27 de abril de 2016

Proyecto Fobia: Capítulo 6

Para poneros en situación antes de comenzar la lectura del texto, os recuerdo que la narración de esta historia, se hace entre el pasado y el presente del doctor August Remprelt. Los capítulos impares son del pasado, y los pares son del presente.

Para leer lo inmediatamente anterior a este capítulo, clickad aquí.

Capítulo 6: Una visita guiada por el Clarkson

Noviembre de 1988

Mientras Stan y Dean dormían plácidamente en sus casas, Remprelt se despertó bruscamente en mitad de la madrugada. Había vuelto a pasar la noche en el Clarkson. Realmente lo consideraba más hogar que su propia casa, a pesar del dinero que había invertido en ella para que quedara a su gusto. Sin embargo…cuando el trabajo de uno es su pasión, o en algunos casos su única meta en la vida, un simple hábito como el de dormir se termina amoldando a lo práctico, y trabajar en un psiquiátrico donde había camas para el personal, constituía una ventaja y un buen ejemplo de que no hace falta llevarse el trabajo a casa si uno se puede llevar su casa al trabajo. Remprelt había estado soñando con su mejor amigo de la infancia, Clay Truman Jr.

Qué gran apoyo había sido Clay, que a veces se colaba en los sueños del Augie ya adulto, para recordarle que en la infancia sí tuvo algunas dosis de felicidad. Una felicidad muy reducida, pero fomentada por aquel chico tan entusiasta, cuya única y saludable ambición, era trabajar como mimo. Ojalá la vida pudiera reducirse a los sueños que uno tiene cuando aún no ha madurado, cuando su bondad aún sigue incorrupta y su visión del mundo, por oscura que pueda ser, no está desprovista de retazos de luz e ilusión que la contrarresten.

Sin embargo, los sueños donde aparecía Clay no siempre terminaban bien. Aquella noche, tras aparecer en el subconsciente de Remprelt haciendo una actuación como mimo, había ido difuminándose su imagen, dando lugar a un fundido en negro, como si se tratase de una miniserie televisiva.

Fue en ese momento cuando un grito estremecedor acabó con el sueño, provocando que Remprelt se despertara sobresaltado. Su respiración estaba muy acelerada, su cuerpo sudoroso, y una sensación de terror se había expandido en su interior, hasta dejarle paralizado en la misma posición durante unos minutos. Una vez que logró moverse, se sentó en el borde de la cama, donde ordenó sus pensamientos. Para ayudarse a pensar con más claridad, se palpó uno de los bolsillos del pantalón, donde estaba el péndulo que usaba en las sesiones de hipnosis. Siempre lo llevaba encima, ya fuera colgado del cuello, o guardado en alguno de sus bolsillos. Volver a sentir su tacto suponía una sinergia positiva de energía para Remprelt, que recordaba que aunque el infierno pueda existir en la tierra, hay formas de salir victorioso de sus entrañas. Ya lo había hecho en el pasado, así que sabía que era posible.

En cualquier caso, su péndulo, que llevaba siendo una extensión de su ser desde hace muchos años, le permitía recordar que el juego continuaba, y que él podía marcar las pautas a seguir. Es por eso que tras acariciarlo un rato por encima de la tela del pantalón, se sintió menos aturdido por su violento despertar. Seguía pensando en su gran amigo Clay, pero ya no era lo único que había en su mente, pues intentaba volver a la rutina de su trabajo. Y recordando las cosas que tenía que hacer algunas horas después, cuando el psiquiátrico retomara su intensa actividad diurna, remarcó mentalmente la importancia de la visita guiada que le haría a Stan, el hombre que le había desconcertado en los últimos días. Remprelt se volvió a tumbar en la cama, y tras pensar en el recorrido que haría con Stan, decidió que no le mostraría el sótano. Aún no, no hasta saber la idoneidad del tipo para servir al Proyecto Fobia. Pocos minutos después de tomar esa decisión, Remprelt volvió a dormirse, esta vez sin tener sueños que le inquietaran al despertar.


