Introducción: En el anterior texto (
podéis leerlo aquí), presenté a Andrés Ibáñez Monachil, un periodista de sucesos paranormales, que trabaja en la revista "Crónicas de lo Oculto". Andrés recibió una llamada de la dueña de una librería ubicada en Almuñécar, un pueblo de la costa de Granada. Y animado por la posibilidad de investigar un nuevo suceso paranormal, Andrés se prepara para viajar hasta la librería.
Capítulo 1 - Libros del alma
Una vez que reservó una habitación donde hospedarse, Andrés se encontraba en su despacho terminando de preparar todo el material de trabajo que necesitaría para manejarse adecuadamente sobre el terreno, cuando volvió a sentir ese cosquilleo interior ante la posibilidad de estar cerca de experimentar una nueva vivencia paranormal. Aquella era una de las cosas que le hacía disfrutar de su profesión y su estilo de vida, dedicados por completo a la búsqueda de descubrir nuevas historias que le recordasen que hay algo más allá de la existencia terrenal.
Prácticamente entre unas cosas y otras se le fue la tarde, y justo cuando se aseguraba de tener nuevas cintas para su grabadora, apareció su jefe para avisarle de que pronto era hora de cerrar. Andrés terminó de guardar todo entre la bandolera que solía usar y una bolsa de deporte, y acompañó a su jefe hasta el ascensor, despidiéndose de él cuando llegaron al sótano, aunque asegurándole que le informaría de lo que aconteciese en tierras granadinas.
Cuando Andrés llegó a su plaza de aparcamiento, metió la bandolera y la bolsa en el maletero de su apreciado Citroën Ds "Tiburón", coche que había heredado de su padre, y que no solamente recordaba al clásico del cine de Steven Spielberg por el sobrenombre, sino también por los colores, mezcla de blanco y azul marino, similares a los de un tiburón de verdad. Andrés arrancó el vehículo, y puso rumbo a su casa, donde tendría tiempo de comer algo y preparar una pequeña maleta con ropa antes de acostarse.
Al día siguiente, Andrés se puso en marcha desde temprano. Desayunó algo rápido y no tardó en lanzarse a la carretera. Era algo curioso que abandonara "La Isla" de San Fernando, una localidad rodeada de agua, a bordo de un vehículo apodado "Tiburón", para tener como destino otra zona unida al mar. Durante las horas de trayecto, alternó la escucha de la emisora "Rock Fm" con la reproducción de su grabadora, repasando así sus notas sobre el nuevo caso a investigar. No se encontró demasiado tráfico en el recorrido, así que llegó a media mañana a Almuñécar. Hacía buena temperatura y el cielo estaba totalmente despejado de nubes.
Andrés ya conocía un poco la zona de haber veraneado un par de veranos allí, así que no le costó llegar al hostal donde había hecho su reserva. Aparcó el vehículo en una calle aledaña, cogió la bolsa de deporta y la maleta, y se registró en el hostal. Después de dejar el equipaje en la habitación, y llevando consigo la bandolera, que contenía cosas que le harían falta, decidió dar un paseo hasta la librería. No tenía previsto entrar todavía en el establecimiento, ya tendría tiempo de ello a lo largo de las siguientes horas. Primero deseaba familiarizarse más con la zona donde se encontraba el lugar de los sucesos, lo cual implicaba dar vueltas y charlar un poco con algunas personas comerciantes locales, por si descubría datos de interés para su investigación.
Hacia el mediodía, y como el tiempo acompañaba, Andrés disfrutó de una copiosa comida en la terraza de uno de los bares que conocía. Cuando terminó de tomarse un café, decidió caminar por el paseo marítimo para hacer la digestión menos pesada. Pronto iría a la librería, así que comenzó a repasar mentalmente todas las cosas que sabía sobre el nuevo caso paranormal que podía tener entre manos. Hasta donde había podido averiguar por las conversaciones con los lugareños, "Libros del alma" llevaba abierta al menos cuatro años, aunque el local donde estaba ubicada había sido anteriormente otra librería, que estuvo en funcionamiento casi tres décadas, hasta que Celeste entró en escena. Andrés sabía que debía hablar de tal circunstancia con Celeste, y por eso no quiso averiguar demasiado de la anterior persona propietaria de la librería. No le sería difícil encontrar respuestas de la misma forma que horas antes, pero primero quería que fuera Celeste quien le contase los detalles de la adquisición del local.
