Abril
de 1949
Hacía una espléndida mañana primaveral, y Peter
Mongabay se encontraba de pie en sus despacho, observando la calle desde su
ventana mientras se fumaba un cigarrillo. Aunque hacía casi un año que había
abierto su oficina de investigador privado, no se podía decir que estuviera muy
solicitado. Los casos le llegaban con cuentagotas, y por ello Mongabay no se
permitía pensar más allá de la subsistencia económica. Las ganancias de sus
casos le daban lo necesario para pagar las facturas, comer algo cada día, y
darle una pequeña paga a su secretaria, Nancy Bonet. Pero eso era todo.
De hecho, Mongabay llevaba algunas semanas dándose
cuenta de que, de seguir las cosas como estaban, tendría que prescindir de
algunos gastos extra, a escoger entre el bourbon y los cigarrillos, y una
malsana parte de su cabeza le animaba a prescindir antes de la comida que de
sus pequeños vicios. Sin embargo, no dejaba de levantarse cada mañana con el
ánimo de revertir su situación y no tener que llegar al extremo de privarse de
nada.
Por otra parte, los casos que le llegaban y acababa
aceptando eran aburridos. Algunos eran para descubrir infidelidades, otros para
investigar pequeños robos, y también destapaba estafas a pequeña escala.
Irónicamente, Mongabay empezaba a extrañar los tiempos en que fue soldado, a
pesar de que el mayor trofeo que trajo consigo de la guerra en Europa, junto a
un corazón púrpura, fue una enorme cicatriz que le recorría medio cuerpo. Se
sentía hambriento de grandes desafíos a su inteligencia. Y aunque él no lo
supiera, aquella mañana le iba a traer un gran desafío. Uno más grande del que
hubiera deseado.
Todo empezó cuando Mongabay, que estaba terminando
su cigarrillo, vio a un tipo corriendo por la calle, moviendo los brazos en el
aire como si intentara espantar algún pájaro que sólo él podía ver. El tipo
parecía enloquecido, y correteaba por todos lados, provocando que varias
personas se apartaran de su trayectoria para evitar cualquier choque, y que más
de un coche hiciera un brusco cambio de dirección para no atropellarle. Aquel
tipo se adentró en el edificio donde Mongabay tenía su oficina, y el detective
empezó a reírse. Había recordado que dos plantas por debajo de la suya, había
una consulta dirigida por un psiquiatra, y pensó con malicia que esa mañana el
comecocos iba a tener mucho trabajo que hacer. Sin embargo, su risa se cortó en
seco cuando varios minutos después, escuchó el timbre de su oficina, seguido
del sonido de los tacones de Nancy al ir de su escritorio a la puerta. Después
de todo, el psiquiatra no tendría tanto trabajo. No con aquel tipo.
Nancy abrió la puerta de la habitación de Mongabay,
y anunció que un señor quería verle. Mongabay le hizo una señal afirmativa a su
secretaria, y el tipo de la calle hizo su entrada. Lo primero que le sorprendió
fue ver que, pese a la soleada mañana que hacía en el exterior, el tipo estaba
totalmente empapado. El instinto del detective le hizo ver que debía ser una
persona adinerada, porque vestía un traje de calidad hecho a medida y unos
elegantes zapatos, pero todo estaba mojado. Y ese detalle era curioso. Parecía
que aquel hombre hubiese sido víctima de un chaparrón de proporciones épicas, y
eso, unido al pelo enmarañado que presentaba, le confería un aspecto de
desequilibrado mental.
Hasta su mirada iba de un lado a otro, como si
tuviera miedo de algo que Mongabay no alcanzaba a observar a su alrededor.
Finalmente, tras unos segundos de silencio, el detective cerró la puerta y le
indicó al hombre que tomara asiento, haciendo lo propio para situarse frente a
él.
- Cuénteme caballero, ¿cómo se llama y qué le trajo a
mi oficina?- preguntó Mongabay, que intentaba reunir algunos datos de su
visitante.