Una vez que el sol dio inicio a una nueva mañana, Dean regresó a la oficina del sheriff. Como siempre era el primero en llegar, no se encontró a nadie mientras se dirigía a su despacho. Sin descuidar su ritual diario, se preparó una taza de café, la segunda que tomaría esa mañana tras haber desayunado en casa. Después de bebérsela, se sentó tras su escritorio, y se quedó un rato con una mano apoyada en el teléfono. Antes de llamar a Remprelt había que tener pensado el mensaje que se quería decir, por simple que fuera. Pero claro, Dean no tenía muy definido lo que iba a decir, sobre todo porque se sentía contrariado. A grandes rasgos, no había encontrado nada sospechoso tras indagar un poco sobre Stanley Farrell. Aunque no llevaba más que un par de años residiendo en el condado, no tenía antecedentes penales, ni había sido nunca objeto de investigación alguna por parte de las autoridades.

Dean había hecho valer su amistad con distintos cargos policiales para obtener esta información, pero cualquier cosa que Remprelt pidiera, había que hacerla lo mejor posible. La única nota discordante que Dean había encontrado en sus pesquisas, era el hecho de que Stan sólo llevara unos años residiendo en el condado, siendo todo un misterio saber qué había sido de él hasta entonces. Aunque a su nombre no constaran antecedentes penales, esa información solo evidenciaba que en su tiempo como residente del condado, se había comportado cívicamente. Todo lo que hubiera sucedido antes de eso…era un misterio. Y eso era lo que tenía dudoso a Dean, que era consciente de que Remprelt tenía dudas, y le había pedido ayuda a él para aclarárselas, no para alimentarlas. Pero…no podía decir que todo estaba bien si había algún cabo suelto, así que se sentía obligado a hablar de ello.

Tras tomar un poco de aire, Dean marcó el número de contacto Remprelt, y se sintió algo nervioso
mientras esperaba que cogieran la llamada. La recepcionista que le atendió le dijo que estaba ocupado visitando a sus pacientes, pero que le avisaría de su llamada a la mayor brevedad. Media hora después, el teléfono de Dean empezó a sonar. Era Remprelt, y fue directo al grano:

- Buenos días Dean. ¿Qué has averiguado sobre el señor Farrell?
- Hola August, lleva residiendo en el condado poco más de dos años, y está limpio…hasta esa fecha.
- Por ahora no te puedo decir más datos. Pero sé que no te gustan los cabos sueltos, y voy a seguir investigando. Quiero averiguar qué vida tenía antes de venir a vivir aquí.
- Pon toda tu atención en ello Dean, va a estar a prueba una semana, y hoy le haré una visita guiada por el Clarkson. Sigue generándome sensaciones dispares y muy intensas, y quiero saber cuál es la más cercana a la realidad.
- De acuerdo August, así se hará, no te fallaré.
- Más te vale Dean, nos jugamos mucho si apostamos por el tipo equivocado, y más aún si optando por no hacerle partícipe del Proyecto, resulta que esconde algo que sea perjudicial para nosotros.
- Llámame en cuanto tengas más novedades.

Tras despedirse, Dean colgó con sensación de derrota, porque no había podido servir a Remprelt tan bien como siempre. Pero eso iba a convertir su investigación en algo más importante y personal, porque redoblaría sus esfuerzos a la hora de averiguar más información sobre Stan.  No era fácil encontrar nuevos adeptos para el Proyecto Fobia, y al margen de eso, ni Dean ni Remprelt se podían permitir que una persona pudiera desmontar su gran obra a la sociedad en caso de descubrir lo que hacían.

Mientras Dean pensaba en los siguientes pasos para su investigación, Stan iba camino del Clarkson. En la radio de su Plymouth Fury se escuchaba “Shoot to thrill” de “AC/DC”. Era uno de los grupos favoritos de Stan, y eso contribuyó a que su viaje al psiquiátrico fuera mucho más ameno y rápido. Su faceta de actor volvería a salir a flote en cuanto estuviera cerca de Remprelt, y ello justificaría cada hora de práctica frente al espejo de su casa, siempre que saliera triunfante.

Tras colgar el teléfono, Remprelt había continuado con su ronda de visitas a los pacientes. No es que quitara importancia a las dudas que Dean le había comentado en su llamada, pero necesitaba tener la mente centrada para evaluar bien a los internos que debía examinar durante el resto de la mañana. Poco después de terminar la ronda, y cuando se dirigía a su despacho, se encontró con Stan, que atravesaba la puerta de entrada. Había llegado el momento de mostrarle las entrañas del psiquiátrico. Al menos la mayor parte de ellas. Remprelt se acercó hasta él para darle un apretón de manos y saludarle:

- Buenos días Stan, tal como te comenté, haremos una pequeña visita por el edificio, y te iré explicando las distintas cosas que has de hacer en tu semana de prueba.
- Genial doctor Remprelt, estoy deseando conocer mi posible lugar de trabajo.
- Así es Stan, has mencionado la palabra importante, posible. Durante la semana que estarás de prueba, tus méritos serán evaluados minuciosamente por mí y el resto del personal que haga el turno de noche. Si te desenvuelves bien, el puesto será tuyo, tienes mi palabra al respecto. ¿Alguna pregunta?
- No doctor Remprelt, ninguna.
- Bien, sígueme, empezaremos el recorrido por la planta más alta e iremos bajando.

