Todo linaje importante de un país tiene una historia
detrás. Los hay que desde tiempos inmemoriales han sido y siguen siendo ricos y
poderosos, pero también hay otros que poco a poco han ido construyendo su
prestigio a lo largo de los siglos. Incluso algunos son consecuencia de uniones
entre familias que, sin ser demasiado poderosas de forma individual, han
logrado cambiar eso por medio de enlaces matrimoniales y alianzas de distinta
índole. Tampoco es extraño que una familia haya escalado posiciones por medio de
guerras, el incremento de su poderío económico como consecuencia de buenas
inversiones comerciales, u otras tantas razones.
Sin embargo, siempre ha sido un misterio el modo en
el que la familia Childners entró en el mapa social de Escocia allá por el año 1415.
La razón es sencilla: hasta esa fecha, el apellido Childners ni siquiera
existía. La sensación general que ha perdurado con cada nuevo siglo, es la de
que esa familia apareció de la nada. Y las especulaciones sobre su origen
siempre han sido de lo más variadas y pintorescas. Aunque la teoría más cercana
a la verdad, la dijo en una ocasión un borracho en una taberna de Glasgow,
afirmando que los Childners habían hecho un pacto con el diablo.
El origen de la familia Childners tuvo lugar en
1412, cuando Nathaniel Willburg, un simple aprendiz de carpintero que residía
en Aberdeen, empezó a interesarse por las artes oscuras y la magia negra.
Nathaniel, que había recibido una buena educación y sabía leer perfectamente,
fue devorando cuantos libros satánicos y de ritos demoníacos llegaron a sus
manos. Para él todo era fascinante. No dudaba de la existencia del Diablo, ya
que parte de su educación se había basado en la creencia de Dios como pilar de
todas las cosas, y no era descabellado pensar que si había una fuerza buena y
suprema, ésta tendría su opuesto.
Nathaniel fue obsesionándose por todo lo oscuro y
satánico, convirtiendo su interés inicial por aquello en algo anecdótico.
Empezó a relacionarse con otras personas que tenían las mismas creencias que
él, y participó en infinidad de rituales cuyo fin era contactar con el maligno,
pero que nunca se culminaron con éxito. Se practicaban desde orgías sexuales hasta
sacrificios animales, pero eso no daba el resultado deseado. Es por ello que
Nathaniel pensó que debía reformular y ordenar sus pensamientos y creencias.
Con ese fin, y tras dejar el oficio de aprendiz,
invirtió el poco dinero que le quedaba en viajar hasta Italia. Tenía entendido
que en aquel país había un erudito en las artes oscuras que estaba revolucionando
algunas arcaicas y erróneas concepciones sobre el Diablo con sus innovadoras teorías
al respecto. Y Nathaniel no sólo conoció personalmente a aquel hombre, llamado
Pietro Mastorone, sino que pronto se convirtió en su más aventajado alumno y seguidor,
viviendo durante todo el 1413 y parte de 1414 en Florencia, donde su mentor
tenía un pequeño viñedo.
Bajo la tutela de Pietro, Nathaniel descubrió que
había infinidad de demonios al servicio de la entidad suprema, y que el mayor
error que cometían las sectas satánicas en sus rituales, era querer contactar
directamente con el Diablo. A fin de cuentas, era más probable invocar a uno de
los demonios de menor poder, pero que servían al mismo ser. Únicamente se
trataba de obtener lo que se deseaba, pero aceptando que esto tuviese lugar por
una vía intermedia. Y claro está, para lograr atraer a cualquier demonio a la
tierra, había de ofrecerse un sacrificio, pero no animal, sino humano. Estas
fueron las conclusiones generales de Pietro que Nathaniel adoptó como verdad
suprema, a pesar de que ambos no llegaron a hacer esos sacrificios para
contrastar todo lo que defendían. Pero todo lo aprendido por Nathaniel, lo
empezó a poner en práctica en cuanto regresó a Aberdeen a finales de 1414.
Al principio, Nathaniel no tenía una motivación más
allá de lograr invocar a una fuerza maligna y comprobar su existencia en el
mundo. Pero cuando empezó a practicar en su antigua casa algunos ritos
siguiendo las indicaciones de Pietro, los resultados fueron alentadores, y eso
le permitió empezar a soñar. No logró una invocación completa, pero sí grandes
avances sin haber sacrificado aún personas humanas. Antes de dar ese paso sin
vuelta atrás, quería estar seguro de que su obsesión podía culminarse con lo
que más deseaba. Y por otra parte, debía meditar sobre lo que le pediría al
demonio que invocara.