- Me llamo Elmer Trentwood. Acudo a usted señor
Mongabay, porque hace poco ayudó a un amigo mío con una estafa, y él me dijo
que quizás podría usted socorrerme si alguna vez lo necesitaba- mientras
hablaba, empezó a frotarse las manos sin descanso-. Pues bien, ese momento ha
llegado. Necesito seriamente la ayuda de alguien, me estoy volviendo loco a
medida que pasan los días, y no sé a quién acudir ni qué hacer para solucionar
mi problema. ¿Me ayudará? ¿Oh por Dios, me ayudará señor Mongabay?- el tono en
esa última pregunta reflejaba la angustia y desesperación que sentía.
- Haré lo que pueda señor Trentwood, aunque antes
necesito saber cuál es su problema, y de qué modo quiere que le ayude a
solventarlo, porque si teme volverse loco, y no se ofenda por lo que voy a
decirle, hay un psiquiatra dos plantas más abajo.
- No me ofendo, pero si he acudido a usted- y
continuaba frotándose las manos de tal modo que Mongabay pensó que acabaría
saliéndole humo de ellas-, es porque necesito que alguien investigue lo que me
pasa, y un psiquiatra se limitaría a hacerme creer que todo es fruto de mi
imaginación, cuando sé bien que nada de esto son imaginaciones mías. ¿Me
comprende señor Mongabay?
- Sí señor Trentwood- aunque pensaba que poca ayuda
podría ofrecerle-. Le escucharé y veré si puedo serle útil o no cuando me
cuente su historia- en este punto el detective abrió un cajón de su escritorio,
sacando un par de vasos y una botella de “Jim Beam”-. ¿Un trago?
- Sí, se lo agradezco.
- Esto le calmará un poco- y Mongabay echó una
generosa ración de bourbon en los dos vasos, dejando la botella en la mesa y
cerrando el cajón-. Adelante, cuéntemelo todo, sin ahorrarse ningún detalle.
- Está bien, por dónde empiezo…ah sí- y Trentwood se
bebió de un trago el contenido de su vaso-, por la pregunta más importante. ¿Ha
oído hablar usted del Amo de la lluvia?
Mongabay hizo un gesto de negación, y Trentwood
empezó a contarle todo lo que sabía, así como el motivo de su desesperada
visita aquella mañana. Incluso le contó por qué estaba empapado. ¡Qué historia
más insólita!
Todo había comenzado cuando Trentwood, que era
profesor de historia en la universidad, y dueño de una librería dedicada al
comercio de libros raros, recibió un extraño paquete en su casa. Aunque el
término correcto no era recibir, sino “encontrar”, ya que alguien había dejado
ese paquete dentro de su buzón. No había nada en el envoltorio que informara de
la identidad del remitente, y no podía haberlo dejado allí el cartero, ya que
Trentwood revisaba su buzón varias veces al día, y aún faltaban unas horas para
que el cartero pasara por la zona aquel día. Intrigado, Trentwood cerró el
buzón, regresó al interior de su casa, y se fue a su estudio, donde abrió el
paquete. Una vez retirado el envoltorio, observó con gran interés su contenido,
un libro titulado “El Amo de la lluvia”, y cuyo autor no figuraba. Jamás había
oído hablar de ese título. No se trataba de un libro cualquiera, y eso lo
confirmaba su cubierta de piel oscura, y un detalle que le hizo sentir
escalofríos: la cubierta estaba mojada, y la totalidad del envoltorio estaba
seco. ¿Cómo podía ser posible?
El teléfono había sonado en la cocina, sacándole de
sus pensamientos, y tras coger la llamada, había tenido que irse a la
universidad para hacer una sustitución urgente. Algunas horas después regresó a
casa, y decidió echarle un vistazo a aquel libro. Sólo pensaba dedicarle unos
minutos a esa tarea, pero la lectura le tuvo hipnotizado durante varias horas.
