Era de madrugada cuando Alejo, que se encontraba metido en su cama y tapado con el nórdico de Darth Vader hasta la barbilla, escuchó algunos ruidos procedentes del salón de casa. Extrañado por aquello, giró la cabeza en dirección hacia su mesilla de noche, sobre la cual había un despertador de Spiderman colgando boca abajo de una telaraña. Faltaban apenas unos minutos para las dos de la madrugada, una hora en la que sus padres seguramente ya estarían dormidos, al igual que sus hermanas mellizas. Y no era para menos, pues cuando despuntara el alba, la familia al completo se divertiría y emocionaría abriendo sus regalos navideños.
Como continuaban los sonidos en el salón, Alejo pensó que tal vez su madre y su padre no estuvieran en la cama todavía. Quizás ambos, o al menos uno, podía encontrarse terminando de envolver o poner junto al árbol algunos regalos. Alejo ya sabía desde hacía tiempo que Papá Noel no existía, al menos no como figura real, sino más bien como invención para endulzar el espíritu de la época navideña. Pero a pesar de eso, y de contar ya con doce años de edad, el chico seguía viviendo con ilusión cada noche previa a la mañana de los regalos. Y ahora que estaba despierto, sentía una punzada de curiosidad por ver qué sucedía en aquella estancia de la casa donde no reinaba el silencio.
La idea de destaparse no le apetecía para nada, porque últimamente las noches eran bastante frías. Pero claro, a medida que lo pensaba, sentía una mayor atracción por la idea de cotillear un poco. Y al final echó su nórdico hacia delante, bajó los pies de la cama, y cogió sus pantuflas de Linterna Verde, que emitían un resplandor verde en la oscuridad. Le encantaban aquellas zapatillas de estar por casa, le hacían sentirse un auténtico superhéroe. Y la sensación se reforzaba echando un vistazo a su pijama de Hulk, que simulaba en el torso los músculos del gigante esmeralda. Alejo no se equivocaba antes sobre el frío que pasaría fuera de la cama, así que buscó su bata por la habitación. Una vez que se la puso y terminó de atársela a la cintura, abrió con cuidado la puerta para no hacer excesivo ruido. Prestó especial atención a los ruidos del salón, por si se interrumpían mientras él salía del dormitorio. Como todo seguía igual, se encaminó hacia las escaleras del final del pasillo.
Movido por esa creciente curiosidad, Alejo bajó con suma cautela los peldaños de la escalera. Parecía un ninja consumado. Sintiéndose un poco como Daredevil, puso todo su empeño en precisar mejor qué sonidos estaba escuchando del salón. Parecía como si alguien estuviese cortando papel de regalo de una forma un poco tosca, sin usar tijeras sino las manos, y además arrugase el papel en el proceso. Pero también logró identificar el sonido de cartón siendo manipulado. ¿Quizás una caja que era abierta o cerrada? Como quería saber quién estaba junto al árbol, terminó de descender hasta la planta baja. Para entonces todo sonido cesó por completo. Parecía que le hubiesen detectado dirigiéndose hacia el salón. Alejo, un tanto decepcionado, se pegó a una de las paredes del pasillo, y estiró la cabeza para mirar al interior de la estancia, y vio... ¡que allí no había nadie!
No es que hubiese esperado encontrar allí a un hombre barbudo con sobrepeso, sino a su madre o su padre terminando de envolver o preparar algo. Pero no ver a nadie... era extraño. Aunque esa circunstancia no era precisa por completo. Sintiéndose algo inquieto, Alejo observó que, junto a muchos regalos colocados al pie del árbol de Navidad, había uno más grande que el resto, y que además se agitaba un poco, como si en su interior hubiese algún juguete funcionando, o quizás... ¿una mascota intentando salir? Aquella idea era un tanto descabellada, a nadie se le ocurriría meter a un animal en un espacio así, no mayor que el tamaño de una lavadora, y cerrado y envuelto en papel de regalo. Pero ahí estaba aquello. Alejo se acercó y, en un análisis meticuloso, observó que sus suposiciones de antes eran ciertas, podía ver que aquel envoltorio había sido cortado de forma un poco chapucera y el papel estaba arrugado en distintas partes. La caja volvió a agitarse, y el chico cayó hacia atrás asustado. No solo tenía las dimensiones de una lavadora, sino que casi vibraba como si fuera una de verdad.
