21 de diciembre de 2015

Un encuentro casual VI

Ya era domingo por la tarde cuando Gabriel se encontraba en la estación de tren despidiéndose de sus padres. No sabía cuánto tardaría en volver a verlos, pero le consoló pensar que tras aquellos días en familia, podría volver a ver a Natalia. Se prodigó en una ración de besos y abrazos con sus padres antes de que partiera el tren de éstos, y una vez que se quedó sólo, puso rumbo hacia su piso.

Mientras caminaba, se sintió poderosamente atraído por el deseo de llamar a Natalia, pero algo en su interior le frenó: el deseo de no agobiarla. Así que una vez que regresó al piso, y aprovechando que sus compañeros estaban allí jugando al póker, se unió a la partida. No le importó ser desplumado (si es que perder dinero ficticio puede considerarse una tragedia) por sus compañeros, él pronto volvería a disfrutar del mejor premio posible, y tras cenar algo y meterse en la cama, y sin poder contenerse más por aquel día, le mandó un mensaje de buenas noches a Natalia. Ella le llamó algunos minutos después, y conversaron animadamente un poco antes de acostarse, confesando que se echaban de menos. Tras colgar, Gabriel se sintió extraño. Estaba empezando a convertirse en una maravillosa costumbre oír aquella voz antes de dormir, y con ese pensamiento entró en el reino de Morfeo con una sonrisa en los labios.

Natalia tuvo el placer de despertarse y ver un mensaje de voz de Gabriel en el teléfono.  Aunque se le notaba voz de recién despierto, a ella no le importó, le había encantado escucharle para empezar el día, y por eso le grabó otro mensaje de voz para él. Aquel chico la estaba volviendo loca, y ella había dejado tiempo atrás todo pensamiento sobre la idoneidad o no de aquella de relación. Se había dejado arrastrar por el torbellino de la pasión. Fuera como fuese, todo estaba siendo maravilloso con él. Sentía que por fin tenía la comprensión, el cariño y los detalles que le habían faltado con su última pareja seria, y esa idea le hizo darse cuenta de que en muy poco tiempo, Gabriel se había colado descaradamente en su cerebro. Y por qué no admitirlo, estaba aporreando con furia las puertas que daban acceso a su corazón. Era un chico encantador, con algunos detalles por pulir, pero encantador, y ella empezaba a desear que se quedara un largo tiempo en su vida. Sin embargo, no sabía si él deseaba lo mismo, aunque algo en su interior le decía que sí, que era recíproco, y detalles como ese mensaje tan tempranero lo corroboraba. Tras levantarse de la cama, se dio una ducha, desayunó, y se vistió para ir a la oficina. Cada lunes era un día especialmente intenso en la editorial, y ése no iba a ser menos.

Efectivamente, cuando Natalia llegó al despacho, le esperaba sobre su escritorio una montaña de papeles, y eso no era todo, ya que tenía que hacer muchas llamadas organizando presentaciones para algunos libros recién publicados por la editorial. Le habría gustado mandarle algún que otro mensaje a Gabriel durante la mañana, pero había tantas cosas que hacer que no tuvo ocasión. De hecho agradeció que él no le escribiera, porque no habría podido contestarle tranquilamente y se habría sentido mal por ello. 

Un poco antes del mediodía, y cuando empezaba a sentirse agotada, empezó a sonarle el móvil. Ilusionada, miró la pantalla pensando en que fuera Gabriel, aunque no hubo suerte. Aun así, el número que llamaba era de Cristóbal, uno de los escritores de la editorial, y cogió la llamada. Tras algunas frases de cortesía, escuchó con atención la noticia que Cristóbal le transmitía con alegría. Cuando terminó la llamada, se quedó pensativa sobre el motivo. En su interior se suscitó un debate interior que ella tardó un rato en resolver, ya que implicaba un cambio poderoso en su vida si lo hacía. Una vez que se decidió, llamó a Gabriel, y cuando escuchó su voz sintió que sus agotadas energías de la mañana se recuperaban. Eso reforzaba la decisión que había tomado sobre la llamada anterior. Le propuso un tapeo por el centro de la ciudad, y él le dijo que la vería en menos de una hora en el sitio acordado.