En el libro se citaba el desconocido origen del Amo,
que tenía un aspecto cambiante y había enloquecido a muchas personas a lo largo
de los siglos, siendo imposible establecer una fecha que sirviera de punto de
partida a su primera aparición. Era un ser que tenía una gran presencia en los
sueños de sus víctimas, donde daba muestras de un dominio apabullante de todo
fenómeno relacionado con el agua o la meteorología. Pero también era poderoso
en la realidad. Generalmente anunciaba su llegada mediante la lluvia, dando igual
el lugar donde estuviera situada su víctima, que a partir de entonces iba
entrando sin remisión en el reino del Amo. Los sueños eran tan reales que
costaba distinguirlos de la realidad, contribuyendo así a la imposibilidad de
discernir qué era real, y qué era producto del subconsciente.
El dato más curioso, lo suponía el hecho de que no
constara ni un suicidio entre las víctimas, ya que el gran alimento del Amo era
la locura, y por ello desquiciaba la mente de cada persona ante la que
aparecía. Eso sí, obraba de tal modo que les bloqueaba todo deseo de quitarse
la vida. Otro dato destacado lo suponía
el hecho de que, tras la aparición del Amo, cada persona había reaccionado de
manera distinta dentro de su locura, eludiendo todo contacto con el agua, encerrándose
a cal y canto en alguna habitación o escondite, o gritando con creciente pánico
cuando se empezaba a vislumbrar un día tormentoso. Toda la lectura había sido
tan absorbente como llena de momentos que le pusieron a Trentwood la piel de
gallina. El punto en el que más miedo sintió, fue tras leer el siguiente pasaje
del libro:
“Al
despertarse, cada víctima se encontraba mojada, como si hubiera llovido en su
cama o el lugar donde hubiese dormido, y era entonces, una vez que dejaba un
rastro visible, cuando ya no había demasiada esperanza de escapar a su
influjo”.
Aquellas palabras habían perdurado en su cabeza
cuando logró cerrar el libro, y no consiguió dejar de pensar en ellas mientras
cenaba. Sólo cuando se quedó dormido dejó de pensar en aquel pasaje, pero su
mente aún tenía mucho que sufrir aquella noche…
En este punto, Trentwood le hizo una señal a
Mongabay para que le echara otro trago de bourbon, y se lo bebió igual de
rápido que el anterior. Entonces Trentwood se levantó de la silla, y empezó a
dar paseos en círculo por la habitación, mientras retomaba su relato…
Su sueño se había desarrollado en una verde pradera,
donde era tan de noche como en la realidad. Él miraba asustado a su alrededor,
sin ver nada más que la hierba que le llegaba a la cintura, y que se enroscaba
en sus piernas de tal forma que no podía moverse. Hacía un frío glacial, y
empezó a frotarse los brazos con fuerza, intentando sentir algo de calor. Un
trueno resonó con fuerza en el cielo, y empezaron a caer finas gotas de agua
sobre su cabeza. Con el paso de los segundos, las gotas eran más contundentes y
caían con gran rapidez. Al cabo de un par de minutos, otro trueno se acompasó
al sonido de la lluvia, y Trentwood sintió cómo empezaba a inundarse el terreno
sobre el que estaba, hasta llegar a la misma altura que la hierba. Estaba
aterrorizado, deseando que aquello no fuera más que una jugarreta de su
subconsciente. Una catarata de relámpagos puso algo de luz sobre la noche, y
entonces lo vio, y supo que ni siquiera la muerte le libraría de lo que sus
ojos estaban observando…
Ahí fue cuando Mongabay se olvidó de que tenía
intacto su vaso lleno de bourbon, y se lo bebió de un trago. Trentwood seguía
andando en círculos, y había empezado a tirarse del pelo. Mongabay se levantó
de la silla, se acercó a Trentwood con intención de calmarle, y vio en sus ojos
la locura más absoluta. Entonces Trentwood le puso sus manos sobre los hombros,
y contó lo que había visto…
Empezó a flotar en el aire parte del agua que había
a su alrededor, materializándose en una figura que tenía tres veces el tamaño
de un hombre de considerable estatura. Pero no se trataba de ningún hombre…no
al menos de este planeta. Su rostro parecía una mezcla de pulpo en los ojos y el color de piel, y cocodrilo en cuanto a su boca y dientes, y
aunque llevaba abrochada una enorme chaqueta de cuero, se podían atisbar en su
interior unos monstruosos brazos o extremidades que se movían de tal forma que
la chaqueta adoptaba surrealistas formas. La lluvia se convirtió en granizo, y
aquel ser se fue acercando hasta Trentwood, abriendo las fauces al mismo tiempo
que su abrigo, y Trentwood cerró los ojos ante semejante horror. Deseó que
aquello fuera un sueño, y todo quedó en silencio. El frío desapareció, y cuando
abrió los ojos, estaba en su cama y era de día. Empezó a dar gracias a Dios por
estar de nuevo en la realidad, pero al incorporarse en la cama vio algo que le
heló la sangre: todo en su habitación, excepto él, estaba mojado. Entonces
recordó nuevamente aquel pasaje, y asimilando lo que significaba aquel
despertar, empezó a gritar como un poseso.
