Dice un gran tópico que sólo los niños y los
borrachos cuentan la verdad. En el caso de Gabriel, también se podía añadir a
lo anterior una nueva categoría, la del hombre perdidamente enamorado. Aunque
claro, el camino hacia la verdad toma una dirección por acción y otra por
omisión, en función de la reciprocidad de ese amor.
A veces, cuando uno siente algo y no es
correspondido, la mejor elección no es contar la verdad, sino omitirla. Pero
por suerte, Gabriel era consciente de que su relación con Natalia no flaqueaba
en ese aspecto, y es por ello que decidió contar todo lo que sentía, sin ocultar
nada:
- Cuando le vi a él besarte en el hotel…sentí un gran
dolor, y una sensación de derrota como jamás había experimentado antes. Podía
haber actuado de muchas maneras distintas, y es posible que eligiera la más
cobarde de todas al huir de allí. Pero no sabía qué hacer Natalia. En mi
interior todo estaba fragmentado. Pensé que así debía sentirse el capitán de un
barco cuando se ve sorprendido por una intensa tormenta en alta mar.
En aquel punto, él puso sus manos sobre los hombros
de ella, y continuó hablando sin dejar de mirarla a los ojos:
- Te quiero, eso no ha cambiado. Te quiero y deseo
seguir viviendo esta especie de cuentos de hadas contigo. Prometo afrontar de
un mejor modo los malos días que vengan, porque sé que vendrán para intentar
agujerear cada buena vivencia que hayamos creado y compartido. Y eso es lo que
todo mi ser necesita ahora, seguir elaborando buenos momentos juntos.
- Es lo mismo que yo deseo y necesito Gabriel.
- Siendo así, tengo una petición que hacerte para
volver a la normalidad.
- Lo que quieras.
- ¿Podrías traerme una bolsa con hielo? Te reirás como
una posesa, pero ese puñetazo ha sido la confirmación definitiva de que el
mundo del boxeo estará mejor sin mí.
Y efectivamente, Natalia empezó a desternillarse
ante aquel comentario, y Gabriel se contagió de aquella maravillosa risa que
ella tenía. Incluso siguió riéndose una vez que ella fue a la cocina a por la
bolsa con hielo.
Por lo demás, se pasaron el resto de la jornada en
la cama, haciendo el amor con la ternura, la dedicación y la lujuria que se
profesaban de manera constante. No había prisa por conciliar el sueño, no
cuando los sentidos de cada uno estaban en perpetuo deleite y disfrute de cada
caricia, beso o mirada. Gabriel y Natalia empezaban a ganarse un hueco en la
lista negra de Morfeo. Pero si había una inmejorable razón para retrasar la
llegada al reino de los sueños, ellos la tenían.
Los días fueron pasando, y Gabriel y Natalia continuaron
viéndose a menudo. Y lejos de verse a solas, fueron avanzando socialmente como
pareja, ya que Gabriel la presentó ante su círculo de amistades más cercanas, y
le enseñó el piso en el que vivía con sus compañeros. A su vez, empezaron a
quedar a menudo con el grupo de amistades de ella, que no tardó en acoger a
Gabriel como uno más de los suyos por lo feliz que hacía a Natalia, y por lo
encantador que les resultaba.
El único parón en la relación de ambos lo supuso la
época de exámenes para él, que fue responsable y no salía de la biblioteca de
la facultad más que para comer y dormir. Optó por hacer ambas cosas en su piso
y no en el de Natalia, porque habría sido una tentación demasiado apetitosa
estudiar anatomía de forma práctica en lugar de teórica, y eso le habría
interferido negativamente en los exámenes.
Aun así, ella le hacía pequeñas visitas en la
biblioteca sólo para saludarle y darle un beso, o para tomar un café en los
descansos de él. Y desde luego, esas visitas ayudaban a Gabriel a estudiar con
mayor ánimo, sabiendo que cuando aprobara todas las asignaturas posibles, una
persona muy importante para él se sentiría orgullosa y le estaría esperando con
los brazos abiertos.
Y así fue, cuando Gabriel supo su última nota de
aquel curso, el orgullo no sólo le embargaba a él y su familia, sino también a
Natalia, que le acompañó a la facultad a consultar la nota. Había logrado
aprobarlo todo a la primera, sin necesitar estudiar durante el verano, y a buen
seguro que eso depararía un enorme beneficio para ambos, que tenían planeado
hacer un viaje.
Aunque antes de ese viaje, Gabriel hizo algo que pilló
por sorpresa a todos los involucrados: presentó a Natalia ante su familia.
Aprovechó que sus padres habían viajado hasta la ciudad para recogerle y
ayudarle a llevarse las cosas del piso, y le pidió a Natalia que fuera hasta
allí a verle.
Las cosas salieron mejor de lo esperado, ya que a
pesar de la timidez que mostró Natalia por aquel inesperado encuentro, los
padres de él no pudieron evitar percibir la inmensa felicidad que emanaba de su
hijo al estar con ella. ¿Qué era mayor en edad? Sin duda, pero si él era feliz
y ella también, eso es lo que importaba.
Por eso inicialmente los padres de Gabriel encajaron
con estupefacción el que su hijo saliera con una mujer mayor que él, pero no
mostraron desaprobación al respecto. Con el tiempo, tanto ellos como Natalia
llegaron a profesarse un gran afecto, aunque no pudieran saberlo en su primer
encuentro.
Tras las presentaciones, y antes de marcharse para
pasar unos días con sus padres, Gabriel se despidió de Natalia, sabiendo que
pronto volverían a verse y compartir el resto del verano. Ella le dio un abrazo
y le dijo al oído lo feliz que era porque él hubiera dado ese nuevo paso con su
familia, y él le dijo que todo el mundo debía ser partícipe de lo feliz que era
con ella.
Y después de despedirse y reencontrarse algunos días
después, el verano transcurrió, deparando maravillosas semanas de viaje y
turismo para Gabriel y Natalia. No dejaban de hacerse fotos en cualquier lugar
o momento del día, empezando a construir así un álbum de fotos y vivencias que
nunca dejaría de crecer.
Todo su amor había tenido como punto de partida un
encuentro casual, y ellos jamás dejarían de agradecerlo lo suficiente.