Una vez que Natalia y Gabriel se encontraron, la sonrisa en la cara de ambos era visible a kilómetros de distancia, ya que competía en luminosidad con la luz del sol. Se dieron un beso y caminaron cogidos de la mano buscando un bar donde tomar algo. Ella le preguntó sobre cómo le había ido esa mañana y el fin de semana con sus padres, y él le contó de manera resumida los sitios por donde les había llevado. Luego fue él quien le preguntó a ella por el día y el fin de semana, y ella le contó lo que había hecho. Tras escoger un bar, se sentaron en una mesa y pidieron algo de beber y un par de tapas. Aunque Natalia quería contarle a Gabriel el motivo por el que le había citado sin mucha antelación, pensó que era mejor hacerlo al final de la velada, por si el chico reaccionaba de un modo negativo y, o bien le daba una respuesta negativa, o bien se marchaba. No pensaba que se diera esa hipótesis, pero tampoco sabía a ciencia cierta si iban a salir las cosas como a ella le apetecía. Una vez que volvió a centrar su atención en él, le confesó algo:

- La foto que me mandaste el otro día desde la Alhambra es preciosa Gabriel, sobretodo por la propuesta que la acompañaba- y acompañó sus palabras acariciando la mano de él-. Aunque he estado muchas veces allí, la idea de ir contigo me ilusiona mucho.
- Lo cierto es que, a pesar de no vernos en unos días, fuiste una inquilina perpetua en mis pensamientos Natalia- y él tocó con dulzura la mano de ella-. Al ver aquella vista, sentí que me faltaba alguien al lado, y bueno, ese alguien eras tú como te hice saber.
- Y eso me encantó. Es bonito tener constancia de que, aunque alguien esté físicamente lejos de ti, sus pensamientos no lo están tanto.
- Eso mismo creo yo. Ayer…bueno, ayer cuando ya me había despedido de mis padres, tuve deseos de llamarte, pero no quise agobiarte- en este punto él abrió la boca y la cerró, para volver a abrirla después, en una cómica imagen que semejaba a alguien temeroso de revelar o no una información de alto secreto-. No deseo hacer nada que te agobie y te aleje de mí.
- Cariño- y sintió un cosquilleo en su estómago tras la confesión de él-, en ningún momento me he sentido agobiada por ti. Admito que para mi propia sorpresa todo está yendo rápido, pero no me arrepiento de nada. No me arrepiento ni de las noches que hemos compartido, ni de las cosas personales que ya sabes sobre mí, ni de cada momento en el que te he revelado que te extraño.
- No sabes cuánto me alegra saber eso Natalia, temía que mis ganas de compartir tiempo contigo, estando a mi lado o en otro lugar cada uno, me jugaran una mala pasada.
- Por ahora lo único que han hecho tus ganas, es juntarse con las mías para hacer arder Troya.
- Con razón llevo unos días oliendo humo a mi alrededor- y ambos se echaron a reír-.

Volvieron a pedir otra ronda, y mientras Gabriel fue al servicio, Natalia se quedó pensativa. Era curioso, aunque no lo había admitido, a ella también le había invadido esos días la sensación de estar agobiando a Gabriel. Aunque el pensamiento que imperaba en su cabeza a ese respecto, era que ambos estaban actuando de manera espontánea, movidos por el único deseo de disfrutar al máximo de haberse conocido. Y bajo aquella perspectiva, aunque de manera rápida, todo suceso que había vivido con él era positivo y enriquecedor en muchos aspectos. Y ojalá que, cuando ella le dijera lo que quería decirle desde la llamada de Cristóbal, todo continuara fluyendo con naturalidad, creando para ambos más vivencias llenas de magia. Había estado tan absorta en estos pensamientos que le pilló por sorpresa el beso de Gabriel en su mejilla cuando éste regresó.