Una vez terminada la conversación, Remprelt y Stan se subieron en el elevador, que ascendió hasta la novena y última planta, donde estaban internados los pacientes más peligrosos. Desde que la visita comenzó, Stan se sintió algo perdido por la gran cantidad de estancias que había en todo el edificio. Sabía que tendría que hacer un esfuerzo titánico para lograr conocer cada rincón del psiquiátrico, y a cada planta que visitaba esa sensación era aún mayor. Era increíble la de personas que trabajaban en el lugar, y la de pacientes que había allí ingresados.

Cuando llegaron a la segunda planta, que sería aquella en la que Stan haría principalmente su labor, Remprelt dijo algo que le pilló desprevenido:

- Y bien Stan, como puedes observar, este edificio es enorme, por lo que si te ves en apuros en algún momento de tus rondas, puedes pedir ayuda a alguno de los otros vigilantes. Encontrarás uno en la planta principal, otro en la quinta, y uno más en la novena. De todas formas, los pacientes que vigilarás no son los más peligrosos, pero ello no implica que debas rebajar tu atención.
- Así que- Stan se sintió desanimado al comprobar que habría tres vigilantes más en el turno de noche- si necesito algo…puedo acudir a ellos.
- Exacto, esta noche te los presentaré antes de que empiece tu turno. Y en el peor de los casos, puedes acudir al personal sanitario de guardia, o bien buscarme en mi despacho o en alguna de las habitaciones de descanso del personal, paso mucho tiempo aquí. De hecho el Clarkson es…

Por un momento, a Stan se le vino el plan abajo, y dejó de escuchar a Remprelt. Aunque contaba con el hecho de que en el turno nocturno habría personal sanitario de guardia, e incluso que Remprelt trasnocharía en el lugar, no había reparado en la posibilidad de que hubiera más guardias. Y eso suponía un fallo de análisis previo, ya que en un edificio de nueve plantas y a saber cuántos niveles subterráneos, era una quimera pensar en que sólo hubiera una persona al cargo de la vigilancia. Había sido un grave error de cálculo. No era algo que imposibilitara su verdadera intención investigadora, pero tendría que encontrar una buena manera de solventar aquello. De todas formas, por el momento su cometido era superar la semana de prueba, y ya se las apañaría una vez que le contrataran. No debía desanimarse. Entonces Stan se recompuso, hablándole de nuevo a Remprelt:

- Perdón, ¿decía usted?
- Bueno, comentaba que el Clarkson es como mi segundo hogar.
- Ah, sí, disculpe que no escuchara esa última parte. Sin duda se nota que usted es feliz en este lugar.
- Digamos que siento que mi trabajo aquí es muy importante, para la sociedad, para los pacientes, para la ciencia…
- ¿Y para ayudar a que los criminales que creen haber vencido a la ley al ser internados aquí, se arrepientan de haber venido?
- Bueno Stan, no lo diría con esas palabras…pero me gusta pensar que si un condenado penal no está realmente loco, y ha logrado engañar al sistema, al menos yo podré hacer que no disfrute tanto de su engaño, porque me encargaré de recordarle que las leyes son para cumplirlas, y que la mente humana no ha de tomarse como un fin para librarse de un castigo mayor.
- No podría estar más de acuerdo con usted.

Tras dejar ahí la charla, Remprelt continuó enseñándole a Stan el resto de la segunda planta,
explicándole todas y cada una de las cosas que debía hacer como vigilante, lo cual incluía impedir que cualquier paciente saliera de su habitación pasada la medianoche, hacer varias rondas de vigilancia en esa planta y la superior, y socorrer a algún sanitario en caso de encontrarlo en apuros. No era frecuente que sucediera esto último con los pacientes de esa planta, y además los celadores del turno de noche estaban precisamente para evitar esas situaciones. Pero toda precaución era poca.

