Nota introductoria: Aunque este texto puede leerse de manera independiente, la anterior aparición de Windor, en la que cuento cómo vuelve de un paseo por el bosque cercano al castillo, así como el primer encontronazo de Windor con Tribonia la asesina, contratada por Letrinus para matar al rey Berinio, tiene lugar en "Un peligro llamado Letrinus" (para leerlo, clickad en el título).
Este texto que podéis leer a continuación, retoma la historia de Windor tras ese encontronazo con la asesina, así como nos muestra las posibles dificultades que tendrá esta mujer para llevar a buen término su encargo.
Cuando ser asesina es una profesión de riesgo
Para cuando Windor pudo
soltarse al fin de la correa del perro, estaba tirado boca abajo en el suelo y había
arramblado con la mitad de la decoración del pasillo principal de entrada del
castillo. Era fácil ver tiradas por el suelo partes de armaduras, algunos
candelabros (que por suerte estaban apagados), y otros objetos que ahora
convertían el suelo en una pista de obstáculos. No obstante, la persecución del
perro al gato debía seguir activa, porque Windor escuchó gritos y golpes
procedentes de la sala de audiencias. Si el rey Berinio estaba en aquel momento
allí, era mejor no adentrarse en la estancia. Por si se daban cuenta de que el
culpable de todo ese jaleo era el pobre Windor.
Cuando el mago logró
reincorporarse un poco, vio con espanto que su barba postiza se había despegado
por completo, quedando tirada junto al yelmo de una de las armaduras desmontadas.
Después de hacerse con ella, comprobó que todavía servía el adhesivo de gran
parte de la misma. No obstante, la pregunta que afloró a la cabeza de Windor
era el aspecto que tendría en aquel momento su cara, ya que desde que llegó a
Trascania, no se había quitado la barba excepto para asearse, y llevar tanto
tiempo algo pegado con adhesivo no era muy saludable. Así que su curiosidad le
pudo y, tras acariciarse una de las mejillas con la mano, notó irritada la piel
por el escozor que acababa de sentir. De todas formas, se volvió a poner la
barba postiza en la cara, pero se juró a sí mismo que ese día sería el último
que la llevara. Si un mago era más digno de confianza por tener barba, él no
volvería a afeitarse nunca, aunque no le saliera más que pelusilla.
Aunque tardó un poco en
acordarse de la chica a la que había derribado en la entrada del castillo,
Windor salió al exterior en cuanto se colocó la barba. Los vendedores
ambulantes comentaban entre ellos lo que había pasado, y la paloma seguía
posada en la roca y contando su dinero. Dos de los guardias reales estaban
atendiendo a Tribonia en aquel momento, que seguía tumbada en el suelo, pero
empezaba a abrir los ojos. Cuando Windor se acercó a ese lugar, observó algunos
objetos que había tirados alrededor de la mujer: cuchillos de distintos tamaños,
frascos con líquidos de colores variados, una cerbatana y varios pequeños
dardos, y algunos saquitos de tela, de esos en los que el cocinero real solía
guardar las especias y otros condimentos.
Sin duda aquella mujer
debía tener una profesión peculiar para llevar aquello encima. Letrinus
observaba toda la escena desde la ventana de sus aposentos. Estaba bastante
inquieto por si descubrían la profesión de Tribonia y su razón para estar allí,
habida cuenta de que su material de trabajo estaba esturreado al lado de ella. Windor
iba a llegar a una acertada conclusión a ese respecto cuando Tribonia habló,
rompiendo su concentración:
- ¿Qué ha pasado? Lo último
que recuerdo es que alguien me tiró al suelo- y al ver a Windor entre los
guardias lo señaló-. Fuiste tú.
- Le pido mil disculpas
señorita- los pensamientos de Windor ahora no eran sobre la profesión de la
mujer, sino sobre su culpa para dejarla inconsciente-, pero no fue culpa mía-
como si quisiera echar balones fuera, un fogonazo exculpador acudió a su
cabeza-. Fue… ¡el perro del castillo!
