31 de agosto de 2015

Lo que tú más deseas


César era un hombre que no usaba la tecnología más de lo necesario. Tenía un iphone último modelo proporcionado por la empresa para la que trabajaba, pero únicamente lo usaba para hacer y recibir llamadas laborales. Su mujer Silvia sí que hacía un uso más activo de su teléfono, ya que parecía una más de esas personas adicta al whatsapp, facebook, twitter y otras aplicaciones. Y César sospechaba que su mujer tenía un amante. No era una sospecha que pudiera fundamentar con pruebas firmes, pero tenía una fuerte intuición al respecto. Algunas veces su mujer recibía mensajes de texto, y tras leer en la pantalla la identidad de quien los mandaba, se le encendía una sonrisa pícara en el rostro, y César se percataba de ello.

Hacía algunos meses que el matrimonio de César y Silvia no funcionaba bien, en particular desde que Natalia, la hija de ambos, se independizara para vivir con su pareja. Es cierto que en las primeras semanas tras la marcha de Natalia, César y Silvia habían hecho el amor varias veces cada día y habían compartido muchos ratos de ocio juntos, pero la empresa para la que trabajaba él sufrió un importante varapalo económico, y requirió que cada trabajador se volcara más de lo habitual para sacar adelante la situación. César pensaba que había sido a partir de ese período, en el que pasaba más tiempo en su trabajo que en casa, cuando su mujer buscó a otro hombre, ya que ella empezó a salir de casa más de lo habitual. Y aunque no rechazaba hacer planes con su marido, sí que bajó considerablemente el número de veces en que ella proponía algo para hacer juntos.

Toda sospecha albergada hacia Silvia, se confirmó cuando César contrató a un detective privado para seguirla. Éste descubrió que ella se veía varias veces a la semana con otro hombre, y tras besarse efusivamente y dedicarse algunos mimos en público, terminaban marchándose a algún hotel. Todo lo que sucediera tras atravesar las puertas del hotel de turno, dejaba de tener importancia para César, que se sentía traicionado y humillado por la persona a la que quería, y de la que nunca esperaba semejante conducta. Mientras él se metía en el fango para sacar adelante su trabajo, su mujer se dedicaba a zorrear con otro hombre, y eso era imperdonable. Sin embargo, al tiempo que había recibido el informe del detective privado, se encontraba finalizando una importante negociación que ayudaría a reflotar su trabajo, y él sería el principal artífice, por lo que su jefe tendría razones más que sobradas para alegrarse de tenerle como empleado. Así que durante algunas semanas, César se dedicó a representar con su mujer el papel de esposo cornudo e ignorante, al tiempo que finalizaba dicha negociación. Y cuando se convirtió en el héroe para su jefe y sus compañeros de trabajo, se ganó un aumento de sueldo y unas merecidas vacaciones. Fue entonces cuando empezó a idear la estrategia a seguir con su mujer.

Un día, cuando César tenía pensado el plan a seguir, le dijo a su mujer que la llevaría de compras, ya que a eso nunca se oponía ella, y eso le haría bajar un poco la guardia. Sería entonces después de eso, y cuando ella no se lo esperara, cuando él le diría todo lo que sabía de su amante, y soltaría todo el estrés acumulado tiempo atrás por esa situación. Sin embargo, todo cambió al empezar la tarde de compras, cuando César y Silvia se acercaron a una tienda de ropa, que presumía de tener el único e incomparable escaparate inteligente de la ciudad. En dicho escaparate había un curioso artefacto adosado a una pequeña pantalla de televisión. Un cartel situado al lado, explicaba que para usar el escaparate inteligente y averiguar qué era lo que más se deseaba de la tienda, una persona debía situarse frente al artefacto, mirar fijamente durante unos segundos, y el pensamiento revelado aparecería en la pantalla de televisión. A César le parecía una soberana estupidez, pero su esposa claramente demostró no pensar lo mismo, ya que sin pensarlo empezó a seguir las instrucciones para averiguar lo que más deseaba. Y tras un minuto de expectación, en la pantalla salió la siguiente frase: “Lo que más deseas de la tienda, es una falda floreada de tubo”. Y César empezó a reírse de semejante estupidez, aunque paró al observar poco después que su mujer estaba muy seria, y que le hablaba a cámara lenta:

- Pues es verdad, una de las cosas que más me apetecía comprar era una falda floreada de tubo, no me lo puedo creer.
- Cariño, es un truco publicitario, sólo eso, a saber la de veces que habrá salido esa frase u otra similar por esa pantalla.
- Piensa lo que quieras César, pero no ha sido casualidad. Voy a entrar a buscar esa falda, ¿vienes?- No, prefiero quedarme fuera, no vaya a ser que empiece a reírme como un loco dentro de la tienda.
- Está bien, hasta ahora.

Y Silvia se adentró en la tienda, mientras César se quedaba fuera mirando el escaparate. No dejaba de ser una estupidez, una ingeniosa treta elaborada para vender más. Pero tras la reacción de su mujer, a él le había picado la curiosidad. Así que observó a su alrededor, vio a algunas personas por los alrededores, casi todas salvo una distraídas mirando la pantalla de sus teléfonos, y empezó a usar el artilugio del escaparate. Tras un minuto de espera, y cuando iba a reírse por lo tonto que se sentía, la pantalla mostró una frase que le dejó helada la sangre: “Lo que más deseas de la tienda, es matar a tu mujer”.

La primera reacción de César fue mirar a su alrededor, por si alguien más había leído la frase de la pantalla. Un sudor frío empezó a invadir su organismo mientras observaba. Sin embargo, las personas que anteriormente estaban cerca, seguían mirando absortas sus teléfonos, y la única que no lo hacía estaba de espaldas. Así que César volvió a observar la pantalla, sintió una extraña sensación por el contenido de aquella frase, y se alejó parsimoniosamente del escaparate, deseando que la pantalla quedara nuevamente en blanco y nadie más pudiera ver lo que figuraba en ella. Tras un par de minutos, y cuando una pareja se acercaba hacia la tienda, la frase desapareció, y César sintió un enorme alivio en su interior. Sin saber cómo reaccionar, acabó entrando en la tienda, y tras buscar a su mujer, la encontró mirando una preciosa falda floreada de tubo. Silvia le saludó, y le dijo una frase que dejó aún más desconcertado a César:

- Es increíble cariño, es exactamente la falda que quería. Ríete ahora del escaparate.

En eso pensaba César, en reírse, pero no del modo en que se ríe una persona de forma normal, sino del modo en que lo haría un loco ingresado en un psiquiátrico. Aquella frase se aparecía continuamente en la mente de César, y llegó a tal punto que desmontó la estrategia que éste se había trazado para hablar con Silvia de su infidelidad. Tras pagarle a su mujer la falda, salieron de la tienda. El resto de la tarde de compras transcurrió para César a una velocidad equivalente al paso de varios años de vida, y trató de buscar explicaciones de todo tipo al deseo que había manifestado aquel escaparate inteligente. Sin embargo, y una vez que descartó los pensamientos de un truco publicitario (si moría una mujer la tienda perdía una fuente de ingresos potencial y estable), su mente redujo los campos de pensamiento. Podía ser cuestión de un error en la programación de aquel escaparate, ya que a fin de cuentas no dejaba de ser una máquina, y las máquinas tampoco eran perfectas. Podía ser incluso una broma demasiado macabra que por alguna razón se le había gastado a él. Lo que no era posible es que reflejara un auténtico deseo interior que César tuviera, pero del que conscientemente aún no había noticias. Sin embargo, y como si de un proceso selectivo se tratara, cuando César y Silvia llegaron a casa para cenar, él ya había descartado otro motivo, el de la broma macabra. Ya sólo quedaban dos, el error tecnológico, y el auténtico deseo. En condiciones normales no habría descartado la broma, sino que habría sido el deseo, pero durante el camino a casa recordó el informe del detective privado, la rabia que había azotado su interior, y eso le hizo descartar la broma. Error o deseo, esas palabras afloraron en sus pensamientos tras la cena, mientras daba vueltas en la cama, y finalmente dieron paso a la frase de la discordia: “Lo que más deseas de la tienda, es matar a tu mujer”.