Una vez que regresaron a la planta principal y Remprelt le enseñó casi todo, incluyendo una amplia cafetería, Stan señaló hacia la puerta que daba al sótano, que era lo único de lo que no le había hablado Remprelt. Entonces su curiosidad se hizo patente:

- ¿Adónde conduce esa puerta doctor Remprelt?
- Lleva al sótano, pero no hay nada de interés ahí abajo, principalmente material antiguo y cosas que ya no sirven, y ya se encarga el vigilante de esta planta de controlar que nadie acceda a él.
- Perfecto entonces- mentalmente Stan se dijo que ahí había más de lo que Remprelt había dicho-.
- ¿Queda algo más por ver?
- No, todo lo importante ya lo has visto. Ahora he de dejarte, pero vuelve esta noche y empezará tu prueba. Recuerda venir una hora antes del inicio de tu turno, para presentarte al personal de la noche y entregarte un uniforme y accesorios de trabajo.
- Bien doctor, hasta esta noche.

Tras darse un apretón de manos y despedirse, Stan se dirigió a su vehículo. Una vez en el interior, repasó sus sensaciones. El sótano, aquel lugar debía ocultar algún importante secreto, a pesar de la normalidad que Remprelt había querido mostrar ante Stan. Tarde o temprano tendría que encontrar el modo de acceder a él y averiguar lo que se cocía allí. Hasta entonces, Stan se repetía que habría de comportarse bien durante su semana de prueba, y al menos sus obligaciones le permitirían curiosear en dos de las plantas del psiquiátrico. No estaba nada mal para empezar.

Por su parte, y tras observar cómo Stan subía a su vehículo, Remprelt se dirigió hacia la puerta del sótano, sacó de uno de sus bolsillos la llave para abrirla, y una vez al otro lado, volvió a cerrarla. Le esperaba una nueva sesión de hipnosis con un paciente que tenía fobia a los payasos. Una hora después, si alguna persona hubiera escuchado los gritos que procedían del sótano, se habría asustado considerablemente, aunque no tanto como el hipnotizado paciente, que se desgañitaba gritando al creer que una familia de payasos hambrientos le cocinaba en un enorme caldero…

Continuará...

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19 de abril de 2016

Últimas sensaciones

En ese momento, todo lo que él había oído al respecto era cierto. No había dolor, no había sufrimiento, solamente una dulzura que envolvía los instantes finales del camino. Sólo un elemento transformaba alternativamente esa calma en inquietud, alterando las distintas sensaciones que se arremolinaban en todo su ser. Y eso le hizo recordar los acontecimientos que le habían llevado a estar en aquel lugar: la bañera de su casa.

¿Por qué había tenido que prestarse a ser partícipe de aquella sesión de ouija? Todo parecía tan inocente…que no pudo preveer que al final de esa noche, un espíritu errante atormentaría sus últimos días. Pero lo hizo, vaya si lo hizo.

El agua de la bañera seguía tan caliente como segundos antes, y la sangre descendía de sus muñecas para desembocar en el transparente líquido, tiñéndolo de un brillante y espeluznante color carmesí. La llamada “muerte dulce” seguía su curso, pero él veía esa dulzura torpedeada por la imagen que había visto a cada minuto, despierto o en sueños, desde la sesión de ouija.

Y así fue como murió, con los ojos fijos en el hombre ahorcado que flotaba en la habitación, que seguía con su perversa sonrisa intacta.

9 de abril de 2016

Windor llega a Trascania

Nota introductoria: Aunque este texto puede leerse de manera independiente, la anterior aparición de Windor, en la que cuento sus primeros pasos laborales tras acabar la universidad mágica, tuvo lugar en el microrrelato "Los primeros trabajos de Windor el mago" (para leerlo, clickad en el título). 

Este texto que podéis leer a continuación, retoma la historia de Windor desde que se embarca hacia Trascania, donde hay una oferta de trabajo para ser consejero de un rey...

Windor llega a Trascania

Windor nunca había viajado en barco. Es más, no tenía ni idea de que algunas personas tienden a marearse durante un viaje. De haberlo sabido, le habría comprado algunas pastillas a un vendedor ambulante que daba vueltas por el muelle, asegurando que su mercancía era útil para evitar los mareos. Teniendo en cuenta que el viaje hacia Trascania iba a durar 2 días, era tiempo más que de sobra para que Windor pudiera vomitar, cosa que había hecho a los 10 minutos de iniciarse la travesía.