- ¿El perro? - inquirió uno
de los guardias-. Esto es culpa suya consejero, nadie en su sano juicio le ha
puesto una correa a ese diablo con patas, y usted tuvo la osadía de hacerlo.
Sin olvidarnos de que vino acompañado de un gato.
- Sí, eso sin duda provocó
todo este desastre- secundó el otro guardia-. No solo vino con un gato, sino
que intentó detener al perro cuando empezó su persecución. ¿A quién se le
ocurre?
- Yo no quise ponerle la
correa al maldito perro- Windor supo que no iba a hacerse ningún favor si se
defendía con la premisa de su hechizo fallido hacia el perro, y optó por desviar
el tema-. Pero da igual, lo importante es que ella está bien- Windor dirigió su
atención a Tribonia-. ¿No es así, señorita…?
- Mirta Pascal- Tribonia
respondió automáticamente dando su nombre falso para las misiones-.
- Muy bien señorita Pascal,
yo soy Windor, mago y consejero del rey Berinio, y lamento este incidente. Iba
usted hacia el interior del castillo, ¿verdad?
- Sí, así es- y Tribonia
recordó que ese era el nombre tachado en el pergamino que le dio Letrinus-.
Hasta que usted tuvo la indecencia de darme un recibimiento tan accidentado.
- Sí, ¿qué clase de
consejero trata así a las visitas? – como si lo hubieran ensayado previamente,
los dos guardias hablaron al unísono-.
- Ya me he disculpado- y a
la mente de Windor acudieron los objetos esparcidos alrededor-. Pero me
preocupa otra cosa ahora, ¿a qué se dedica usted señorita Pascal? Esos instrumentos
no me parecen nada inofensivos para entrar al castillo.
- ¿Cómo? – Tribonia no se
había dado cuenta hasta ahora de que parte de su arsenal de asesina estaba a la
vista de todos, y tuvo que reaccionar rápido con un buen ataque-. ¿Me tira y
encima me interroga por mi oficio?
- Tiene razón consejero, no
me parece una pregunta muy pertinente- la respaldó uno de los guardias-.
- ¿No lo es? ¿No debería
saber un guardia real a qué se dedica una persona que entra en el castillo? –
otra intuición acudió al rescate de Windor, que señaló los objetos a su
alrededor-. ¿Y si ha venido a matar a alguien? ¿No ven peligrosos estos
cuchillos, o esa cerbatana?
En aquel momento,
Letrinus, que estaba escuchando perfectamente la conversación, tenía la
sensación de que le faltaba el aire. El maldito Windor estaba cerca de
desenmascarar a Tribonia. Si eso ocurría, ella no podría matar el rey, y
Letrinus no conseguiría humillar a Windor expulsándole del castillo y de
Trascania. Su malvada mente se puso a funcionar a toda máquina y decidió salir
corriendo de sus aposentos. Iba a ir a la entrada del castillo y sacarle las
castañas del fuego a la asesina. Y pensaba pedirle que le devolviera parte del
dinero que él le había pagado por el encargo. Era una compensación justa si le
salvaba el pellejo a ella. Mientras Letrinus recorría el castillo se felicitaba
por lo inteligente que era, sabiendo sacar beneficio de las situaciones más
adversas. De no ser porque se encontró algunos guardias y sirvientes en su
camino, se habría vuelto a aplaudir a sí mismo por su astucia.
Mientras tanto, en el
exterior del castillo continuaba la charla:
- No soy ninguna asesina-
se defendió Tribonia, poniéndose lentamente en pie con la ayuda de los
guardias-. ¿Cree usted que entraría al castillo por la puerta principal si
quisiera matar a alguien? - realmente había sido su intención cuando
inspeccionaba el entorno y vio lo fácil que era acceder al castillo-.
- Bueno, visto así… -
Windor no sabía cómo contraatacar a esa respuesta-. Pero sigo pensando que esos
objetos no pueden tener un buen uso.