Al día siguiente, y tras haber pasado la noche sin dormir, César se despidió de su adúltera mujer antes de que ella se fuera al trabajo, y se metió en la ducha. A veces la ducha le servía para despejar la mente y aclararle las ideas, pero en esa ocasión no hubo suerte, y la duda no dejaba de azotar su mente: error o deseo. Tras secarse y vestirse, desayunó, encendió la tele sin prestarle demasiada atención, y trató de distraerse pensando en otras cosas. Pero fue una tarea imposible. Probó suerte usando el violín que guardaba en su habitación, y que sabía tocar de manera competente. Pero tras las primeras notas de alguna canción que conocía, se quedaba encasquillado, y sus oídos protestaban del mismo modo en que lo hacen cuando ponemos un disco de música rayado y se oye el mismo sonido una y otra vez. Finalmente, César salió a pasear, y no volvió a casa hasta el mediodía, donde coincidió con Silvia. Comieron juntos, y ella se quedó viendo la tele mientras él se marchaba nuevamente a pasear. A lo largo de la tarde, una idea fue tomando paso en la saturada mente de César, y se acabó convirtiendo en lo único que podía sacarle de dudas. Así que cuando éste regresó a casa, ayudó a su mujer a preparar la cena, y una vez que cenaron le dijo a Silvia que había quedado con unos amigos para tomar una copa, y que estaría un par de horas fuera de casa.

Realmente no había quedado con nadie, había sido una mentira para poder ejecutar su idea, considerando que fuera posible. En muchos comercios existe la tendencia de dejar durante la noche algunas luces y escaparates encendidos, para que la gente pueda ver los productos, y César deseaba que en aquella tienda de ropa tuvieran esa misma costumbre. A medida que recorría calles rumbo a su destino, le temblaba el pulso y sentía cierta emoción, una emoción similar a cuando un universitario va a mirar la nota de la última asignatura que le queda en la carrera, y los nervios lo devoran por dentro. Así que cuando finalmente llegó al escaparate inteligente, sintió el deseo de dar saltos de alegría al comprobar que estaba encendido. Observó a su alrededor sin que hubiera nadie en aquella zona, y eso le relajó un poco. Antes de ponerse frente al escaparate, recordó la importancia de hacer aquello. Durante la tarde había llegado a la conclusión de que la pantalla mostraba lo que uno más deseaba del interior de la tienda, y en cuanto a su mujer sí que había acertado de lleno el artilugio adivinador. Sin embargo, en cuanto a él…

César se armó de valor, repitió la misma operación que había realizado la tarde anterior, y esperó a que la pantalla mostrara el resultado. Se había preparado para muchas frases, e incluso para la posibilidad de que saliera un error por no estar la tienda abierta o no estar su mujer dentro. Sin embargo…cuando la pantalla reveló su deseo, lo hizo con un ligero matiz respecto a la tarde anterior. Se habían suprimido tres palabras de “Lo que más deseas de la tienda, es matar a tu mujer”.  Tres palabras que daban un toque aún más aterrador a todo aquello. Y el deseo que arrojó la pantalla esa noche, y que hizo tiritar de frío a César, fue el siguiente. “Lo que más deseas, es matar a tu mujer”. Ya no había tienda de por medio en la frase, sino una reafirmación del primer deseo.

Y mientras César caminaba a casa, empezó a notar que algo cambiaba en su interior, dejando paso a una creciente necesidad de cumplir su deseo. Sin embargo, decidió que volvería algunos días después a aquel escaparate, y sólo entonces actuaría. Una vez que llegó a casa y se acostó en la cama con su mujer, tuvo un último pensamiento antes de dormir: si el deseo volvía a salir por tercera vez, entonces la mataría. Y es que la tecnología podía equivocarse, pero los humanos estaban abandonándose cada vez más a ello y a todo progreso mecanizado o informático, así que César pensó… ¿por qué iba a ser el único que no hiciera un buen uso de la tecnología?