Para cuando el barco llevaba recorrida una cuarta parte del trayecto, la salud del mago tenía tan buen aspecto como la de un tipo con la peor resaca de su vida. Y según los rumores en el mundo mágico, esas resacas inolvidables estaban aseguradas tras pasar una noche en la “Taberna Resacosa”. Era curioso que con semejante nombre y su reputación de asegurar un horrible despertar, no faltara nunca clientela. Sin embargo, el viaje en barco también deparó una nueva oportunidad para que Windor hiciera magia. 

Hay que insistir en una idea, y es que Windor no hizo el hechizo que tenía en su mente, pero sí uno que resultó de utilidad…al menos durante los primeros minutos. Todo había tenido lugar cuando, durante la mitad del viaje, el barco navegaba sobre las aguas del mar Oscuro. Entonces surgió de las profundidades un enorme pulpo, y empezó a atacar la proa del barco. Todos los marineros fueron a por sus arpones, para intentar espantar a la criatura. El capitán, tras recordar que había un mago entre el pasaje, había bajado corriendo a la bodega, encontrando a Windor acurrucado en un rincón. Le había expuesto con rapidez la situación, instando al mago a que hiciera algún truco para espantar a la criatura.

Windor, que jamás se echaba atrás ante una situación difícil, subió junto al capitán a la cubierta, colocándose frente al pulpo, que empezaba a ascender peligrosamente, inclinando el barco bajo su peso. Tras sacar la varita, Windor pensó en utilizar el hechizo de hipnosis, para controlar los pensamientos de la criatura y obligarla a regresar al interior del mar.

Pero no logró realizar tal hechizo, sino que de la punta de la varita surgieron unas llamas gigantescas, simulando la figura de un dragón. Todo el mundo a bordo observaba ese dragón de fuego, que asustó inmediatamente al pulpo, el cual regresó al lugar del que había venido. Pero claro, Windor no había hecho jamás ese tipo de magia, y no sabía cómo controlarla. Eso originó que el fuego empezara a quemar la vela del barco, amenazando con extenderse por cualquier parte. Y siendo de madera todo lo que había alrededor, la cosa no estaba para permitir que esa barbacoa durase mucho tiempo.

Para cuando Windor logró hacer desaparecer al dragón, medio barco estaba quemado. Eso tuvo tres consecuencias. La primera fue que el viaje duró el doble. La segunda tuvo como premio para Windor una nueva y generosa ración de mareos. Y en tercer lugar, el capitán del barco maldijo su suerte por haber rechazado aquel seguro por daños náuticos que un gnomo le ofreció unos días atrás. Por suerte para todo el mundo que viajaba a bordo, no hubo más incidentes el resto del tiempo, y tras 3 días, lograron llegar al puerto de Trascania.

Windor se sintió mejor cuando bajó del barco. Tras asegurarse de que dejaran su baúl en la posada más cercana al castillo, recorrió el puerto de un lado a otro, sin creerse todavía que hubiera llegado de una pieza allí. Una vez que se adentró en el interior de Trascania, comenzó a preguntarles a algunos de sus habitantes diferentes cosas sobre el reino. Se enteró de que la extensión territorial del mismo no era mucho mayor que la del reino en el que había nacido. Eso era útil de cara a la labor de consejero, porque las decisiones en un reino pequeño no traerían tantas complicaciones como en uno más extenso. Al menos así lo pensaba Windor.

A medida que se iba acercando al castillo, se sentía nervioso. Él sabía que las condiciones laborales para el puesto eran tan apetecibles como un baño en aceite hirviendo, pero alguna ventaja tendría lograr el cargo de consejero del rey. Al menos le darían comida y alojamiento, y de paso seguiría engrosando su currículum en función del tiempo que lograra mantenerse activo si se hacía con el trabajo. Absorto en sus pensamientos, casi pasa de largo por la última posada situada antes del castillo.

El nombre de la misma era “Posada del inepto”, y bajo el cartel había unas líneas que decían lo siguiente: Bienvenido a la posada del inepto, la más cercana al castillo. Un tipo inteligente volvería por donde ha venido, pero si estás leyendo esto y te decides a entrar, eres el tipo de persona que justifica nuestro nombre. Y como Windor pensaba hospedarse allí hasta saber si conseguía o no el puesto de consejero, decidió entrar, cuestionándose si era inteligente.