Letrinus estaba a punto
de hacer su entrada triunfal cuando Tribonia salió del aprieto, dejándole
petrificado. Se ocultó tras una columna, pero tenía buena visión del grupo de
personas, y podía oír bien lo que decían. Al final no volvería a recuperar
parte del dinero que le había dado a la asesina para matar al rey. Al menos no
en esa ocasión. Maldita su estampa.
- Supongo que el buen o mal
uso depende de quien lo ponga en tela de juicio- Tribonia se señaló con el dedo
pulgar-, soy taxidermista. Quería entrar en el castillo para ver si podía
ofrecer mis servicios al rey.
- Eso me cuadra- añadió uno
de los guardias-. Alguien que se encargue de disecar animales usaría esos
artilugios.
- Sí, sin duda parece una
respuesta sincera- convino el otro guardia-, si fuera una asesina la habríamos
detectado- y queriendo darse importancia, irguió el pecho-, porque… ¡somos los
guardias del castillo, primera línea de defensa del rey Berinio!
- Ya… no niego su
importancia soldados- en aquel momento Windor se sentía demasiado hastiado para
seguir discutiendo el oficio de Tribonia, pues lo que dijo tenía cierto
sentido-. Lo mejor será que me vaya, así cada uno podrá continuar con sus
ocupaciones.
- Muy bien- y Tribonia
empezó a recoger sus objetos del suelo-.
- Que tengan todos un buen
día- dijo Windor antes de poner rumbo al interior del castillo, observando que
los comerciantes seguían con sus cuchicheos-.
Letrinus lo vio acercarse
y se marchó casi a la carrera, para no ser visto por el mago. No obstante,
antes de llegar a la puerta de sus aposentos, un gato se cruzó en el camino de
Letrinus, haciéndole perder el equilibrio, el cual quedó roto por completo
cuando el perro del castillo, que seguía su persecución, se lo llevó por
delante. La mala suerte hizo que el extremo de la correa que ondeaba alrededor
del cuello del perro se enganchara en un pie del asesor laboral, siendo éste
arrastrado por el animal en su persecución del felino. Todo aquello había sido
culpa de Windor, así que cada centímetro del pasillo que Letrinus recorría
enganchado al animal era una oportunidad para odiar más y más al mago. Y así
estuvo, potenciando su odio durante varios pasillos del castillo, hasta que un
guardia pudo cortar la correa con su espada y el perro siguió su persecución. Todo
era culpa de Windor, el maldito mago y consejero. Letrinus ansiaba su momento
de venganza.
Una vez que Tribonia hubo
recogido todas sus cosas y los guardias del castillo estaban nuevamente en sus puestos
de vigilancia, la asesina decidió que tenía dos opciones: intentar nuevamente
entrar en el castillo, o dejar aquello para otro momento posterior. Pero era
una asesina, y no fue instruida para posponer cosas tan simples como un
reconocimiento. Además, su curiosidad iba en aumento respecto al consejero
real. Como Letrinus había anotado su nombre en el pergamino que le entregó,
estaba claro que, pese a tachar posteriormente tal nombre para poner el del
rey, Windor debía ser una auténtica molestia para Letrinus. Y Tribonia
comenzaba a preguntarse el por qué. El incidente con el perro le podía pasar a
cualquiera, aunque Windor no estaba exento de pericia mental, habida cuenta de
las conclusiones a las que parecía llegar sobre los objetos de Tribonia que vio
en el suelo. No obstante, esa inteligencia era inversamente proporcional a la
de los guardias reales, que no habían sospechado nada. Esta última reflexión
fue el impulso definitivo para que la asesina se dirigiese a la puerta del
castillo, accediendo sin oposición de los guardias. ¿Sería Windor un obstáculo,
por pequeño que fuese, para asesinar al rey?