Un tiempo después, Andrés llegó nuevamente a las inmediaciones de la librería, y tras mirar el horario de apertura colgado en la puerta, decidió esperar por allí hasta que Celeste llegara. Quedaba poco para que se abriera el establecimiento, así que, intentando observar lo que podía desde las vistas interiores del escaparate, estuvo observando todo con atención. Lamentablemente, lo que podía atisbar desde la calle era muy poco. Escasos minutos después, llegó Celeste. Era una mujer de aspecto muy amigable, que llevaba botas de montaña, unos pantalones vaqueros y una camisa de cuadros que le daban un aspecto de leñadora. Andrés no se la había imaginado así el día anterior por lo asustada que se mostró al teléfono, así que esperó que fuera la única percepción errónea que tuviera sobre aquella historia:
- Disculpe, ¿puedo ayudarle?- cuando ella reconoció a Andrés por la foto que siempre salía en la revista, casi dio un brinco de alegría-. ¡Pero si es usted, qué alegría señor Ibáñez!
- Hola Celeste, puede llamarme Andrés a secas- el investigador le dedicó una amistosa sonrisa-, a fin de cuentas, pasaremos algún rato juntos.
- Entonces trátame de tú- ahora ella sonreía-. Muchas gracias por haber venido, su presencia me infunde una tranquilidad que necesitaba.
- No hay de qué. Si aquí hay una historia que descubrir, seré yo quien le agradezca que me contactara.
- Ya verá que sí, aquí pasa algo extraño- la librera rebuscó en su bolso, y extrajo finalmente un manojo de llaves, introduciendo una de ellas en la puerta-. Pero usted mismo podrá juzgar la veracidad de todo.
- Eso espero, consiguió usted despertarme interés por teléfono, y nada me gustaría más que dar con algo jugoso.
- Pues vayamos al grano- Celeste abrió la puerta, y Andrés la siguió al interior-. Siéntase como en su casa.
Ahora que podía visualizar todo, Andrés se sentía como un niño en una gran juguetería. Las primeras sensaciones que recibía del local eran cálidas y reconfortantes. Es lo que él valoraba cuando accedía a una librería, que no era sino un hogar de acogida temporal de libros, en espera de ser adoptados para nuevos hogares. El establecimiento era bastante amplio y su superficie estaba repartida a dos alturas. La decoración, donde destacaba la madera en estanterías y suelo, reforzaba esa sensación de calidez. Celeste se dirigió a su escritorio, situado poco después de la puerta, y con un amplio gesto de su mano animó a Andrés a curiosear cuanto quisiera. Así que mientras ella encendía su ordenador, él accedió gustoso, echando un vistazo a todas las estanterías. No esperaba encontrar nada anormal en aquella primera inspección, pero eso no era una prohibición para que, como lector habitual, disfrutase curioseando.
Desde luego se podía encontrar allí una amplia variedad de lectura de las más diversas categorías. Todo estaba ordenado por temáticas y disciplinas artísticas y, dentro de cada apartado, el orden era alfabético por autor o autores. También había algunas mesas de madera y expositores giratorios, donde se encontraban revistas, libros de oferta y otras cosas. Andrés pensó que, si cada mañana se encontraba Celeste todo fuera de lugar, debía de costarle una gran cantidad de tiempo dejar las cosas como estaban antes. La cuestión era tan simple como vital... ¿Quién desordenaba aquello y por qué? Andrés extrajo de su bandolera la grabadora, mostrándosela a Celeste, y le pidió permiso para usarla. Tras recibirlo, comenzó a grabar y hizo unos breves comentarios relativos al lugar donde estaba y la persona que le acompañaba. Entonces fue a lo importante:
- ¿Te encuentras todo desordenado cada mañana?- inició Andrés su turno de preguntas-. Es decir, veo que todo tiene un orden muy concreto, así que tengo curiosidad por saber si aparecen mezcladas cosas de distintas disciplinas artísticas, o hay algún otro patrón, o directamente es aleatorio.
- Pues es un tanto curioso, porque me encuentro los libros colocados por editoriales, estando ellas en orden alfabético. Y además de eso, hay otras cosas que aparecen donde no deberían, como aquellos libros- señaló hacia el expositor de ofertas-, que están en las estanterías, de donde los cogí tiempo atrás para destacarlos como ofertas, o las revistas, que en lugar de aquella mesa- donde ahora podían verse, ocupando toda la superficie del tablero de madera-, aparecen en el expositor. Y algunas otras pequeñas cosas, aunque sin demasiada importancia en comparación.