30 de agosto de 2015

Premio Liebster Award


¡Es un placer compartir con tod@s vosotr@s mi primer premio y que llega por partida doble! Se trata del premio "Liebster Award". Recibí esta nominación y premio el 29 de agosto a través de María Campra Peláez desde su blog "Escritora Mamá". Y poco después, el 5 de septiembre, tuve el placer de ser nuevamente nominado y premiado por Oscar Ryan a través de su blog "Mi pequeña biblioteca".

Fue a final de julio de este 2015 cuando, con toda la ilusión del mundo, y con el ánimo de compartir con toda la gente posible mis historias, me decidí a abrir este blog. Es un placer estar conociendo desde el principio a gente como María y Oscar, cuyos blogs son una delicia para las personas que se animen a leerlo, y ambos son gran escritores. Sin lugar a dudas os animo a leer sus blogs y seguirles la pista.

Como este premio me ha llegado por partida doble y en un corto espacio de tiempo, seguiré las reglas del concurso de forma unificada, para abarcar ambas nominaciones al mismo tiempo.


Ahora toca cumplir algunas normas. Las normas de este premio son las siguientes:
  • Agradecer al Blog que te ha nominado y seguirlo.
  • Responder a las 11 preguntas que te han hecho.
  • Nominar a 11 Blogs que tengan menos de 200 seguidores.
  • Avisarles de que han sido nominados.
  • Realizar 11 preguntas a los blogs que has nominado. 

Las preguntas que María y Oscar me han hecho y que yo hago a mis nominados, son las siguientes:

1) ¿Cuánto tiempo llevas con el blog? 

Hice este blog el día 30 de julio de este 2015. A fecha de hoy llevo un mes con esta maravillosa experiencia literaria.

2) ¿Recuerdas el libro que te enganchó a la lectura?

La verdad es que no recuerdo el primer libro que me enganchó a la lectura, pero sí que recuerdo lo que me gustaban en mi infancia los libros de "El barco de vapor" y otros que eran de "Las aventuras del joven Indiana Jones".

3) ¿Cuál es tu personaje ficticio favorito?

Es muy complicado quedarse con un personaje literario, aunque el que más joven me enganchó fue Sherlock Holmes. Aún así, también he sentido especial empatía con personajes como Sirius Black de "Harry Potter" o Roland Deschain de la saga "La torre oscura".

4) ¿Has leído algún libro de terror? ¿Te gustó? ¿Te daba miedo?

He leído muchos libros de terror, la mayor parte de los cuales me han gustado. Algunos de esos libros sí que me han inquietado y me han enganchado, y por eso el género de terror es de mis favoritos tanto para leer como para escribir.

5) ¿En alguna ocasión has dejado un libro sin terminar?

Pues sí, he dejado a lo largo de mi vida unos cuantos libros empezados y sin terminar, bien porque según avanzaba mi interés se marchitaba, o bien porque no me despertaban sensación alguna para continuar con ellos.

6) ¿ Te gustaría escribir alguna novela?

Es precisamente uno de mis sueños, escribir al menos una novela, y poder crear un universo literario propio que siga el mayor número de personas posibles
.

7) ¿Alguna vez has soñado con algún personaje literario?

En efecto, aunque los personajes con los que he soñado han sido los que han acabado en mis historias, y por eso uso los sueños como una herramienta más para narrar historias. 

Por otra parte, sí que tuve algunas pesadillas en mi infancia con Pennywise, el payaso antagonista de "It (Eso)" de Stephen King.

8) ¿Algún autor con el que establezcas una relación de amor/odio?

Pues no, si odio a un escritor directamente no lo leo.

9) ¿Me recomiendas que visite algún blog literario en especial?