Cuando Windor era
pequeño, su madre le dijo una vez que si alguien estaba pensando en él, podía
sentir un picor en la oreja. La intensidad del picor iba en función de si eran
pensamientos buenos o malos. Y aunque siempre lo había considerado una
tontería, Windor pensó que en aquel momento alguien debía de estar lanzando
juramentos en arameo contra él, porque su oreja izquierda le picaba una
barbaridad. Y la derecha le picaba un poco, así que otra persona debía tenerle
en su cabeza, con una finalidad aun sin definir. El mago se rascó ambas orejas
con sumo placer, y se adentró en el salón del trono. Por suerte las
consecuencias de la persecución animal estaban ya minimizadas, porque todos los
sirvientes y empleados del castillo allí presentes estaban ordenando todo. Una
mirada al trono le bastó para saber que Berinio no estaba allí, así que eso le
tranquilizaba.
Se marchó de allí para
dirigirse a la biblioteca. Quería saber cómo le iban las cosas a Sarperit, la
bibliotecaria octogenaria que habían contratado para administrar el lugar.
Cuando Windor llegó al mostrador de la entrada no vio ni rastro de la mujer.
Así que decidió darse un paseo por las distintas secciones de libros, por si la
encontraba. Y la vio limpiando con un trapo una de las estanterías. Windor se
preguntó cuánto tardaría en adecentar la biblioteca, habida cuenta de que el
ritmo de trabajo de aquella mujer era muy parsimonioso. Impulsado por su
incansable deseo de ayudar a la gente y facilitarle la vida mediante el uso de
la magia, Windor volvió a la entrada de la biblioteca, sacó su varita, y
pronunció un hechizo mientras agitaba su herramienta de trabajo. Si las cosas
hubieran salido del modo que debían, en medio de la estancia habría aparecido
un pequeño remolino de viento que solo atraería a su interior el polvo. Al
menos era la idea. Windor lo habría jurado ante cualquiera.
Pero en lugar de eso,
apareció una especie de agujero negro, del cual comenzaron a salir conejos
blancos, que no tardaron en brincar de una estantería a otra, levantando todo
el polvo posible. Eso sin contar los que se escapaban del lugar para dirigirse
a otros lugares del castillo. En cuestión de segundos, y mientras seguían
surgiendo más conejos del interior del agujero, la biblioteca estaba llena de
nubes de polvo. Windor oyó a Sarperit estornudar una y otra vez. Y pensó en lo
triste que había sido querer ayudarla en la limpieza y provocar que las cosas
empeorasen. Ya no se trataba de limpiar polvo, sino de atrapar también conejos,
que seguramente defecarían en las estanterías en cualquier momento. Una
catástrofe. Así que Windor hizo acopio de toda su concentración, y con otro
meneo de su varita pudo lograr que el agujero succionara a todos y cada uno de
los conejos que había alrededor, cerrándose posteriormente. Sarperit seguía
estornudando, pero el sonido cada vez era más cercano, así que Windor se agarró
la parte baja de la túnica, y salió corriendo de allí. Sabía que no todos los
conejos habrían desaparecido, pero al menos sacó una importante reflexión de
aquella experiencia: ya sabía hacer aparecer a esos animales de la nada, y le
sería útil cuando quisiera hacerlos salir de su sombrero en algún espectáculo
mágico.
En todo el mundo, solo
había una cosa a la que Tribonia fuese alérgica: los conejos. Es por eso que,
cuando la asesina estaba recorriendo diferentes zonas del castillo para ubicar
los aposentos del rey, vio un par de conejos brincar en su dirección. En el gremio
de asesinos enseñan muchas cosas, pero justamente una de ellas no es hacer
frente a todo aquello a lo que una persona es alérgica, así que Tribonia, tras
estornudar un par de veces, no tardó ni un instante en salir corriendo de allí.
Ella no sabía que esos conejos habían aparecido por culpa de Windor. Ni tampoco
pudo adivinar en ese momento de huida que ser asesina iba a ser una profesión
de riesgo en el reino de Trascania. Pero no tardaría mucho en ser consciente de
ello. Había podido adentrarse un poco en el castillo, y no le preocupaba mucho
la dificultad de atentar contra el rey, ya que, si su guardia era igual de
ineficaz que los hombres de la entrada, la cosa sería sencilla. Pero en ese
momento era imposible que pudiera saber que quien más problemas le daría, sería
Windor. Por desgracia para ella. Pronto lo sabría.
Continuará...