- Curioso sin duda. Da la sensación de que alguien utilizara otro criterio de ordenación, o eso me hace pensar- inquirió Andrés, que pensó que, dentro del desorden, efectivamente había cierto sentido-.
- Sí, lo he pensado en un par de ocasiones, pero... ¿por qué y para qué? La primera vez que entré aquí y lo vi todo desordenado- Celeste había perdido ahora un poco de esa alegría anterior, para asemejarse a la mujer que llamó la tarde anterior a "Crónicas de lo Oculto"-, pensé que habían entrado a robar. Me asusté mucho pensando aquello, pero la caja registradora estaba intacta, y no faltaba nada en el local. Ni un libro.
- Y si doy por hecho que no te has quedado aquí ninguna noche para ver lo que sucede... ¿estoy en lo cierto?
- Sí- en ese punto, la simple idea de hacer eso parecía aterrorizar a la librera-, desde luego. Como te dije por teléfono, no tengo cámaras, y de tenerlas, me da miedo lo que podría ver en las grabaciones. Pero volviendo a tu pregunta... no me he sentido capaz de pasar una noche aquí, aunque sea mi negocio y debiera hacerlo.
- No te preocupes, es cierto que habría sido lógico hacerlo, pero entiendo que puedas sentirte bloqueada a ese respecto- por su propia experiencia, Andrés sabía que cada persona encaja las cosas a su manera, y no sirve de nada ahondar en temas que dejen a nadie en evidencia-. Ayer me dijiste que esto sucede desde hace unas tres semanas, que no tienes más empleados, y solamente tú tienes acceso a las llaves, ¿es correcto?
- Sí, desde que adquirí el local lo he llevado sola, y únicamente hay dos juegos de llaves, las cuales siempre tengo guardadas. Y como lo primero que hice cuando me quedé este sitio fue cambiar las cerraduras, ni siquiera el antiguo propietario o su familia podría acceder.
- En unos momentos abordaremos el tema de los antiguos dueños- Andrés sabía por su experiencia que en estos casos aquello podría ser una fuente valiosa de información-, pero antes quiero saber una cosa más... ¿ocurrió algo relevante que esté relacionado con el inicio de estos sucesos?
- Qué va- la naturalidad con la que dijo aquello indicaba que era sincera-, no hay nada que pueda tener relación, y he pensado bastante en ello. Los días previos al inicio de todo, fueron días normales en el negocio.
- Verás, siempre hay asociado un factor desencadenante para todo fenómeno paranormal. Es cierto que la dificultad- y ahí Andrés tenía tablas de sobra a ese respecto-, radica en descubrir precisamente lo que inicia todo. Algunas veces es algo relacionado con la persona que sufre los sucesos, lo sepa ella o no. Por eso intento no descartar nunca ninguna hipótesis previa. Pero no te preocupes Celeste, mi tarea es averiguar todo eso valiéndome de la información que me das y la que yo consiga de otras fuentes o medios.
- Le he contado todo lo que sé, espero que le sirva.
- Sin duda, y ahora es el momento de hablar de la adquisición del local y la anterior persona propietaria.
Celeste comenzó a contarle a Andrés lo relativo a esa cuestión, y él escuchaba atentamente, sabedor de que todo lo que se seguía grabando volvería a escucharlo más tarde. Después de preguntarle algunas cuestiones más, y como comenzaron a entrar personas en la librería, Andrés dejó que Celeste atendiera su negocio, mientras que él se puso a fotografiar con su teléfono todas las estanterías. Cuando creyó que tenía todo lo necesario, se acercó al escritorio de Celeste, y, tras esperar a que ésta terminara de cobrarle a una clienta, se despidió, prometiendo volver a la hora de apertura del día siguiente, para ver in situ todo desordenado. Una vez que Andrés regresó al hostal, se dio una ducha y se puso ropa limpia para salir a cenar a uno de los bares de la zona. De regreso en la habitación, programó varias alarmas de su teléfono móvil, se metió en la cama, y repasó todas sus grabaciones y anotaciones hasta que el sueño le venció.