Natalia se acarició la mejilla un par de segundos sin dejar de sonreírle a Gabriel. Aunque quería demorar el momento clave de la charla, aquella parecía una señal adecuada para el disparo de salida. A fin de cuentas, tampoco iba a decir nada que pudiera considerarse malo, excepto si ella recibía una respuesta negativa. Entonces se sentiría triste. Se respondió mentalmente que no tenía por qué ser así. Todo había ido sobre ruedas, y quizás aquello no fuera una excepción. Sin embargo…el asomo de duda  estaba ahí. Con el ánimo de obtener una respuesta, fue directa al grano:

- Gabriel, hoy te dije de vernos sin mucha antelación porque quería comentarte algo. Mejor dicho, proponerte algo- y cuando él abrió la boca para hablar, ella le hizo un gesto con la mano para esperar-. Esta mañana me llamó Cristóbal, uno de los escritores que trabaja para mi editorial. Me dijo que le habían concedido un importante premio literario en nuestra ciudad, y me invitó a asistir a la entrega, que será el fin de semana. También me dijo…- el momento clave había llegado- que me mandará dos invitaciones. Y quiero que seas mi acompañante y la gente de mi círculo empiece a conocerte- en ese momento cogió las manos de Gabriel y las apretó con dulzura-. Sé que habrá quien nos juzgue por la diferencia de edad, pero me da igual, eres tú quien me llena por dentro desde que te conozco, y quiero dar un paso más contigo. Así que… ¿qué respondes?

Y Gabriel se quedó pensativo unos segundos, digiriendo todo lo que Natalia le acababa de decir. Aunque de un modo extremo, su mente aisló dos caminos: seguir siendo amantes pasajeros, o apostar por ser algo más. Su corazón latía con la velocidad de un caballo de carreras, y sus piernas le temblaban. Seguir o avanzar. Y tras mirar una vez más a Natalia, tomó la decisión. Abrió la boca, y se preparó para dar una respuesta.

Continuará...
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11 de diciembre de 2015

Un constante enemigo

Era mediodía y Matías estaba saliendo del trabajo cuando le sonó el teléfono. Era su hermana Eleonora, y su voz sonaba alegre por primera vez en el último mes:

- Matías, ven en cuanto puedas, papá ha logrado combatir a su enemigo y hoy ha logrado vencerle. Me ha preguntado por ti y quiere que estés con nosotros.
- Voy enseguida para allá. Hasta ahora.

El corazón le latía con fuerza en el pecho. Una victoria, al fin una victoria tras algunos meses derrotado por su cruel enemigo. Había tenido una mañana horrible, pero esa llamada de Eleonora había cambiado por completo su estado de ánimo. En cuanto Matías llegó al aparcamiento y subió a su coche, trató de llegar lo más rápido posible junto a su padre y su hermana. Al llegar al lugar de destino, una residencia de ancianos, se fundió en un abrazo con lo que quedaba de su familia. Ojalá su madre hubiera estado allí para unirse a ellos.

Matías y Eleonora compartieron toda la tarde con su padre, y disfrutaron escuchando todas las historias que él quiso contarles. Parecía como si jamás se cansaran de escuchar su voz y sus vivencias. A fin de cuentas, no todos los días su lucha arrojaba resultados tan favorables ante su constante enemigo: el alzheimer.

Con la llegada de la noche, una de las enfermeras de la residencia les dijo a Matías y Eleonora que el horario de visitas había terminado, y éstos se marcharon con mucho pesar, pero despidiéndose del modo más intenso posible de su padre. Cualquier despedida podía ser la última que una persona con alzheimer recordara, y Matías le dio a su padre el abrazo más fuerte de toda su vida, susurrándole al oído el gran amor que le tenía, y lo agradecido que estaba por haberle convertido en el hombre que era. Y Eleonora hizo lo mismo, aferrándose con fuerza a su padre, y diciéndole que no dejara de luchar para tener más días así. El constante enemigo no merecía salir victorioso con tanta frecuencia, y no había otra opción que luchar cuanto se pudiera, aun sabiendo las escasas opciones de victoria.
Tras salir al aparcamiento de la residencia, Eleonora y Matías hablaron unos minutos antes de despedirse:

- Me alegra mucho que estuvieras aquí Matías.
- La tarde que hemos compartido no me la habría perdido por nada, parecía el de siempre. Durante unas horas sólo tenía ganas de sonreír, ojalá papá tuviera más días lúcidos.
- Lo sé, es demasiado doloroso estar con él en sus días grises, escuchándole hacer preguntas incoherentes o aguantando las lágrimas cuando no nos reconoce.
- Tengo tanto miedo de que acabemos algún día así hermanita…

Y Matías rompió a llorar, y a los pocos minutos Eleonora estaba exactamente igual, sintiéndose débil ante las palabras de su hermano, las cuales no estaban carentes de sentido. La herencia genética podía ser caprichosa, y en mayor o menor medida, el sufrimiento ante la enfermedad de su padre les hacía pensar en el destino que ellos tendrían al llegar a la vejez. La memoria humana era algo sumamente valioso, y era una crueldad infame la posibilidad de verse privados de ese incalculable tesoro a medida que envejecieran. Así que si había un enemigo peor que una enfermedad, ese era el tiempo cuando jugaba a su favor.

Aun así, ambos hermanos se consolaron recordando que la vida sigue y hay que vivirla, disfrutando cada día del mejor modo posible, luchando a diario por vencer todos los obstáculos que aparecen por el camino. 

7 de diciembre de 2015

Un encuentro casual V

La cena que Gabriel preparó era sencilla pero fue bien valorada por Natalia. El menú había consistido en una tortilla de gambas y champiñones, acompañada de un plato con tomate en rodajas y queso cortado en cuadrados. De postre, y tras rebuscar en los muebles de la cocina, Gabriel había encontrado los ingredientes necesarios para preparar un postre casero. Es cierto que en nada podía competir su cena con la que había disfrutado él la noche anterior, pero la perpetua sonrisa de Natalia denotaba su satisfacción con la comida, el detalle y la compañía. Una vez que terminaron con el postre, ambos recogieron la mesa y se sentaron después en el sofá del salón. Entonces él hizo una pregunta que aunque tardía e inoportuna, era necesaria: 

- Natalia, ¿tomas la píldora del día después? Aunque no hemos hablado el tema, anoche fue la primera vez que no actué de un modo responsable, y tengo esa duda.
- Te entiendo, aunque yo también soy una mujer responsable, no cambiaría nada de lo que hicimos anoche. No tomo la píldora- en ese momento ella hizo una pausa antes de seguir, sopesando si abrir otra compuerta de su alma a Gabriel o mantenerla cerrada, para decantarse finalmente por ser sincera-, soy estéril.
- Siento oírte eso, discúlpame si mi pregunta te hizo sentir mal.
- No te preocupes- y le dio un beso a Gabriel-, no tienes la culpa de eso. No es que me incomode hablar del tema, pero tampoco es fácil.
- Lo entiendo, es comprensible. Todo esto es nuevo para mí- y Gabriel apoyó su cabeza sobre el hombro de Natalia-, lo que nos está pasando y el ritmo al que avanzan las cosas, y no sé si actúo del modo correcto o no. Lo único que sé, es que es maravilloso el torbellino de sentimientos y emociones que me haces sentir con tu presencia.
- Lo sé cariño, para mí también es igual. Hasta que llegaste tú a mi vida, no había estado con ningún chico tan joven- en este punto le acarició a Gabriel la frente con ternura-, y tú tienes algo que me vuelve loca y me convierte en adicta a ti.
- No sé qué decir- nadie le había dicho a Gabriel que creara adicción, y eso le había hecho sentir en éxtasis-, es de las cosas más bonitas que alguien me ha dicho, que yo sea adictivo.
- Pues lo eres, y mucho. Sé que a pesar de nuestros progresos, nos queda mucho por conocer el uno del otro. Pero algo me dice que el resto de ti es tan valioso como lo poco que he podido descubrir estos días.
- Te estás mal acostumbrando a dejarme sin palabras Natalia, y eso no me pasa a menudo- y Gabriel se puso de pie-. Vámonos a la cama, estoy ansioso por descubrir si tras otra noche pasional, por la mañana serás más adicta a mí.

