita a una copa.

A un lado del rey estaban situados su ayudante de cámara y el heraldo, y al otro un elfo, que se presentó ante Windor como Letrinus, el asesor laboral del rey. Tras la presentación, le cedió la palabra a su jefe, el cual se presentó:

- Hola Windels, soy Berinio, rey de Trascania.
- Me llamo Windor majestad.
- Si vas a corregirme Windels- y el rey le señaló con un dedo acusador-, mal empezamos. Los anteriores candidatos al puesto han demostrado ser unos inútiles, ¿qué te diferencia a ti de ellos?
- Verá majestad, mi sueño siempre fue ser mago, y posteriormente consejero, y para ello he trabajado desde muy pequeño de forma incansable. Fui aprendiz de sastre antes de licenciarme en la universidad mágica, y luego me dediqué a animar fiestas de cumpleaños y dirigir una orquesta invisible. Así que a mis habilidades mágicas se le suman estos variados oficios. Eso me distingue de los demás, no siempre he sido mago, y he aprendido otras cosas hasta llegar aquí.
- Interesante Windels- el rey parecía gratamente sorprendido-, es cierto que tengo varios sastres para confeccionar mis vestimentas, un grupo de bufones para animar mis celebraciones, y una orquesta para tocar música que deleite mis oídos, pero siempre está bien tener en nómina un consejero que pueda hacer todo eso cuando no tenga a mano a los demás. ¿Sabes dar buenos consejos?
- Como le dije, me llamo Windor. Sé dar consejos- Windor recordó el anuncio de trabajo, donde se mencionaba que el aspirante tuviera tolerancia para soportar que sus consejos no fueran tenidos en cuenta-, pero usted ha de ser quien juzgue si son buenos o malos majestad.
- No vuelvas a corregirme Windels. ¿Qué opinas de este hombre Letrinus?
- Bueno majestad- y el elfo asesor laboral observó detenidamente a Windor-, no cabe duda de que es un tipo de lo más variopinto. No sé si anima bien los eventos, ni si sabe dirigir bien una orquesta, pero es evidente que si fue aprendiz de sastre, puede haberse confeccionado esa esperpéntica vestimenta, la cual habrá que reemplazar si se le contrata. Por otra parte- y Letrinus se acercó a Windor y dio una vuelta a su alrededor-, tiene una barba que me inspira confianza. Pienso que un mago sin barba inspira tanta seguridad como un fumador enfermizo rodeado de barriles de pólvora. Además, tiene una estatura similar a la suya majestad, por lo que fácilmente podrá lanzarle objetos que acaben en su cabeza, y ya sé lo que eso os divierte.
- Oh- el rey se mostraba sonriente ante ese último comentario de Letrinus-, sin duda es un gran placer ejercitar mi brazo con ese deporte. ¿Tienes una cabeza dura Windels?
- Por tercera vez majestad- dijo el mago visiblemente enojado-, soy Windor, no Windels.
- Windels, Windy, Windolón…el rey soy yo y te llamaré como me salga del real miembro, salvo que quieras salir por la puerta del castillo tan mal como los otros aspirantes, ¿lo has entendido insolente?

Eso fue la gota que colmó el vaso. Windor perdió de repente todo temor hacia el rey o lo que pudiera pasarle, y estalló en un acceso de furia. Una cosa era que sus condiciones laborales pudieran ser tan beneficiosas como meterse en un lago infestado de pirañas, pero eso es algo que Windor consideraba como parte del juego hasta adquirir más experiencia, y por eso lo aceptaba. Pero no iba a tolerar esa burla hacia su nombre. Uno de los días más felices de su vida, había sido aquel en el que mencionaban su nombre para subir a recoger su título de mago. Y había trabajado mucho para ser Windor el mago, aunque su alojamiento en la posada de Trascania le añadiera el calificativo del mago inepto.

Así que, tras sacar su varita y agitarla en el aire, le gritó a Berinio el rey:

- ¡¡¡Me llamo Windor!!! ¡¡¡ W- I- N-D-O-R!!!

Entonces, la varita hizo temblar toda la sala de audiencias. Windor sólo quería hacer aparecer una bota gigante que pateara el trasero del rey, sabiendo que eso podría acabar con sus aspiraciones laborales e incluso premiarle con una estancia privilegiada en las mazmorras, pero logró un terremoto tan poderoso, que surtió un efecto beneficioso para él, asustando a todo el mundo allí presente, rey incluido. Esto lo comprobó una vez que el temblor cesó, y el Berinio y Letrinus pronunciaron al unísono las siguientes palabras:

- Windor, estás contratado.


Continuará...

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