Una vez en el interior, le pagó al dueño por una de las habitaciones, y le avisó de que traerían su baúl desde los muelles. Como Windor estaba hambriento, se sentó en una de las mesas del comedor, y pidió la especialidad de la casa, que consistía en una fuente llena de patatas, maíz, chorizo y huevos con su cáscara. Lo cierto es que el plato le habría encantado a Windor, de no ser por el polluelo que salió de uno de los huevos. Al terminar de comer, la cara del mago estaba tan llena de picotazos que se sentía como un queso gruyere. De haber tenido barba, habría marcado tendencia. Tras reponer fuerzas con la comida, se marchó de la taberna rumbo al castillo.

Cuando llegó a los alrededores, se encontró con una docena de magos haciendo cola ante la puerta. Teniendo en cuenta que tampoco tenían barba, debían de ser magos recién licenciados como él. Para su sorpresa, también había allí varios vendedores apostados en tenderetes. Uno de ellos ofrecía a buen precio una extraordinaria variedad de cascos hechos con caparazones de tortuga. Otro mostraba orgulloso una gran colección de barbas postizas, argumentando que un mago sin barba era tan útil como un pirómano apagando incendios. El último vendedor ofrecía…bueno, mejor dicho, tomaba medidas…para preparar ataúdes.

Windor se colocó en la fila, y sintió una punzada de pánico cuando del interior del castillo apareció un mozo llevando a un mago sobre una carretilla. Lo preocupante era el enorme vendaje lleno de sangre que llevaba el mago en su cabeza, que maldecía su suerte por haber acudido allí. El remate vino cuando el vendedor de ataúdes se acercó para tomarle medidas al mago de la carretilla, por si acaso estiraba la pata.

Esa imagen tuvo un peculiar efecto en los demás magos de la fila; algunos se acercaron corriendo al tenderete de los cascos, y otros optaron por irse. Windor, observando detenidamente algo que los demás no habían visto, se dirigió hacia el vendedor de las barbas postizas. La razón era sencilla: el mago de la carretilla tampoco tenía barba. Quizás con ella las posibilidades de éxito fueran mayores.

Tras pagar por el producto y ponérselo siguiendo las instrucciones del vendedor, Windor regresó a la cola, donde sólo quedaban los magos que habían escogido comprarse el casco de tortuga. Ya sólo quedaba esperar su turno.


Continuará...



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1 de abril de 2016

Un encuentro casual IX

Gabriel tuvo la suerte de que, cuando llamó por teléfono a Natalia para contarle que no tenía nada decente que ponerse el fin de semana, ella le invitó a acompañarla en una tarde de compras. Es por eso que, efectivamente, Gabriel tuvo su tarde a lo “pretty man”, logrando como resultado final un bonito conjunto de pantalones, camisa y americana que Natalia le ayudó a escoger. Incluso volvió con un par de zapatos nuevos a casa. Y lo había pagado todo Gabriel a pesar de la insistencia de Natalia en hacerlo ella. Haber cedido ante aquel amable e insistente ofrecimiento, habría sido avanzar un paso en dirección a ser un mantenido, y no era ése el objetivo. Su conciencia no le habría dejado tranquilo.

Los días fueron pasando, y llegó el señalado para poner a prueba la relación de Gabriel y Natalia. La entrega del premio literario tendría lugar en el Palacio de Congresos de la ciudad, y el acto posterior de celebración, iba a celebrarse en un hotel ubicado en una zona no muy alejada. Gabriel había acordado con Natalia que estaría en su piso un par de horas antes de la entrega, para poder llegar con tiempo y coger asientos en las primeras filas. Ella le había advertido que era posible que Cristóbal se sintiera más arropado si a la hora de dar su discurso de agradecimiento, la veía sentada cerca de él, y Gabriel estuvo de acuerdo con ese razonamiento, por lo que puso todo de su parte al respecto.

Uno de los mejores momentos del día, sin necesidad de que transcurrieran más cosas, fue aquel en el que Gabriel llamó a la puerta de Natalia y se maravilló por lo preciosa que estaba otro día más. Ella había escogido un ajustado vestido de color negro, complementado con un bolso y tacones a juego. Pese al tono serio que suele desprender ese color, Natalia le insuflaba vida, luminosidad y calidez. Al haberle acompañado a comprar la ropa que él llevaba puesta, el efecto sorpresa se lo había quedado en exclusividad ella, que tenía un gusto exquisito para el vestir, sin contar con la belleza natural que ella aportaba. Una vez que Gabriel dejó de mirarla extasiado, se dieron uno de sus pasionales y efusivos besos, y salieron del edificio rumbo al Palacio de Congresos. Hacía un día nublado, y Gabriel pensó que podría terminar lloviendo.

