23 de junio de 2016

Crónicas de un westerniano: Capítulo 1

En el saloon “Deadwood” se escuchaba una alegre música de pianola en la que a veces se colaban unas notas de un banjo, y había un gran murmullo ocasionado por el considerable número de personas allí reunidas. Había vaqueros bebiendo alcohol como si no hubiera un mañana, bailarinas meneando alegremente sus cancanes al ritmo de la pianola, indios jugando a tirar sus cuchillos a una diana, y varias mesas en las que diferentes personas jugaban al póker, aunque con una baraja poco convencional.

Una mano enorme se posó sobre el montón de fichas situado en una de las mesas de póker. Sin embargo, cuando esa mano acercaba el montón hacia su dueño, otra mano distinta entró en juego, deteniendo el movimiento. Entonces el dueño de la mano enorme, que era un tipo de casi 2 metros de altura y con el rostro poblado de cicatrices, emitió un enorme gruñido, provocando que todo sonido en el Deadwood desapareciera. Hubo un pequeño temblor que hizo vibrar el suelo y todos los objetos del lugar, pero nadie le dio importancia, ya que la mesa de póker se había convertido en el punto de mayor tensión y suspense.

El jugador que había contrariado al gigante se levantó de la silla, y algunos de los presentes le reconocieron. Era Irvin “el rayo” Shaw, un conocido pistolero de Westernia.  Irvin puso sus cartas sobre la mesa, e invitó con un gesto a todos los presentes para que observaran su jugada. Había conseguido un full de caballos y cactus, y eso era suficiente para ganar al trío de sombreros logrado por el gigante. En un gesto que hizo temer a todos lo peor, el gigante se levantó bruscamente de la silla, miró a Irvin, y de un golpe rompió la mesa de póker, sin que el otro se inmutara lo más mínimo.

Acto seguido, y cuando parecía que el gigante se abalanzaría sobre él, Irvin sacó con la velocidad del rayo su revólver de la cartuchera, avisando así de las consecuencias de la posible agresión. Un nuevo temblor entró en escena, asustando esta vez a algunos de los presentes. El gigante emitió un nuevo gruñido, y se alejó de la destrozada mesa de póker, abandonando el saloon. Irvin enfundó su revólver, y tranquilizó a todo el mundo:

- Algunos tienen mal perder, pero todo está controlado, seguid a lo vuestro.

Poco a poco la algarabía volvió a adueñarse del recinto. Primero regresó la música de la pianola, luego el baile femenino, y así hasta volver todo a la normalidad previa al incidente. Entonces Irvin se agachó para recoger las fichas, y luego se dirigió a la barra para cambiarlas en efectivo. A pesar de que le descontaron la suma equivalente a la mesa rota, había quedado una gran cantidad. Tras cambiarle las fichas, Erwin Reilly, el camarero y dueño del Deadwood, un hombre fornido pero de piel albina, amigo de Irvin, empezó a conversar con él:

- Algún día te vas a llevar un verdadero disgusto si sigues jugando con gente tan irascible.
- Reilly, precisamente eso es lo que hace más que interesante el juego, la subida de adrenalina cuando hay problemas.
- Es posible, pero esto no es Westernia, aquí vienen personajes de todo tipo, y si te ves en un verdadero aprieto, no tendrás demasiados aliados.
- Siempre contaré con mi revólver, no lo olvides Reilly.
- Hasta que un día te falle Irvin.
- Ve preparándome un especial de Gilead.

Y mientras Reilly preparaba para Irvin un cocktail especial de Gilead, un tercer temblor sacudió la cantina, esta vez con gran fuerza, provocando que casi todas las personas se pusieran nerviosas. Tras un par de minutos de desconcierto, el temblor fue remitiendo poco a poco. El ambiente regresó con timidez al saloon.

- Debemos estar atravesando un campo de asteroides- le dijo Irvin a Reilly.
- Nunca termino de acostumbrarme a estos inconvenientes de vivir en el espacio.
- Siempre puedes volver a Westernia, allí no hay temblores Reilly.
- Ni temblores ni gran cosa de interés, la última guerra dejó el planeta hecho un caos.
- Pero poco a poco se vuelve a la normalidad, deberías ir por allí para comprobarlo- y cuando Reilly le sirvió el especial de Gilead, Irvin alzó el vaso-. Por Westernia- y se bebió el combinado de un trago-. Cuídate Reilly.
- Lo mismo digo Irvin.

Tras despedirse, Irvin abandonó a paso lento el saloon, observando todo lo que allí ocurría. Aquel ambiente tan clásico y antiguo en comparación con otros lugares de la galaxia, le hacía recordar Westernia, su planeta natal. Al traspasar las puertas abatibles, observó bien el lugar donde estaba: la gigantesca nave colonia Translow. El efecto tras salir del saloon era como viajar hacia adelante en el tiempo, dejando atrás un retazo del pasado para caminar en el futuro. De hecho el sonido ambiente era una mezcolanza de cientos de idiomas y sonidos que podrían enloquecer a quien pretendiese descifrar el contenido de todas las conversaciones existentes en el momento.