Tras salir temblando de la cama, había ido a buscar
el libro, que seguía donde lo dejó, con su cubierta mojada. Inmerso en un mar
de dudas sobre lo que hacer, se puso ropa de calle, telefoneó a la universidad
para avisar de que no iría aquella mañana, y decidió visitar a algunos
compañeros comerciantes, con los que cerraba muchos negocios de ventas y
adquisiciones para su librería. Se llevó el libro consigo, y tras visitar a
todos los comerciantes que había podido localizar, ninguno había oído hablar
jamás de “El Amo de la lluvia”, ni tampoco habían visto un libro con la
cubierta permanentemente mojada. De hecho la mayor parte de aquellas personas a
las que visitó, le tomaron por un bromista que previamente había mojado la
cubierta para gastarles alguna broma.
Decidido a seguir buscando más información,
Trentwood se marchó a su librería, dándole el resto de la semana libre a su
empleado, y se encerró en su interior, convencido de encontrar alguna
referencia al Amo en alguno de los innumerables libros raros que poblaban las
estanterías. Desde el mediodía hasta la medianoche, y sin soltar de una de sus
manos el libro de Amo, Trentwood había hojeado con frenesí cada libro que le
había parecido de interés para su búsqueda. No comió ni bebió nada, y ni
siquiera hizo una pausa para fumarse un cigarrillo o tomar algo de aire fresco.
Sobre las dos de la madrugada, y presa de un cansancio extremo, se quedó
dormido sobre el mostrador, con la cabeza apoyada sobre una montaña de libros
abiertos, estando entre ellos el del Amo. Aquella noche, volvió a repetirse el
sueño de la anterior, con dos diferencias. En primer lugar, Trentwood no había
despertado en su habitación, sino en la librería. Y en segundo lugar, que todo
a su alrededor, sin excepción, estaba mojado, incluido él y toda su ropa. Así
que, preso de la locura más incontrolable, había salido corriendo de la
librería, dejando allí el libro del Amo, y con la oficina del detective como
destino. El resto de la historia no hacía falta contarla.
Entonces Trentwood dejó libres los hombros de
Mongabay, y éste, que pese al magnífico y detallado relato no quería creer nada
de lo descrito, empezó a hablar:
- ¿De qué modo quiere que le ayude señor Trentwood? Su
historia es…como poco extraordinaria, inquietante y tenebrosa. Y si todo es
cierto, su tren al mundo de la locura ha cogido una velocidad endiablada- por
mucho que Mongabay quisiera ayudar a aquel tipo, seguía sin dar crédito a su
historia-. ¿Qué puedo hacer por usted?