Ambos se fueron al dormitorio de Natalia, y volvieron a poner en jaque los muelles de la cama, y también la resistencia de parte del mobiliario a medida que fueron recorriendo la habitación. La noche, en una suerte de día de la marmota, fue igual de intensa que la anterior, a pesar de que se acostaron antes y durmieron un poco más.

A la mañana siguiente, tanto Gabriel como Natalia se despertaron temprano, y empezaron el día dándose una ducha juntos. A pesar de que caía agua caliente de la alcachofa, el vapor que empañaba la mampara de la ducha emanaba de los cuerpos de ambos, que hacían el amor con pasión y alegría. Para Gabriel fue la ducha más larga de su vida, y pensó que sería maravilloso empezar más de un día del mismo modo y con la misma compañía.

Tras la ducha, se vistieron y fueron a la cocina, donde Natalia preparó café. El teléfono de Gabriel empezó a sonar, y éste cogió la llamada. Eran sus padres, anunciándole que llegaban al mediodía para visitarle y pasar unos días en la ciudad. Una vez que colgó, le explicó a Natalia el motivo de la llamada, y le dijo que, muy a su pesar, no podría volver a verla tanto tiempo durante algunos días, ya que también quería estar con sus padres. Ella lo entendió perfectamente, y, a pesar de que también iba a sentirse algo triste por no verle tanto tiempo, sabía que, si su intuición era la correcta, iba a tener tiempo de sobra para disfrutar de su compañía en el futuro. De todos modos, se prometieron comunicarse por teléfono, y sabían a ciencia cierta que iban a hacer buen uso de él.

Una vez que se tomaron el café, salieron a la calle, y antes de despedirse, se dieron un largo y cálido abrazo. Luego cada uno tomó un rumbo opuesto. Gabriel cogió un autobús para ir a su piso, cambiarse de ropa, e ir a la facultad. Y Natalia se fue dando un paseo hasta su oficina, ya que tenía una mañana llena de citas con escritores y otras editoriales. Gabriel tuvo que estar muy atento en cada una de las clases a las que asistió, ya que sus ausencias en los días anteriores no podían despistarle más de la cuenta en su buena dinámica. Así que tomó notas como si no hubiera un mañana, agudizó el oído a cada comentario o explicación de sus profesores, y consiguió ponerse al día antes de ir a esperar a sus padres a la estación de tren.

Cuando ellos llegaron, le dio a cada uno un fuerte abrazo, ya que hacía dos meses que no los veía, y les había echado de menos. Irónicamente, mientras estaba con sus padres, a quien echaba de menos era a Natalia, pero algo en su interior le decía que tendría tiempo de sobra para compartir con ella. Así que, con esa tranquilidad que orquestaba su subconsciente, acompañó a sus padres al hotel donde iban a hospedarse, y poco después compartió con ellos toda la tarde enseñándoles algunas de las cosas más conocidas de Granada, y poniéndoles al día de su vida en la universidad. Para la noche les llevó a tapear a uno de sus bares favoritos, situado cerca de la catedral, y donde había varios objetos decorativos de tipo medieval. Se sintió más que satisfecho cuando sus padres le dijeron que el sitio les había encantado. Luego les acompañó al hotel, y tras despedirse hasta el día siguiente, se dirigió al piso. Aunque estaba cansado y tenía ganas de acostarse nada más entrar en su habitación, cogió el teléfono y, viendo que aún era buena hora para ello, llamó a Natalia. Estuvieron hablando un rato, contándose cómo les había ido el día, y coincidieron en que se habían extrañado bastante, pero también en que pronto volverían a verse. Y tras despedirse, sólo Morfeo les separó de sus pensamientos.