Al día siguiente, Andrés se levantó temprano, y después de vestirse cogió su inseparable bandolera y la bolsa de deporte. Desayunó en una cafetería situada frente a la librería, e hizo tiempo allí hasta que apareció Celeste y le reconoció. Entonces él, que comenzaba a sentirse inquieto por dentro, anhelando encontrarse una historia real, se acercó a la entrada del negocio y la saludó:
- ¿Listo para entrar Andrés?
- Desde luego- él palmeó con una de sus manos la bolsa de deporte que llevaba colgada de un hombro-, y traigo mis juguetitos.
- Sea pues, allá vamos.
Celeste comenzó a abrir la puerta, y cuando ambos accedieron al interior de la librería, lo primero que notó Andrés fue una sensación gélida, muy diferente a la experimentada la tarde anterior. ¿Sería simple sugestión propia? Sin tiempo para ahondar en aquello, Andrés miró las estanterías, y comprobó que todo estaba tan cambiado como Celeste le había advertido.
- Aunque esté de más decirlo- Celeste rompió el silencio reinante-, yo no he tenido nada que ver con esto. Cuando cerré ayer a la hora habitual, las cosas estaban tal como las viste.
- Tranquila, no he pensado que esto sea cosa suya- Andrés tenía su atención repartida entre la librera y las estanterías, las cuales seguía observando-, no me diste la impresión de ser esa clase de persona.
- Me alegra saberlo- ¿Necesitas que te ayude con algo?
- No, lo único que necesito es examinar todo esto- dijo Andrés abarcando con un gesto todas las estanterías-, usando uno de mis artilugios. Haz como si no estuviera, pero no vuelvas a colocar nada en su lugar hasta que acabe.
Con un asentimiento de cabeza, Celeste dio su aprobación. Andrés soltó con delicadeza la bolsa de deporte en el suelo, y extrajo de la misma un aparato que recordaba a uno de los primeros teléfonos móviles. Lo encendió pulsando varios botones, y el aparato, que era un localizador de residuos ectoplásmicos, se encendió, emitiendo algunos pitidos a bajo volumen. Andrés recordaba bien la distribución de los libros de su visita el día anterior, así que comenzó a pasar el localizador por cada libro que sabía que estaba mal colocado. Cuando el aparato empezó a emitir destellos luminosos y sonidos más elevados, Andrés se sintió emocionado. No era una prueba definitiva de que estuviese a punto de encontrar un nuevo caso real de fantasmas, pero le faltaba poco. El investigador pulsó algunos botones más del localizador, y de éste emanó una luz brillante, como si fuese una linterna. Entonces Andrés lo vio todo con claridad, y le costó mucho reprimir las ganas de dar saltos de alegría. En varios libros que tenía frente a él, la luz mostraba huellas... huellas de manos. Y por los residuos de las mismas, solamente podían ser de un ente paranormal.
Andrés se encontró huellas por todas partes. Lo cual le hacía pensar en la posibilidad real de que un fantasma fuese el causante del continuo desorden allí. Desorden ordenado, mejor dicho. Entonces rememoró algo que él había dicho el día anterior, sobre que todo diese la sensación de que los libros se ordenaran en base a un criterio distinto del usado por Celeste. En aquellos instantes, la mujer no era consciente de las revelaciones del investigador, aunque poco después sería informada. Cada suceso tiene un por qué, una causa que desencadena todo, y Andrés era consciente de que ahora le tocaba descubrirlo, habida cuenta de que, al fin, volvía a tener otro caso real paranormal. Una parte de su ser le indicaba la posible conexión de todo, y eso era algo que intentaría refutar a lo largo del día. Pero antes de ponerse manos a la obra, tenía que hacer varias cosas.
En primer lugar, Andrés decidió comunicarle a Celeste lo que acababa de encontrar, sugiriéndole que durante un rato colgara el cartel de cerrado en la puerta. Ella no parecía creerle al principio, aunque era evidente que, cuando le pidió ayuda a Andrés, sabía que se exponía a encontrar de verdad una explicación paranormal a todo. Cuando él le pidió que le ayudase a fotografiar las huellas de manos, la librera casi se desmaya, si bien pudo dominarse lo necesario para no caer inconsciente. Cuando logró serenarse un poco, Andrés le pasó su localizador, explicándole que ella solamente debía enfocar con él las estanterías, para revelar todas las huellas ectoplásmicas, que el investigador fotografiaría.