- Acompañarme a mi librería señor Mongabay, para
observar lo acontecido en su interior, y lo más importante, para examinar el
libro, si es que aún sigue allí. Al marcharme de manera tan precipitada no
cerré la puerta, y temo que alguien se haya llevado el maldito libro- mientras Trentwood
decía esto, se sacó la cartera del interior de su chaqueta, ofreciéndole 300
dólares al detective, una considerable fortuna dada su precaria situación
laboral-. Son suyos si acepta acompañarme y echar un vistazo, ¿me ayudará?
- Está bien señor Trentwood- respondió resignado
Mongabay, maldiciendo su suerte y cogiendo los 300 dólares-. Vayamos abajo,
iremos a su librería en mi coche.
Así fue como, tras salir de la habitación y
despedirse de Nancy, Mongabay y Trentwood bajaron a la calle, se subieron en el
viejo Pontiac del detective, y se dirigieron a la librería. Para sorpresa de
ambos, no había nadie en el interior, pero sí un fuerte olor a humedad.
Absolutamente todo allí estaba mojado, no había ni una estantería, ni un libro,
ni una lámpara, ni cualquier otro objeto que no lo estuviera. A partir de ese
momento, Mongabay empezó a sentirse incómodo, ya que el relato de Trentwood iba
adquiriendo veracidad. Demasiada veracidad.
Fueron avanzando con cautela por el interior de la
librería, y Trentwood se dirigió al mostrador, rebuscando entre la montaña de
libros que había allí, y sacando uno de piel oscura. El pulso de Mongabay
empezó a acelerarse, cogiendo un ritmo alarmante cuando observó más de cerca
ese libro, que estaba muy mojado. Sintió un escalofrío cuando sus dedos acariciaron
la cubierta. No podía ser cierto. Nada de eso podía ser verdad, debía ser un
montaje, una broma muy pesada que alguien quisiera gastarle a Mongabay. Si era
así, no había nada de gracioso en aquello. Trentwood le propuso algo, sacando
una nueva cantidad de dinero de su cartera:
- ¿Ahora me comprende señor Mongabay? Nada de lo que
le conté era mentira, usted mismo está comprobándolo ahora. Si acepta quedarse
un rato leyendo el libro, le daré otros 300 dólares, y si me hace compañía aquí
dentro hasta mañana, le daré más dinero. Yo intentaré leer más libros hasta que
el cansancio me derrote. Estoy desesperado, y sólo quiero comprobar si en
compañía de alguien estoy a salvo del Amo, o si ya no tengo salvación alguna.
Quédese hasta mañana, se lo ruego- y Trentwood se puso de rodillas, provocando
que Mongabay se sintiera entre la espada y la pared.
- No haga eso por favor- Mongabay seguía intentando
convencerse de que aquello no era más que una broma orquestada por alguien, y
con esa línea de pensamiento se dijo que podía quedarse hasta el día siguiente,
en gran medida si sus ingresos aumentaban de nuevo-. Está bien, me quedaré
hasta mañana. Pero procure traerme una botella de bourbon, y algo de comida
para los dos.
- ¡Gracias! ¡Alabado sea usted! Voy enseguida a
comprar lo que ha pedido, quédese hojeando el libro.
Trentwood salió a la calle, y Mongabay tomó asiento tras
el mostrador. Acto seguido, empezó a leer el libro. Nunca jamás había leído
algo que le aterrorizara tanto. Cada letra, cada palabra y cada línea
despertaban en su interior el terror más absoluto, pero también le tenían
atrapado, evitando que sintiera el deseo de levantar la vista. Sintió un alivio
inmenso cuando Trentwood regresó una hora después con el bourbon y la comida. Los
dos comieron a pesar de tener el estómago cerrado por la angustia, y se
bebieron entera la botella. Después, mientras Trentwood se puso a leer algunos
libros, Mongabay continuó con su aterradora e hipnótica lectura. Y así,
enfrascados en lo que hacían, les sorprendió la medianoche.