¿Y si realmente había algún animal ahí? Alejo recordó que una de sus hermanas había pedido repetidas veces que le regalasen un perro. Es posible que sus padres al fin claudicaran a aquella petición. El chico se acercó nuevamente a la caja, que seguía vibrando, y puso la oreja a escasos centímetros del papel que la envolvía, por si escuchaba algún sonido propio de un animal asustado o enrabietado, pues todo era posible si se sentía atrapado en un lugar cerrado. Por un instante, creyó oír una especie de gemido, y eso le hizo decidirse por abrir aquello.
Con cuidado, Alejo comenzó a abrir el papel de regalo. Iba a extralimitarse, porque no debía hacer aquello hasta dentro de unas horas y en compañía de su familia. Pero algo en su interior le decía que algo no iba bien allí. Con el papel fuera, quedaba la caja de cartón como sospechaba. Al mismo tiempo que empezaba a abrir las solapas de la misma, la agitación del interior era más intensa. Cuando la abrió por completo, y como si se tratase de una caja sorpresa con un payaso que saltase debido a algún resorte, algo espeluznante salió del interior, agarró a Alejo, y se lo llevó dentro de la caja, arrastrándolo por un pasaje de oscuridad infinita hacia un lugar del que no volvería jamás. Durante aquel viaje a la perdición, Alejo no dejó de pensar en los enormes dientes y los brillantes y deformes ojos de la criatura que salió de la caja. El último vestigio de Alejo en este plano de la realidad, fue el brillo de sus zapatillas, que se fue atenuando a medida que su portador se perdía en la oscuridad.
Más niñas y niños sufrirían aquel mismo destino durante esa noche. Para aquellos seres de otra dimensión, ahí radicaba el placer de los regalos navideños, en ocultarse en aquellos objetos inofensivos a la vista, y valerse de la ilusión con la que sus víctimas abrían sus regalos, desconocedores de que sería lo último que harían en sus vidas.
Hola J. Carlos, mucho tiempo sin leerte. Este relato muy acertado para estos días. Da un poco de miedo al final. El relato me iba llevando de la mano y pensaba que al final sería un sueño, pero nos hemos topado con un monstruo come niños. Me ha gustado.Un abrazo.
ResponderEliminarHola, desde luego, bastante tiempo de la última vez. Ya me conoces un poco, aunque esta época sea propicia para textos más alegres, quería seguir fiel a esa vuelta de tuerca final, así que si te he conseguido engañar un poco, ha merecido la pena jeje. ¡Otro abrazo!
EliminarHola, José: estremecedor relato. Felicitaciones. Mientras no sabía que había dentro de la caja, se me cruzaban imágenes de Gremlins, El Grinch o La Noche antes de Navidad, pero terminó siendo mucho más siniestro, ja. Las imágenes infantiles son no solo muy fuertes sino también reconocibles para muchos de nosotros, al igual que los terrores. Narciso Ibáñez Menta decía que lo que nos gusta del terror es que nos hace sentir niños nuevamente. Un abrazo, José... y muchas gracias por el relato
ResponderEliminarHola Rodolfo, y felices fiestas je je. Gracias por comentar. No suelo escribir relatos ambientados en esta época, pero la idea de ir un poco contracorriente respecto al espíritu feliz de la mayoría de historias temáticas, me sirvió de estímulo para contar esto. Hace mucho escribí una historia similar que fue dibujada por un amigo, y el resultado gráfico de ver a un niño ir hacia su perdición es impagable. Sin duda el terror despierta en todos nosotros una variedad increíble de emociones derivadas, así que no podría estar más de acuerdo con esa afirmación final. ¡Otro abrazo y gracias por leerme!
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