Recomiendo todos y cada uno de los blogs que he nominado, así como el de la persona que me nominó para este premio.

10) Si fueras a una cena y pudieras elegir a 3 personas literarias que te acompañaran... ¿cuáles elegirías?

Pues elegiría a Stephen King, a Robin Cook, y a Terry Pratchett. Seguro que King le daría un toque terrorífico a la cena, que Cook le aportaría el suspense que me gusta en sus novelas médicas, y que Pratchett me sacaría unas risas con su irónico humor.

11) Por último... ¿podrías darme algún consejo para mejorar mi blog?

El mejor consejo que puedo dar, es que se siga cultivando el blog en la medida de lo posible, y que no deje de ser una parte de la persona que lo escribe.



Y a continuación, procedo a nominar a los 11 blogs con menos de 200 seguidores. En algunos casos he escogido gente que supera esos 200 seguidores, pero he considerado que eran dignos de la nominación por las sensaciones que me despiertan sus blogs. Por otra parte, aunque con algun@s de vosotr@s aún no he tenido contacto, vuestros blogs me han gustado gustado y espero conoceros poco a poco. Pues bien, mis 11 blogs nominados son:

1) Cuentos de terror y profecías

2) En el rincón más oscuro de Jorge Hernández

3) Las letras suicidas de Campanilla Feroz

4) Misceláneas de la oscuridad - Mis cuentos de Soledad Fernández

5) Palabras narradas de Ricardo Zamorano

6) Relatos antilógicos de Santiago Estenas

7) Relatos del país de nunca jamás de Víctor Fernández

8) Relatos oscuros de Federico Rivolta

9) Relatos REM de Alberto Revuelta

10) Rincón creativo de Edgar K.Yera de Edgar K.Yera

11) Sonámbula que no despierta de Aida Aisaya

Con el deseo de gestar una buena amistad literaria con tod@s vosotr@s, enhorabuena por las nominaciones y espero que sigamos creciendo con nuestros blogs.




25 de agosto de 2015

Unas pinceladas de deseo


Aún era de día y la luz del sol se filtraba por las numerosas ventanas que había en el estudio de Silvia. Ella era pintora. Esa tarde tenía ante sí a un hombre semidesnudo, tumbado en un sofá, posando para ella. Silvia ya conocía a Manuel desde hacía años, pero nunca se habían visto como algo más que amigos. Sin embargo…desde el momento en que él se había quitado la camisa dejando su torso al desnudo, la mano de Silvia empezó a temblar ligeramente en el lienzo.

Los minutos pasaban mientras Manuel seguía posando, aún con los pantalones puestos, pero sin dejar de mirar a su pintora. Ella empezaba a notarse acalorada, y algo en su interior le hacía desear a Manuel. El retrato estaba quedando bien, le faltaba apenas una hora de trabajo. Únicamente los temblores en su mano derecha habían ralentizado los progresos. Ella se alegraba de que el temblor del pincel, notorio a la distancia a la que estaban, quedara oculto tras el lienzo. De pronto la asaltó un inquietante pensamiento. Se imaginó pintando sobre el cuerpo de Manuel, pero no con el pincel, sino con su lengua, recorriéndolo entero y dejando su saliva a modo de pintura invisible. Manuel debió notar algún cambio en ella, porque interrumpió el silencio del estudio preguntándole si estaba bien. Ella, sacada de aquel pensamiento, respondió que todo estaba en orden. Impulsivamente, le dedicó una cálida sonrisa, y notó que él se ruborizaba.
Por unos segundos, esa sonrisa quedó flotando en el aire, causando un profundo efecto en Manuel, el cual acabó lanzando otra sonrisa igual de cálida y cómplice. Ella volvió a retomar la pintura y fue avanzando durante un buen rato.