Trentwood no pudo evitar quedarse dormido, y
Mongabay, que había logrado soltar por segunda vez el libro del Amo, se esforzó
al máximo por mantenerse despierto, encendiendo las pocas luces que aún estaban
apagadas. El éxito de aquel esfuerzo se vio correspondido con una invitación al
paraíso de la locura. Sobre las dos de la madrugada, mientras Trentwood seguía
dormido, empezó a llover con fuerza en la calle. Mongabay se puso nervioso, y
empezó a temblar cuando un trueno resonó con fuerza. La puerta de la librería
salió despedida hacia la calle, y una gran nube penetró en el interior. De la
nube surgieron pequeños rayos que se dirigieron a cada lámpara de la
biblioteca, haciendo estallar todas las bombillas, y dejando el lugar sumido en
la más absoluta oscuridad.
Mongabay saltó sobre el mostrador, intentando
acercarse a Trentwood, pero se detuvo cuando empezó a llover sobre él y le
invadió una corriente de aire frío. Sin saber muy bien qué hacer, rebuscó
nervioso entre sus bolsillos, hasta encontrar su encendedor. Lo sacó y puso una
mano encima para que no le cayera agua. Cuando logró encenderlo deseó no haber
tenido aquella idea. La nube estaba sobre su cabeza, y se dirigía hacia
Trentwood. Era como si alguien estuviera controlando los hilos de una
marioneta, pero en vez de un muñeco de trapo, lo que se movía era una nube.
Nada de eso podía ser real. La nube empezó a aumentar de tamaño, abarcando la
totalidad de la librería en cuestión de segundos. Entonces la lluvia empezó a
caer por todos lados y con tanta violencia, que empezó acumularse en el suelo,
inundándolo todo. Mongabay seguía parado observando el espectáculo a la luz de
su mechero. Lo último que pudo ver antes de perder la conciencia, fue una
figura que empezaba a materializarse frente a Trentwood, surgiendo del agua que
inundaba la librería.
Cuando Mongabay se despertó, estaba en una cama de
hospital, y Nancy lo observaba desde una silla. Él le preguntó qué había
pasado, y su fiel secretaria le informó de ello:
- Te encontraron hace una semana en la librería del
señor Trentwood, inconsciente. Él estaba gritando de tal modo que la gente de
los alrededores se asustó y llamó a la policía. Y cuando llegaron algunos
agentes, os encontraron a los dos calados hasta los huesos. A ti te trajeron a
esta habitación, y al señor Trentwood…bueno, lo llevaron al psiquiátrico de las
afueras de la ciudad. ¿Qué pasó aquella noche Peter?
- Por tu propio bien jamás lo sabrás Nancy, y ojalá yo
lo olvide con el paso del tiempo- entonces un pensamiento asaltó su mente-.
Sabes si… ¿encontraron un libro de piel oscura en el interior de la librería?
- Me temo que eso es imposible Peter, la librería se
incendió el mismo día que os sacaron de allí. A decir verdad…tenéis suerte de
estar con vida los dos.
- Un incendio eh…eso enterrará todo indicio del Amo.
- ¿Cómo dices Peter?
- Nada, olvídalo Nancy. Gracias por estar a mi lado.
¿Me traes un café?
- Sí, enseguida regreso.
Y cuando Nancy iba a salir de la habitación,
Mongabay le hizo una última pregunta:
- Nancy… ¿sabes si desde que me ingresaron en el
hospital, alguna mañana han encontrado mojada la habitación?
- No Peter- y ella lo miró como si se hubiera vuelto
loco-, no sé a qué viene esa pregunta, pero no.
Entonces Nancy, tras unos segundos de tenso
silencio, se marchó, y Mongabay lanzó un enorme suspiro de alivio. No pudo
evitar sentir lástima por Trentwood, que jamás volvería a estar cuerdo, pero
sintió una gran satisfacción por la respuesta de Nancy, y por quedar lejos del
influjo del Amo de la lluvia. Al menos, lejos por el momento...
Nota adicional: Si queréis leer el primer relato que escribí sobre el Amo, donde ataca los sueños de otra víctima, clickad aquí.
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