Al terminar la tarea, Andrés le dijo a Celeste que volvería nuevamente por la tarde, y que estaba decidido a pasar la noche en el interior de la librería, si ella no tenía nada que objetar. Una vez que recibió el permiso para ello, y antes de marcharse, le pidió a la mujer que guardase allí la bolsa de deporte, y que volviese a ordenar todo, pues era necesario para ver durante la noche cómo ocurría el desorden. Ya fuera del establecimiento, y todavía ilusionado por tener un nuevo caso de verdad, Andrés encendió su grabadora, contando sus hallazgos mientras caminaba por el paseo marítimo. Cuando terminó, llamó por teléfono a su jefe para informarle sobre sus hallazgos, obteniendo el beneplácito de su superior para seguir investigando. Andrés decidió entonces seguir a aquella parte de su ser que sabía lo que podía estar pasando, y dedicó el resto de la mañana a hacer un par de llamadas telefónicas, y quedar con una persona que sospechaba que podía ser clave para su investigación. Y vaya si obtuvo información reveladora.
La persona a la que Andrés había visitado durante la mañana, era Amelia Torrejón, la hija de Herminio Torrejón, antiguo propietario del local. Pudo dar con ella gracias a la información que Celeste le facilitó el día anterior. Aunque aquella mujer no había trabajado jamás en la librería, era la única hija del anterior dueño, que algunos años atrás había comenzado a padecer Alzheimer, razón por la que había tenido que dejar de trabajar. Así fue como Celeste, cuando supo que se traspasaba la librería, entró en acción, adquiriendo la propiedad y reformándola un poco antes de reabrirla. Con el dinero de la venta, Amelia pudo ingresar a su padre en una residencia para que le cuidaran. Y mientras pasaba el tiempo, Herminio iba empeorando de su enfermedad, hasta fallecer algunas semanas atrás. Era curioso, pero en la mayoría de sus días, cuando Amelia iba a visitar a su padre a la residencia, escuchaba a su padre decir que debía ordenar sus libros, pues siempre había trabajo que hacer en la librería. Antes de despedirse de Amelia, ésta le enseñó a Andrés algunas fotos de su padre, las cuales observó con atención.
Por la tarde hizo nuevamente acto de presencia en la librería, y le dijo a Celeste que iba a preparar todo de cara a la noche que le esperaba. Así que sacando nuevamente cosas de la bolsa de deporte, colocó varias cámaras de vídeo en distintas partes de la librería, y dejando al lado de cada cámara un pequeño foco luminoso. Diferentes personas que entraban al establecimiento le observaban con curiosidad, y Celeste salía del paso diciendo que iban a grabar un anuncio publicitario. Al final de la tarde, Andrés le pidió a Celeste que cerrara la librería por fuera, y que él se quedaría dentro. También le indicó que actuara de la misma manera que hacía cada día. Para la mañana siguiente, él esperaba tener todo el misterio resuelto. Si la suerte le acompañaba claro. A tal fin, y una vez que se quedó solo en la librería, fue al servicio, y luego comenzó a encender las cámaras y los focos, los cuales bañaban cualquier superficie de su alrededor con el mismo tipo de luz especial que el localizador de residuos. Así, si aparecía un fantasma, sería visible y las cámaras podrían grabarlo. Finalizado aquello, Andrés apagó las luces del local, se sentó tras el escritorio, y dejó encendido el localizador, que con sus sonidos le serviría de alarma si algo aparecía.
Las horas fueron pasando, y Andrés siguió sentado tras el escritorio haciendo gala de una gran paciencia. No dejaba de observar las distintas zonas de la librería iluminadas por los focos, y comprobaba a veces que el localizador continuase funcionando. Únicamente emitía sonidos cuando se movía, por eso era recomendable agitarlo en el aire, por si captaba algo, pero apenas emitía un bajo pitido. Andrés estaba comenzando a recordar la charla que había tenido durante la mañana con la hija del antiguo propietario de la librería, cuando creyó ver algo a la luz de uno de los focos. Fue apenas una ráfaga que pasó a una velocidad demasiado alta para verlo con nitidez. Pero un movimiento del localizador en el aire hizo que éste comenzara a emitir sonidos altos. A eso le siguió otro sonido más lejano, similar al de libros que se sacan o guardan en estanterías. Andrés tuvo la sensación de que era el momento de levantarse y acercarse con calma al lugar de la acción.