Los pensamientos de abalanzarse sobre Manuel empezaban a ser tan continuos, que ella empezó a notar mojadas sus bragas. Deseaba sentir los dedos de él jugueteando por su entrepierna, como pinceles mojándose en una pintura caliente. Volvió a dedicarle a Manuel una sonrisa para hacerle ver que todo iba bien, y él pareció captar sus pensamientos. Sin que ella le dijera nada, él se quitó los pantalones, y quedó tal como vino al mundo. Ella notó que su ropa le pesaba demasiado, y dejando el pincel en una mesa, empezó a desnudarse. En unos segundos, pintora y modelo quedaron igual de desnudos, pero con una diferencia: ella tenía la vagina mojada y él tenía una considerable erección.

Silvia volvió a coger el pincel y continuó retocando la pintura, pero con su mano libre empezó a masturbarse. Manuel hizo lo propio y con una de sus manos empezó a tocar su pene. Los minutos pasaron mientras ellos se miraban hipnotizados. Para cuando ella acabó el retrato, ni siquiera sintió deseos de mostrárselo a Manuel, ya habría tiempo más adelante. Los rayos de sol se habían tornado en oscuridad, y ella había encendido unas velas. Pensaba pasarse la noche entera disfrutando de Manuel. Al día siguiente, descubrió que él jamás volvería a ser un simple amigo. 

17 de agosto de 2015

Las miradas



A veces basta una sola mirada para que todo empiece. Una mirada que sirva de preludio para encender un fuego, o bien para congelar a quien la recibe. Esa mirada que esconde lujuria, deseo, o bien frialdad y desaprobación, y que muchas veces va seguida de una sonrisa. Es cierto que hay matices por el camino, y no todo es blanco o negro, ni todo se reduce al odio o al deseo. Sin embargo, el primer lunes de junio, Gustavo captó una de esas miradas dirigidas a él, y respondió de igual forma a su emisora.

Todo tuvo lugar en los juzgados de la Caleta, una zona de Granada capital. Gustavo era abogado, y estaba en el hall de los juzgados esperando para coger uno de los ascensores. Era muy temprano y aún no había mucha gente. Miraba distraído a las puertas de entrada cuando apareció ella. Era pelirroja, con el pelo recogido en una coleta, ojos azules, y labios de un rojo intenso a juego con su cabello. Iba ataviada con un bonito traje gris. Le sonrió a uno de los guardas de seguridad mientras pasaba por el detector de metales, y Gustavo quedó prendado de esa sonrisa. Pensó que en la intimidad debía hacer arder de placer a quien se la dedicara. Cuando ella pasó por el detector, sus ojos se encontraron con los de Gustavo. Ambos quedaron inmóviles un par de segundos, y como si formara parte de algo ensayado, se sonrieron a la vez, y apartaron la mirada como si les avergonzara haber hecho aquello. 

Cuando el ascensor llegó, Gustavo entró pensando que ojalá ella subiera también. Estaban cerrándose las hojas metálicas cuando un maletín interrumpió la acción, y una vez volvieron las hojas a abrirse, entró ella. La suerte le empezaba a sonreír, ya que sólo estaban ellos dentro. Podía respirar el dulce aroma que ella desprendía, y ella percibió el de Gustavo. Volvieron a mirarse de nuevo, sin mediar palabra, mientras el ascensor se cerraba. Gustavo se sentía atraído inmensamente por aquella mujer pelirroja, que aparentaba unos 30 años, edad similar a la suya. Observó sus manos, y no encontró ninguna alianza entre sus dedos. Se sorprendió de ver que, pese a lo descarado de su mirada, ella observaba lo mismo en sus manos. Una tercera mirada, seguida de una tímida sonrisa suya, fue el detonante necesario. Gustavo apretó el botón de parada de emergencia, y se abalanzó a besarla. No reparó en que podría haber parecido un acosador, pero desde que ella le sonrió por tercera vez, no pudo controlarse, y salió a la superficie su lado animal.