Al día siguiente, y como era sábado, Gabriel estuvo el día entero con sus padres, aprovechando para llevarles de visita a la Alhambra, donde la belleza de la construcción musulmana eclipsó todo pensamiento de la familia que no fuera de elogio al monumento. Era la tercera vez que Gabriel visitaba aquel lugar desde que vivía en Granada, pero eso no había restado ni un ápice de su aprecio por todo lo que allí veía. Era un lugar tan mágico como la ciudad, tan bello que era considerado una de las maravillas del mundo, y una idea empezaba a florecer en la mente del joven mientras disfrutaba de las vistas de la ciudad: pronto volvería a allí en compañía de Natalia. Aprovechando una distracción de sus padres, plasmó su pensamiento en un mensaje que le mandó a ella, acompañándolo de una foto de las vistas que tenía ante sí en ese momento, y ella no tardó en responderle, diciéndole que sería un placer cumplir ese plan. Eso hizo que él sonriera al teléfono, y tras oír a sus padres llamándole a su espalda, volvió a centrar su atención en ellos. 

Continuará...
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2 de diciembre de 2015

El pistolero

Julio estaba en los juzgados, mirando el calendario del teléfono. Tenía que comparecer en juicio por un robo del que se le acusaba y que no había cometido, y estaba nervioso. Acababa de hablar con su abogado de oficio, al cual apodaban “el pistolero” en los juzgados. Julio se había enterado de esa circunstancia un rato antes, cuando al salir su abogado del ascensor, escuchó unos susurros que decían que había llegado el pistolero. Parecía un tipo serio y profesional, aunque con una toga negra encima, cualquiera parecía competente en apariencia. Cuando llamaron a Julio a sala, su abogado le dijo que entrara en primer lugar, esperara, y disfrutara del espectáculo.

A Julio no dejaba de llamarle la atención el apodo que tenía su abogado, y no sabía si reírse o tenerle miedo. En ambos casos pensaba que el tipo podía estar como una regadera, en especial cuando dejaba entrar a su cliente a la sala de juicio sin acompañarle. Una vez dentro de la sala, y cuando la jueza y el fiscal preguntaron por el abogado de Julio, se abrió la puerta. Lo que ocurrió a continuación fue memorable.

El abogado entró con el teléfono móvil en una mano, y tras tocar la pantalla táctil, empezó a sonar la música de “La muerte tenía un precio”. Fue entonces cuando el abogado se transformó en el pistolero, y entró a cámara lenta con la toga echada sobre un hombro. Incluso a falta de un sombrero para dar más realismo a la escena, aquello no importó. Con una mirada de hierro cual fenómeno del cine de Sergio Leone, saludó al estupefacto grupo del estrado, y tras una breve pausa, en la que todos los presentes trataban de digerir lo ocurrido, el juicio comenzó.

Llegada la hora del interrogatorio a todas las partes implicadas, el pistolero hizo tantas preguntas y de una manera tan veloz y precisa, que parecía una pistola humana disparando todas las balas a la diana. Incluso haciendo un esfuerzo imaginativo, se podía ver el humo saliendo de la toga del pistolero. Fue algo asombroso, que hizo a Julio alegrarse de que aquel fuese el abogado que le tocara de oficio.

Tras casi una hora muy intensa, todo salió genial, y a falta de la sentencia en firme, el pistolero le dijo a Julio que podía estar tranquilo, que aquello estaba ganado. El tiempo le dio la razón.  

Con los años, cada vez que Julio veía una película del oeste en la televisión, se acordaba de su abogado, y se preguntaba si seguiría dejando asombradas a todas las personas que se cruzaran en su camino. El recuerdo de aquella entrada al son de la música, como si el tipo fuera a batirse en duelo bajo el sol, duró en la memoria de Julio hasta el último de sus días.