Cuando ellos llegaron, ya había pequeños grupos de personas dialogando en la entrada. Gabriel pensaba que iba a ser la primera prueba de fuego si Natalia se acercaba a saludar y empezaban a hablar, dando paso a su presentación. Pero no fue así, Natalia no reconoció a nadie en aquellos grupos y así se lo hizo saber. Así que accedieron al interior del edificio. Aunque había varios auditorios, la entrega del premio iba a celebrarse en aquel al que primero se accedía desde la entrada. La puerta ya estaba abierta y había una azafata cerca de ella. Los dos se acercaron y Natalia le mostró a la azafata las dos invitaciones, tras lo cual esta última les dijo que ya podían acceder al interior, cosa que hicieron acto seguido. Gabriel miró el reloj y comprobó que aún faltaba una hora para que todo empezara. Aunque ya había algunas personas tomando asiento, él y Natalia no tuvieron ningún problema en sentarse en la primera fila, como ella quería.

A veces es curioso como un determinado tiempo puede avanzar fugazmente o bien a paso de tortuga, en función de lo que se esté haciendo, o del estado emocional que se atreviese. Gabriel se encontraba sentado y con un inesperado y creciente estado de nervios, pero Natalia había reconocido a algunas personas a medida que la sala se fue llenando, y conversaba con ellas. En concreto era un pequeño grupo de tres mujeres y un hombre. Ahí fue cuando cierta sensación de surrealismo se apoderó de él, y ésta se vio acentuada cuando Natalia le hizo una señal para que se acercara. Había llegado el momento de empezar a conocer a la gente de su círculo, y Gabriel se acercó a Natalia. Cuando estuvo a su lado, ella le puso una mano sobre el hombro, y rompió el hielo:

- Os presento a Gabriel, un amigo muy especial que me tiene embrujada. Gabriel- en ese momento le dirigió una sonrisa-, te presento al equipo de trabajo de otra editorial de la ciudad. Ellas son Olga, Esther, y Claudia- y las había ido señalando a medida que Gabriel se acercaba a ellas dando los besos protocolarios-. Y éste hombre tan callado es Eduardo- Gabriel y él se estrecharon las manos-.
- Un placer conoceros a todos- Gabriel decidió descifrar los mensajes ocultos que podían verse en las miradas de esas cuatro personas, y para su sorpresa sólo descubrió simpatía en todas ellas-. El mundo editorial está un poco alejado de mi campo profesional, pero me agrada conocer a las amistades de Natalia- y notó que ella le cogía la mano ante la mirada del grupo-. Eso sí, si tenéis dudas médicas, ahí os podré ser de más utilidad.

Eso provocó una pequeña carcajada general, y Gabriel y Natalia se despidieron del grupo para volver a sus asientos, pues ya iba quedando menos para que empezara la entrega del premio, y sobre el escenario del auditorio empezaba a haber una notoria actividad. Tras tomar asiento, Natalia le susurró al oído que había estado muy bien, y que no había empezado mal su presentación juntos en sociedad. Incluso había notado que alguna de sus amigas les dedicaba una mirada de sana envidia. Gabriel notó cierta calma en ese estado de nervios que se manifestaba en su interior. Por si acaso, pensaba seguir alerta, pero ahora se sentía algo mejor. Como le había dicho Natalia, no había ido tan mal. Continuó entrando gente en el auditorio, y al tiempo que empezaba la ceremonia de inicio, el aforo estaba próximo a completarse.

El acto en sí no fue muy extenso. Lo primero que aconteció fue una presentación del premio que se iba a conceder, realizada a cargo de una simpática mujer, y a ello le siguió la inevitable aparición del galardonado, que se sonrojó notablemente ante la atronadora ovación de los presentes.  La mujer que había estado hablando antes, y que era una de las organizadoras del premio, le cedió así la palabra a Cristóbal, que procedió a dar las gracias y realizar un pequeño discurso, donde habló de la novela por la que había sido premiado. Y sí, tal como había previsto Natalia, cuando él la encontró con la mirada, pareció sentirse algo más relajado. No era para menos, hablar en público ponía a prueba a cualquier persona, y notar el apoyo de gente conocida siempre era una ayuda valiosa para sobrellevar cualquier posible pánico escénico. Una nueva ovación complementó el momento en el que una azafata le entregó a Cristóbal un enorme trofeo, un sobre y un ramo de flores.