Le entusiasmó que ella le correspondiera el beso con igual pasión, y que incluso jugueteara con su lengua. Él volvió a mirarla antes de lamer su garganta con frenesí y lujuria, como si aquella piel fuera uno de sus alimentos favoritos, y no deseara otra cosa que no dejar de disfrutarlo. Ella hundió sus manos entre el cabello de él, y su respiración cada vez era más agitada, lo cual añadió un grado más de excitación. Volvieron a besarse, presos de un deseo tan animal como salvaje y primitivo. Ella tenía unos labios sumamente dulces y suaves, y ejercían un poderoso encantamiento para no dejar de besarlos. Sin dejar de besarse, las manos de ambos entraron en acción, desnudándose el uno al otro, hasta quedarse en ropa interior. Él llevaba un bóxer ajustado, y ella un culotte y un sujetador muy sugerentes, de los que transparentaban lo necesario. Tenía un cuerpo precioso producto del ejercicio, a juzgar por todo lo que Gustavo observó, y la joya de la corona era un pecho generoso, a pesar de ser una mujer delgada. Ella observó el torso musculado de él, y se agachó para recorrerlo con su lengua, yendo desde el bóxer hasta su cuello, y volviendo atrás en ese camino. 

Gustavo sentía un placer enorme, y poco le importaba en ese momento el juicio al que debía asistir, así como la hora a la que fuera. Cuando ella volvió a levantarse para besarle, él le quitó el sostén para lamer sus pechos, prestando especial atención a sus pezones y las areolas que los rodeaban. Quería morder aquellos pezones, pero antes deseaba recorrer su torso con la lengua, y, copiando el punto de salida que ella había tomado antes, subió desde la parte delantera del culotte, hasta su cuello, e hizo una bajada a sus pechos. Ahora sí notaba una nueva velocidad en la respiración de ella, y un endurecimiento de sus pezones. Sin más dilación, y mientras le acariciaba la vagina por encima de la tela, empezó a mordisquear aquellos duros pezones, y a jugar a intervalos con su lengua sobre esa zona. Lo hacía todo con tal destreza, que ella empezó a suspirar.

Conscientes de que no dispondrían de todo el tiempo del mundo en aquel ascensor, se quitaron lo que les quedaba de ropa interior, y observaron sus genitales. Ella estaba totalmente depilada, y él tenía poco vello. Preparando el terreno, y pese a que en ambos sexos era visible la excitación, se masturbaron mientras se miraban a los ojos. Gustavo deseaba ardientemente lamer aquella parte de ella, así que impulsivamente se agachó y empezó a lamerla. Se le humedecía la lengua más a cada instante, y ella ya no suspiraba, sino que empezaba a gemir. Gustavo paró, empotrándola a ella en una de las paredes del ascensor de cara a él, y entonces ella se introdujo su pene desnudo. Estaba realmente húmeda, y él le iba a la zaga. La penetración arrancó despacio, pero poco a poco fue cobrando un ritmo vertiginoso, mientras no dejaban de besarse y sus cuerpos empezaban a sudar. En los momentos en que no se besaban, ella jadeaba excitando infinitamente a Gustavo. Pasados algunos minutos, y siendo cada vez más notorio el sonido de la penetración debido a la humedad de ambos, Gustavo se sentó en el suelo, y ella se sentó frente a él sobre su pene. Eso facilitaba volver a morder sus pezones, y así lo hizo Gustavo mientras ella le cabalgaba con intensidad.

A ratos se miraban sin pestañear, a ratos se besaban, y a ratos jadeaban. Fue ella la que escogió la siguiente postura poniéndose a 4 patas, sin duda esperando su erecta visita de nuevo. Gustavo la penetró con furia, agarrándola primero de la coleta y dándole algunos tirones sin excederse de fuerza. Ella movía las caderas con soltura, y cada vez era más visible el sudor en toda su piel. Era reconfortante y sumamente excitante el notarla cada vez más encendida. Ella estaba tan excitada y disfrutando tanto que sentía muy cercano el momento del clímax. Cuando Gustavo notaba que pronto iba a eyacular, le soltó el pelo, se acercó para besarla en el cuello, y tras mirarla con intensidad a los ojos, intuyendo que ella también estaba a punto, descargó en su interior. Ella recibió la última oleada de placer antes de tener un orgasmo, sintiendo a Gustavo en su interior en todo momento. Por un instante, Gustavo pensó que aquello habría sido pasarse de la raya, pero ella movió nuevamente su cintura sin desacoplarse. Poco a poco se separaron, no sin dejar de mirarse y sonreírse, sabiendo que aquella travesura les había hecho cómplices en un sentido muy intenso y profundo. Se quedaron un par de minutos acariciándose.

