16 de abril de 2020

En brazos del Ave Fénix

Saludos, aunque hace un tiempo de mi última entrada en este blog, os comparto mi último relato hasta la fecha, escrito para un concurso cuya temática era el "Ave Fénix", y que tenía un límite en cuanto a la extensión del texto. Espero que os guste.

En brazos del Ave Fénix

La noche iba a ser muy larga, y Mateo se aseguró de llevar sus pastillas en un bolsillo interior de su chaqueta. Ya le estaban esperando sus amigos frente al portal del edificio, así que tras darse los saludos de rigor, se encaminaron hacia la discoteca del barrio. No tardaron en encontrarse con el grupo de chicas con las que salían habitualmente. Entre ellas estaba Marina, la novia de Mateo.

Una vez que los dos grupos se juntaron y se pusieron a hacer cola para entrar en el recinto, Mateo se situó a la espalda de Marina y la rodeó con los brazos. Le susurró algo al oído y ella esbozó una perversa sonrisa en su rostro. Mateo no pudo verla, pero la intuía y eso le excitaba, como pronto pudo notar ella por el creciente bulto en los pantalones de él. Cuando sus amigos desaparecieron y les llegó el momento de entrar en la discoteca tras ellos, Mateo pagó las entradas de los dos, y accedieron a la sala de baile. De momento estaba tranquila, pero por experiencia propia ambos sabían que no tardaría en llenarse.

Marina se dirigió a la barra para pedir las primeras consumiciones, mientras que Mateo metía una mano en el interior de su chaqueta y cogía dos pastillas. Una vez en su mano, y a pesar de la estridente luz de los neones del techo, pudo distinguir la figura en miniatura tallada en cada pastilla. Aunque estando a oscuras habría sabido cómo era, pues llevaba medio año consumiendo pastillas “Ave Fénix” y conocía de memoria el diseño del ave. Cuando Marina regresó, le dio su copa y ambos se dieron un buen beso. Mateo le pasó una de las pastillas, y ambos se la tragaron con ayuda del alcohol. Muy pronto sintieron los primeros efectos, que daban la sensación de que uno estuviese ardiendo por dentro. No era algo doloroso, pero sí muy vívido. Cuando cesó paulatinamente el efecto, los dos se pusieron a bailar, dejándose llevar por la música.


Un par de horas después, y con bastantes copas encima, la pareja se metió en uno de los baños, dando rienda suelta al calentón que llevaban y que querían desfogar. No era la primera vez que tenían sexo en aquel lugar. No era el más ideal, ni permitía gran movilidad, pero tenía su punto morboso, a pesar de que también era algo sórdido. Cuando terminaron de echar un polvo, Marina propuso algo que Mateo no podía rechazar. Ambos no solo se marcharon del baño sino que, tras despedirse de sus amistades, también lo hicieron de la discoteca.

Al rato llegaron al edificio en el que vivía Mateo con su familia. Accedieron al portal y subieron a la azotea, de la que Mateo tenía llave. Sabiendo que el efecto de las pastillas que habían tomado al principio de la noche todavía era válido, Marina cogió de la mano a Mateo y se acercaron a uno de los bordillos de la azotea. Era hipnótico contemplar el suelo, que estaba a más de 10 pisos de altura. Ocasionalmente se podía ver algún coche atravesando la calle, pero poco más. Las estrellas brillaban y Marina volvía a sentirse excitada, pues la cercanía con lo que quería hacer llevaba un tiempo despertando su lado más salvaje. Mateo era consciente de la lujuria que embargaba a su novia, pues él mismo la sentía en carne propia. Era notoria la erección que tenía, y no dudó en besar con pasión a Marina. Mateo sacó las llaves del edificio del pantalón y las tiró a la calle, fijándose en qué parte caían. Hecho aquello, volvió a besar a su chica.

Algunos minutos después, comprendiendo con una mirada que había llegado el momento, dejaron todas sus pertenencias en una esquina de la azotea, se cogieron de la mano, se subieron al bordillo, y saltaron al vacío. Mientras caían hacia el asfalto, no se soltaron las manos. Marina tuvo todo el tiempo los ojos abiertos, pero Mateo se sintió obligado a cerrarlos un par de metros antes de estrellarse contra el suelo. Lo primero que notó fue la sensación de combustión interna similar a la de la ingesta de la pastilla, pero aumentada en muchos sentidos. No estaba muerto, porque con el “Ave Fénix” en el organismo, el cerebro, la vista y el olfato seguían funcionando hasta el momento final de desconexión antes de la resurrección.

Así que Mateo pudo aspirar el repugnante aroma a barbacoa humana y pelo chamuscado mientras su cuerpo empezaba a arder para ser consumido por completo antes regenerarse de sus cenizas. Algunos minutos después, Marina y él se encontraban sentados en el portal de Mateo, impolutos, como si no hubiera pasado nada antes. Ni siquiera conservaban la borrachera. Con la combustión, Mateo había perdido las pastillas que le quedaban. Fue un fallo no dejarlas junto al resto de sus objetos personales. No sería difícil conseguir más, pero por aquella noche se había acabado la diversión. Por delante quedaban muchas otras noches y maneras de jugar con su mortalidad.

Desde que el “Ave Fénix” había aparecido, el índice de “suicidios” era alto entre los jóvenes, conscientes de que la pastilla les haría volver a la vida. Claro que no siempre era infalible, pues salía alguna partida defectuosa. Pero era el precio de jugar con la vida propia y vivir en brazos del “Ave Fénix”.