Arrancando con un paso lento y sin prisas, Irvin avanzó en el interior de la nave colonia. Aquel lugar albergaba incontables viviendas, negocios y lugares de diversión pertenecientes a seres de infinidad de planetas. La propia policía de la nave era un ejemplo de integración de cualquier raza espacial, ya que no había dos policías de la misma especie. Y eso mismo ocurría con otros cuerpos de seguridad. Los mercados, numerosos y bien repartidos por la nave, ofrecían una variedad increíble de productos importados de cualquier rincón de la galaxia. Y no era descabellado encontrar en los almacenes industriales objetos construidos con materiales de cuya existencia jamás hubiera sabido una persona.

Irvin nunca dejaba de asombrarse ante aquella visión que aunaba diversidad, rareza y coexistencia. Aquella unión de razas tan maravillosa en la Translow, sólo se veía rota cuando alguna banda mafiosa pretendía acabar con otra. Tras observar unos minutos todo el entorno, “el rayo” empezó a silbar mientras aceleraba la marcha, y se dirigía al siguiente lugar que quería visitar.   


Continuará...

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9 de junio de 2016

Un encuentro casual X

Natalia apenas necesitó unos segundos para reponerse de la sorpresa y propinarle un sonoro guantazo a aquel hombre. Aquello no podía estar pasando. Su ex-marido Emilio estaba allí, apestando a alcohol, y había tenido la indecencia de besarla, como si aún estuvieran juntos. Y además la había llamado “nena”. Todo aquello había sucedido mientras Gabriel se despedía de Cristóbal en el exterior, y empezaba a caminar hacia una parada de autobús para volver a casa.

Emilio no sólo la había besado delante de toda aquella gente, que les conocía y había vivido su matrimonio y su divorcio, sino que además…Gabriel podría haber visto aquella escena, sintiéndose tan sorprendido como dolido. Antes de abrir la boca, Natalia repasó visualmente todo el lugar, sintiendo una punzada de pánico al no ver a Gabriel, que se había excusado anteriormente con ella para salir fuera un rato. ¿Y si había vuelto y había visto aquello? ¿Dónde estaría ahora mismo? ¿Gabriel?

Como respuesta a sus preguntas, tuvo lugar la aparición de Cristóbal, que tras observar a Emilio cerca de Natalia, y sentir el tenso silencio que había entre todos los presentes, pareció comprender algo. De hecho se le había congelado la sonrisa que tenía en el rostro, terminando por convertirse en una mueca de decepción. Fue entonces cuando Cristóbal entendió la repentina marcha de Gabriel, y Natalia pareció adivinar eso mismo en la mirada de su amigo, sintiéndose muy triste.

Cristóbal apenas conocía al chico como para descubrir el motivo por el que se había ido, pero en aquel instante, tras imaginar que Emilio habría montado un numerito, sintió gran pena por Gabriel. Emilio nunca había sido un hombre del agrado de Cristóbal, y en sus fases de borracho incorregible, era capaz de irrumpir en cualquier sitio donde estuviera Natalia, para alterar su felicidad y estropearle la velada. Y lo había vuelto a lograr. Un año y medio después de su última escena, lo había conseguido de nuevo. Poco le importaba que hubiese arruinado en gran parte su fiesta, Natalia no merecía aquello.

- ¿Qué haces aquí Emilio?- fue Natalia quien rompió el incómodo silencio general.
- He venido a verte muñeca- en las palabras de Emilio orbitaba con persistencia el olor a Four Roses, su bebida alcohólica favorita-, me enteré de que Cristóbal iba a recibir un premio, y logré averiguar que sería aquí la celebración. ¿No te alegras de verme?
- Jamás me alegraré de volver a verte, hace tiempo que te eché de mi vida y todas las personas de aquí que me conocen saben que no quiero verte nunca más. No vuelvas a molestarme- y al tiempo que decía estas palabras, Natalia se dirigía hacia la salida-.
- Pero nena…
- Él se ha ido Natalia- dijo Cristóbal cuando ella llegó a su altura-. Me dijo que disfrutara de la velada, y se marchó…no imaginaba que ésta fuera la causa.
- Gabriel…ha debido ver a Emilio besándome a traición…Le odio- y las primeras lágrimas empezaban a recorrer las mejillas de Natalia-, en este momento le odio más que nunca. Éste día era muy importante y especial para mí por muchas razones, y Emilio ha tenido que aparecer para que todo se tambalee en tu gran día y en mi vida. Lo siento…
- Por mí no te preocupes encanto- le dijo Cristóbal dedicándole una comprensiva sonrisa, para luego pedirle gestualmente silencio a Emilio, el cual sorprendentemente hizo caso-, me acercaré a él y le pediré que se vaya, y si se niega disfrutaré viendo cómo lo echan de aquí. Cuando se marche todo volverá a la normalidad. Pero me siento mal por ti, no te mereces esto.
- Si quieres que me quede lo haré, pero esperaré en otro lugar hasta que él se largue.
- Oh no, ahora mismo no quiero que te quedes para complacerme. Ve a buscar a Gabriel. Aunque no lo creas, al verte con él en la ceremonia, he visto un brillo en tus ojos que me ha alegrado mucho. A por él Natalia.
- Gracias por ser así- dijo ella sin dejar de llorar-.