Nathaniel no quería la vida eterna, ni tampoco tener
poderes sobrenaturales, pero sí se había cansado de ser pobre y subsistir como
podía. Si había podido regresar a Aberdeen se debía a que Pietro le había dado
una cantidad de dinero para su vuelta a Escocia. Nathaniel también estaba harto
de que a lo largo de su vida hubiese sido menospreciado por muchas de las
personas a las que había conocido, a excepción de aquellas que compartían sus
mismos intereses y creencias. Había vuelto al lugar donde no había sido más que
un aprendiz de carpintero, y había hecho esa elección porque quería cambiar su
destino allí mismo.
Fue poco después de iniciarse el año 1415, cuando
Nathaniel tenía ya trazadas las líneas más importantes de su plan. No solamente
había escogido una víctima para su gran ritual, sino que sabía lo que quería
pedirle a cambio al demonio que invocaría, y tenía pensado el nuevo apellido
que adoptaría si todo iba según lo planeado. A fin de cuentas, un nuevo
comienzo debía estar acompañado de otra identidad. Por su cabeza nunca pasó la
idea de fracasar, sino que tenía la total seguridad de que pronto cambiaría su
vida por completo. Y así fue.
La víctima escogida fue un borracho de la taberna a
la que Nathaniel iba a veces. Era un blanco perfecto porque nadie le echaría de
menos, y sería fácil de engatusar. A Nathaniel tan sólo le costó invitarle a un
par de tragos en la taberna antes de llevarle a su casa, donde tenía todo
preparado para el ritual. Una vez allí, le dejó inconsciente de un golpe. Fue
entonces cuando aprovechó para llevarlo a su habitación, y colocarlo en el
interior de un pentagrama dibujado en el suelo. Acto seguido, le hizo un corte
en una de sus muñecas, recogiendo la sangre que caía en un cuenco.
Posteriormente, y mientras iba entonando extraños cánticos, Nathaniel encendió
velas alrededor del pentagrama, y luego vertió la sangre del cuenco a su alrededor.
Nathaniel continuó adelante con el ritual,
cumpliendo otros pasos que debía realizar, y empezó a notar cómo la temperatura
a su alrededor subía progresivamente. Eso le habría sorprendido tiempo atrás,
pero desde su regreso de Italia, ya había obtenido ese resultado en otras
ocasiones. Sin embargo, todo alcanzó una nueva fase cuando además del aumento
de la temperatura, la sangre que había en el suelo empezó a echar humo.
Mientras Nathaniel continuaba con sus cánticos, el
humo dio paso a unas chispas, y éstas a unas llamas que fueron aumentando de
tamaño. El borracho empezó a despertarse, y cuando recobró por completo la
consciencia, Nathaniel le observó fascinado. En su rostro se fueron divisando
varias reacciones: aturdimiento, sorpresa, nervios, terror. Mucho terror, en
especial cuando él intentó salir del pentagrama y las llamas se elevaron hasta
el techo, dejándole atrapado.
El corazón de Nathaniel empezó a acelerarse, avisándole
de que realmente estaba ocurriendo lo que tanto deseaba. Jamás había
presenciado lo que estaba ocurriendo, y eso le hacía sentirse como un
explorador que estuviese haciendo un descubrimiento histórico. La altura de las
llamas le impedía ver al borracho, pero empezó a escuchar sus gritos de pánico.
Algo debía estar ocurriendo al otro lado, porque esos gritos empezaron a ser
más fuertes y desgarradores por momentos.
Poco a poco, las llamas fueron rebajando su altura,
y le permitieron ver a Nathaniel lo que acontecía. Era fascinante. El borracho
estaba siendo succionado por el pentagrama del suelo, sin poder hacer nada para
evitarlo. Pero aún había más, porque las llamas estaban agrupándose en una de
las esquinas del pentagrama, y una figura empezaba a formarse en ellas. En la
parte alta llevaba cuernos, y en la más baja del fuego se atisbaba una especie
de cola. Nathaniel se sintió sumamente feliz en aquel momento, donde no sólo
había puesto en práctica lo aprendido con Pietro, sino que le había superado de
una forma sideral.
A medida que el borracho seguía gritando, desapareciendo
de la habitación, y seguramente de la existencia terrenal, la figura de las
llamas habló en una lengua tan extraña que Nathaniel no pudo entender nada,
hasta que de pronto empezó a escuchar esa misma voz en su mente, pero en su
idioma:
“Acepto
tu tributo, insignificante criatura. Ahora pide lo que quieres a cambio.”
Nathaniel, preso de una intensa excitación y de una
felicidad inmensa, decidió responderle a aquel demonio del mismo modo en el que
había recibido su mensaje, a través del pensamiento:
“Quiero
riqueza, prosperidad y poder. Y sacrificaré a las personas que necesites para
lograrlo. Piensa en el constante flujo de almas que puedo proporcionarte.”
Solamente estaba visible la cabeza del borracho, que
había quedado paralizada en una indescriptible mueca de espanto. Aunque en
aquel momento no sintió ningún remordimiento, aquella expresión de terror
acompañaría a Nathaniel en sus sueños hasta el fin de sus días. Pero era un
precio necesario que él aceptaba. Los gritos se habían silenciado abruptamente.