Volvieron a besarse, y empezaron a vestirse. Cuando estaban ya con toda la ropa puesta, y una vez que se secaron el sudor de la cara, Gustavo volvió a besarla, y puso en marcha el ascensor. Se sorprendieron y echaron a reír al mismo tiempo, al ver que iban a la misma planta. Por suerte no les miró nadie de forma sospechosa una vez llegaron, a pesar de que la planta estaba abarrotada. Se despidieron con una última mirada cómplice, y se fueron cada uno a un extremo.

Gustavo miró su reloj y vio que había estado más de media hora en el ascensor (sabiendo que se habría tirado horas y horas con ella en otro lugar), y su juicio estaba a punto de empezar. Se dio cuenta de que se dirigía a la sala equivocada, y tras un par de minutos, encontró la correcta. Y su corazón parecía una locomotora a toda marcha cuando volvió a verla allí, sentada en el estrado rival. Ocupó su lugar frente a ella, y esa mirada volvió a conectarlos a ambos. Mientras se presentaban las partes, descubrió que se llamaba Gema. Y entonces Gustavo supo que, a pesar de tener un caso sencillo, y a pesar de que ella era la abogada rival, iba a retrasar el juicio tanto como pudiera. Así podrían verse de nuevo. Se habría sentido muy afortunado en ese momento de saber que ella deseaba verle nuevamente, y que no tardarían mucho tiempo en volver a coincidir, esta vez en un lugar escogido por ambos, y sin necesidad de mirar los relojes. Y es que a veces basta una mirada, una sola mirada que haga arder todo.

7 de agosto de 2015

El poder de la biblioteca

Aquel día llovía sin cesar y con violencia, como si no hubiera un mañana y las calles debieran inundarse para atestiguarlo. Nuestro protagonista había terminado de comer, y nada más salir del restaurante donde había transcurrido su comida de negocios, abrió su paraguas y se dejó envolver en el vendaval de agua y viento que golpeaba incesante las calles de la ciudad.

A mitad de camino de su casa, se rompió el paraguas y se sintió indefenso. Fue entonces cuando vio el letrero de “Biblioteca” en un edificio cercano. Movido por un fuerte impulso, y por el deseo de no mojarse demasiado, decidió entrar. Fue andando de un lado a otro, y la curiosidad le llevó a una espaciosa estancia con butacas similares a las de una sala de cine, e infinidad de libros. Paseó la vista por muchos de ellos, y escogió uno de un autor que recordaba de su adolescencia. Se sentó en una butaca, tamborileó los dedos sobre la cubierta, y lo abrió. A medida que la lectura avanzaba experimentaba muchas sensaciones, y sentía como si volviera a su juventud, en la que devoraba multitud de libros, y cada uno le regalaba multitud de sensaciones ahora olvidadas en tantos años de trabajo y apatía lectora.

Se notaba en armonía consigo mismo a cada página que pasaba. El trance de emociones fue tal, que sólo volvió a la realidad y levantó la cabeza del libro cuando un empleado se acercó y le dijo que era hora de cerrar. Dejó el libro en su lugar y salió a la calle: ya era de noche y no llovía. Había entrado al mediodía de casualidad y para resguardarse del agua, y salió de noche deseando no haber dejado de leer durante tantos años, agradeciéndose haber entrado en aquel lugar. Cuando las luces del edificio se apagaron del todo, nuestro protagonista ya estaba ansioso por volver al día siguiente. Bendita lluvia.