Y mientras Natalia se marchaba del lugar, Cristóbal se acercó a Emilio. Sintió una pequeña satisfacción al ver una de las mejillas de él enrojecida, con la marca de los dedos de Natalia. Aunque pensaba disfrutar mucho más echando de allí a aquel tipejo. Era más agradable el olor a alcohol que la presencia del borracho, así estaban las cosas.

Al final no fue necesaria la fuerza, que habría satisfecho el lado vengativo de Cristóbal, sino que Emilio se marchó de allí por su propia voluntad, no sin antes beberse de un trago un par de copas que cogió de una bandeja. Hay veces en que la indumentaria de una persona es mucho más elegante que su manera de ser y sus modales, y en el caso de Emilio, se cumplía perfectamente ese detalle. Pocos minutos después de su marcha, las conversaciones volvieron a retomarse en la sala, y Cristóbal pidió disculpas a los demás, animándoles a disfrutar del resto de la velada, que no había hecho más que comenzar. Mentalmente le deseó suerte a Natalia para el resto del día.

Para cuando todo lo acontecido en el hotel había llegado a su fin, reanudándose así la normalidad, Gabriel ya estaba cerca de llegar a casa. Natalia le estaba llamando al móvil desde hace unos minutos, pero no se sentía con fuerzas de coger la llamada y hablar. No había dejado de llorar, pero tampoco de machacarse mentalmente. ¿Por qué había salido huyendo de allí? ¿No merecía Natalia un mínimo de credibilidad a pesar de ser besada por otro? ¿Qué le estaba pasando? ¿Por qué no cogía el teléfono y lo arreglaban todo hablando?

A su vez, Natalia, sin despegar el teléfono de su oreja, y tras pasar por todas las paradas de autobús de los alrededores, empezaba a sentirse muy triste. Se estaba mojando debido a la fuerte lluvia que caía en ese momento, pero eso poco importaba. Había dejado de llorar, pero aún tenía las mejillas mojadas. Gabriel no cogía sus llamadas, y ella se dio cuenta de un detalle que antes le había pasado de puntillas pero ahora cobraba vital importancia. No sabía cuál era la dirección de Gabriel, y eso le impedía coger un taxi e ir a su casa. Tampoco conocía a sus amigos, por lo que sus opciones de dar con él se reducían a aquel aparato que seguía sosteniendo pegado a su oreja.

A ese punto había llegado la tecnología, a eclipsar la importancia de saber ciertos datos sobre personas importantes para alguien, con la falsa tranquilidad de pensar que en caso de necesidad, bastaría con tener su número de teléfono móvil. No ya un número de teléfono fijo, sino el móvil. A falta de encontrar otro medio para hablar con Gabriel ese día, Natalia optó por seguir llamándole, que era lo más directo.

El teléfono de Gabriel volvía a sonar, y él seguía sintiéndose incapaz de cogerlo. Tarde o temprano tendría que hacerlo se dijo. A fin de cuentas su reacción había sido tan directa que había privado a Natalia de la posibilidad de explicarle cualquier cosa. La quería, eso seguía siendo inalterable, la quería y ella merecía la oportunidad de contarle lo sucedido, y desvelarle la identidad de aquel tipo. El teléfono dejó de sonar, y Gabriel aprovechó para respirar hondo y secarse las lágrimas. Quedaban un par de minutos para que el autobús llegara a su parada.

Tras armarse de valor, fue él quien llamó esta vez por teléfono. Ella lo cogió al momento:

- Hola Gabriel, no sabes cuánto siento que hayas visto esa escena…
- Por aquí no Natalia, es mejor hablarlo en persona. Podrás explicarte mejor, y quizás yo logre encontrar las palabras para justificar mi reacción. Nos vemos en tu casa en un rato.
- De acuerdo Gabriel. Te quiero.
- Y yo también Natalia. Yo también.

Tras finalizar la llamada, Gabriel se bajó del autobús en la siguiente parada, y buscó un taxi para llegar más rápido a casa de Natalia, que en ese mismo momento intentaba encontrar el mismo tipo de vehículo.      


Continuará...

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