Segundos después, ya no había ni rastro de aquel pobre desgraciado. El
pentagrama lo había absorbido por completo.
El demonio permanecía callado, como si meditara la
proposición de Nathaniel. Quizás le había pedido demasiado. O peor aún, a lo
mejor el sacrificio era demasiado pobre para tan altas demandas por parte de
Nathaniel. Pero nuevamente volvió a contactar por telepatía:
“Te
daré riqueza, y a partir de ella sustentarás el poder. Te daré prosperidad, y con
ella tu linaje jamás sufrirá daño alguno, y el lugar en el que vivas siempre
permanecerá en pie. Pero para disfrutar de esos privilegios, me entregarás cada
año una nueva alma. Sin excepciones.”
La emoción de Nathaniel era tan grande que las
piernas le temblaban, y su corazón latía tan fuerte que podría habérsele salido
del pecho en cualquier momento. Estaba a un solo paso de lograr lo que quería,
de construir su linaje, de grabar su nombre en la historia de la humanidad.
Nadie excepto Nathaniel sabría que todo ello se debía a la ayuda del mal. Ni
siquiera le contaría a Pietro lo que estaba sucediendo. Aquel era el momento de
Nathaniel. De él y de nadie más. La respuesta al demonio fue simple:
“Que
así sea.”
Acto seguido, de las llamas salieron numerosos y
enormes cofres de madera. Nathaniel abrió uno de ellos y se quedó atónito ante
la gran cantidad de monedas de oro, piedras y joyas valiosas que había en su
interior. Y eso solamente en la parte más superficial del cofre.
Hubo otro cambio, y el color de las llamas se tornó
en rojo sangre. El demonio volvió a introducirse en los pensamientos de
Nathaniel, y le dio unas instrucciones sobre cómo debía hacer los sacrificios.
Minutos después, las llamas adoptaron una forma cuadrada, y hubo una explosión
de luz que cegó momentáneamente a Nathaniel. Cuando éste abrió los ojos, había
frente a él un cuadro. Ni llamas ni demonio. Sólo el cuadro.
Era una representación del infierno, donde el fuego
y los demonios destacaban claramente. Si uno observaba con atención, podría ver
una figura humana siendo torturada por uno de los demonios. Nathaniel sintió un
escalofrío cuando identificó a la figura que estaba siendo maltratada: era el
borracho que había sacrificado. No sentía ningún tipo de culpa, pero eso no
evitaba que una parte de él reaccionara con nerviosismo a lo que acababa de
ver.
Nathaniel comprobó el contenido de los demás cofres
de la sala. Allí había una fortuna espectacular. No sólo podría vivir
cómodamente el resto de su vida, sino que también lo podrían hacer sus descendientes
cuando los tuviera. Con aquellas riquezas podría construir un castillo como él
deseaba, y adquirir numerosas propiedades en Aberdeen y otras ciudades de
Escocia. Tampoco sería un problema contratar un número considerable de personas
para trabajar a su servicio. Nathaniel Willburg era cosa del pasado. El apellido Willburg sería reemplazado por
Childners, que era el resultado de mezclar Child, el apellido de la madre de
Nathaniel, y Ners, las siglas que hacían alusión al nombre real del demonio
invocado. Nathaniel Childners sería el hombre que disfrutaría de lo obtenido
aquel día, y jamás faltaría al cumplimiento de su obligación.
Algunas semanas después del día de la invocación
demoníaca y del sacrificio humano, Nathaniel empezó a presentarse en sociedad
con su nuevo apellido. Adquirió una cantidad inmensa de terreno en las afueras
de Aberdeen, y encargó la construcción de un castillo. Hacia 1418, el castillo
estaba concluido, y Nathaniel ya había sacrificado a tres personas más, que
habían sido succionadas por el cuadro, ubicado en una de las habitaciones de
los sótanos del castillo.
En 1423, y con varias muertes más a sus espaldas,
Nathaniel estaba casado y había sido padre de dos varones que perpetuarían su
estirpe varias décadas después. Comenzaba así a forjarse el nacimiento de una
de las familias más importantes del país. Una familia marcada por la sangre, la
codicia y el diablo, pero dotada de un poder que jamás desaparecería, salvo si
se incumplía el ritual anual de sacrificio.
Era un sacrificio nimio para un incalculable
beneficio. Y así se lo inculcaría Nathaniel a su descendencia una vez que fuera
necesario. Era el precio de un legado.
Nota adicional: Si queréis leer otro relato que escribí sobre la obligación de cumplir el ritual para otro descendiente del linaje Childners, clickad aquí.
Nota adicional: Si queréis leer otro relato que escribí sobre la obligación de cumplir el ritual para otro descendiente del linaje Childners, clickad aquí.