Con la habilidad de un samurái bien entrenado en el arte del sigilo, se aproximó al lugar donde estaban la cámara y el foco más cercanos. El localizador cada vez sonaba más alto, indicando que la fuente de emisión ectoplásmica no andaba lejos. El corazón de Andrés estaba latiendo a la misma intensidad que un tren de alta velocidad en pleno trayecto, y casi se le sale del pecho cuando el investigador llegó a la altura del foco, y observó en el campo de visión de éste. Entonces lo vio, y una enorme sonrisa se dibujó en el rostro. Era pura felicidad por ver a un fantasma en acción. Andrés se maravilló observando al ente en movimiento, yendo de una estantería a otra sosteniendo diferentes libros en el aire. De no haber tenido los focos, lo único que Andrés habría observado serían los libros volando de un lado a otro, nada más. Pero era la magia de la química al servicio de la ciencia, que permitía disfrutar de lo paranormal.
El fantasma no parecía haber advertido la presencia de Andrés, pues seguía con su vaivén de una estantería a otra mientras el investigador lo observaba asombrado. Andrés cogió la cámara que tenía a su lado, siguió enfocando al fantasma, y usó el zoom para verlo mejor. Tenía el aspecto de un hombre mayor, llevaba barba y gafas de vista, y estaba calvo. Era clavado a... ¡Herminio, el antiguo dueño de la librería!
El desorden con cierto orden, el descubrimiento de que el fantasma era el antiguo propietario de la librería, y la relación de la muerte de éste semanas atrás con el inicio de los sucesos sufridos por Celeste, no dejaban lugar a dudas. Todo estaba conectado. Andrés permaneció inmóvil durante largo rato, grabando al fantasma de Herminio con la cámara, mientras éste seguía su labor de colocación. Llegado cierto punto, y cuando pareció sentirse satisfecho, el fantasma se desvaneció en el aire, dejando a Andrés a solas, exaltado y feliz, pero bastante cansado. El investigador se aseguró de que estaba todo grabado correctamente, fue apagando todos los focos y cámaras, se dirigió de nuevo hacia el escritorio, y se quedó dormido nada más sentarse en la silla.
Algunas horas después, ya con los rayos del sol colándose a través del escaparate, Andrés se despertó al escuchar a Celeste abriendo la puerta. No había descansado tan bien como quería, pero al menos estaba más repuesto de la fatiga acumulada. La mujer observó las estanterías, vio que nuevamente estaba todo en los lugares incorrectos, y sin disimular su inquietud, no tardó en formular la pregunta clave:
- ¿Lo has visto Andrés? ¿Qué ha pasado?
- He visto todo, pero también lo tengo grabado Celeste- Andrés se levantó de la silla para ofrecerle a la librera que se sentara-. Te recomiendo que cuelgues el cartel de cerrado y te sientes, hay mucho que contarte.
Ella le obedeció, y una vez que Andrés comenzó a hablar, no se dejó ningún detalle olvidado. Un buen rato después, y a pesar de que Celeste ya intuía algo de lo que pasaba, toda la verdad la pilló de sorpresa. Empezaba a verle sentido a esa ordenación de los libros, que debía ser la que usara Herminio mientras trabajaba allí. Andrés no podía recomendarle a la mujer qué hacer a continuación, si bien le sugirió que, como única forma de prevención, probara a dejarlo todo como estaba ahora. El que Herminio hubiese fallecido, y él no dejase de pensar en su negocio, era la única explicación para que volviera cada noche a colocar los libros donde creía que debían de estar. ¿Dejaría de aparecer si se respetaban sus cambios? Podía ser, pero ni Andrés era capaz de asegurarlo, ni Celeste le habría creído.
Lo único claro es que el investigador tenía una nueva historia para publicar en "Crónicas de lo Oculto", y que nada habría sido posible sin la aparición de Celeste en escena invitándole a viajar hasta "Libros del alma", que irónicamente, sí que había empezado a ser una librería con alma desde las apariciones de Herminio. Andrés invitó a Celeste a comer, y hablaron más de los sucesos de aquellos días. La mujer no sabía qué hacer en adelante, pero decidió que haría caso a Andrés, y respetaría aquella última voluntad de Herminio, aunque él nunca lo hubiese pedido.