Una vez que el acto concluyó, y cuando el público empezó a salir del auditorio, Cristóbal bajó del escenario y le dio un abrazo a Natalia, agradeciéndole la asistencia. Gabriel sintió una nueva punzada de nerviosismo, porque pensó que en breve ella le llamaría para presentarle nuevamente. Así fue, aunque todo marchó sobre ruedas. De hecho Cristóbal, que era un hombre muy agradable, pareció disfrutar de la magia que irradiaban Gabriel y Natalia cogidos de la mano. Les dijo que esperaba verlos nuevamente en el hotel para continuar la velada, y ambos le dijeron que así sería. Entonces Cristóbal fue a saludar a otras personas, y Natalia le dijo a Gabriel que salieran al exterior para ir caminando hasta el hotel.

En comparación con la cantidad de presentaciones que tuvieron lugar en el hotel, lo del auditorio había parecido un aperitivo. Natalia había reconocido a mucha gente del gremio, pero también a algunas amistades personales que a su vez eran comunes con Cristóbal. Es por eso que Gabriel se sentía perdido constantemente, pero también iba detectando una mayor gama de reacciones cuando Natalia le presentaba a tal o cual persona, y se mostraba afectuosa con él. Algunas miradas que les dedicaron parecían ser de incomprensión, y otras de desaprobación. Quizás Gabriel estaba prestando más atención a eso que Natalia, que en cuanto le presentaba ante otras personas se mostraba cariñosa y sonriente. Sin embargo, él empezaba a sentirse algo inquieto, como si temiera que aquello diera pie al tipo de situación incómoda que él no deseaba para ella.

Intentando disipar esos pensamientos de su mente, o en menor medida enfriarlos, se excusó para salir un rato al exterior del hotel, insistiéndole a Natalia en que se encontraba bien, y que sólo quería tomar algo de aire. También le dijo que siguiera hablando con la gente. Ella no pareció muy convencida, en gran parte porque tenía la sensación de que algo pasaba, pero resignada y comprensiva, decidió seguir conversando con la gente.

Una vez en el exterior, Gabriel se sentía algo mejor, como si volviera a conectarse con su realidad más cercana, lejos de aquel ambiente. Sólo era cuestión de acostumbrarse un poco a las novedades, pero lo haría despacio, sin necesidad de correr. Por eso decidió quedarse un rato observando el tráfico y el paso de los transeúntes por la calle. Al cabo de algunos minutos, vio entrar en el hotel a un tipo bien vestido pero con aroma a alcohol y cara de pocos amigos, y tuvo un mal presagio. Pensó que podía deberse al hecho de que cada nueva persona que entraba al hotel podía ir donde estaba Natalia, y eso quizás equivalía a conocer nuevas caras y descifrar más miradas. Pero se dio cuenta de su paranoica forma de pensar en aquellos momentos, y decidió que eso tenía que terminar.

Así que, algo más calmado, emprendió el regreso junto a Natalia, y se quedó estupefacto ante lo que vio y oyó cuando se acercaba a ella. El presagio anterior no había sido tan descabellado. El tipo de antes se había acercado a Natalia, le había dicho “hola nena”, y le había plantado un largo beso, dejando a Gabriel tan desconcertado como dolido. De hecho, algunas personas también se habían quedado mirando la escena. Gabriel, de manera impulsiva, y aprovechando que Natalia no le había visto observando la escena, se marchó del hotel, sintiéndose roto por dentro. No era la mejor reacción, seguramente era la peor, porque quizás hablando con Natalia obtuviera una explicación que diera coherencia a aquello, pero todo su ser le lanzaba señales para salir de allí.

En la puerta se encontró a Cristóbal, que salía de un taxi. Se despidió de él, que se mostró sorprendido, y le deseó una buena velada. Poco después, cogió un autobús para ir a casa. Durante todo el trayecto no pudo evitar derramar un torrente de lágrimas mientras miraba a través del cristal, golpeado por unas finas gotas de la lluvia que había empezado a caer...


Continuará...


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