29 de noviembre de 2017

Cuestión de vestimenta

Todo había empezado de un modo inocente, tan inocente que no llegué a pensar que se convirtiera en una adicción. Porque sí, de la forma más inesperada mi vida comenzó a cambiar en algunos aspectos, y empecé a gozar de unos privilegios que me habían estado vedados anteriormente. Y no solamente se trataba de mi vida, sino también la de mi pareja, que se había vuelto tan adicta como yo a estos nuevos cambios.

Hacía casi dos meses, y con motivo de una fiesta de disfraces, mi novia y yo habíamos elegido ir disfrazados de uno de los cuerpos policiales del país. Nos tomamos tan en serio la cosa, que adquirimos los uniformes de uno de los mismos lugares donde dichos cuerpos los encargaban. Y de otras formas más imaginativas, nos hicimos con placas y distintivos falsos bastante reales, casi pareciendo agentes policiales de verdad.

En la fiesta causamos buena sensación, y no faltaban bromas sobre controles de alcoholemia y soplar aquí o allí. Mi novia y yo lo pasamos tan bien que la noche se nos pasó muy rápido, dejando paso a una mañana donde, antes de irnos a casa a dormir, fuimos a una cafetería a desayunar. No habíamos estado antes en aquel lugar, lo elegimos por estar cerca de la casa donde fue la fiesta. Por eso nos sorprendió que, habiendo pedido solamente un par de cafés y unas tostadas, nos pusiesen una ración de churros. Le hicimos saber al camarero sobre ese error, y nos dijo que corría por cuenta de la casa. Al mirarnos mi novia y yo, nos dimos cuenta de que nos había tomado por policías de verdad, y de ahí ese…desayuno extra.

Una vez en casa, y mientras nos quitábamos los uniformes para meternos en la cama a dormir, nos asaltó la duda casi al mismo tiempo… ¿y si salíamos más tarde con la misma ropa e íbamos a otro lugar distinto para comer o cenar? Total, lo peor que podía pasar era que nos trataran como a dos clientes más. Así que con esa idea en mente nos quedamos dormidos. Y sí, por la noche fuimos a otro bar a cenar, o mejor dicho, a tapear, que es una de las ventajas de Granada.

En condiciones normales, con las tres rondas de cervezas que pedimos y su correspondiente tapa ya habríamos cenado. Pero el efecto de nuestros uniformes hizo que nos invitaran a dos rondas más, y que nos pusieran más cantidad de comida que al resto de la clientela. Y así arrancó nuestro periplo hacia la adicción que es llevar esta vestimenta para determinadas situaciones y lugares.

Desde aquella fiesta de disfraces y hasta la fecha, a mi novia y a mí nos han invitado a copas, cervezas, comidas, desayunos y cenas en diferentes bares y restaurantes de la ciudad, sirviéndonos alimentos y bebidas de gran calidad y alto precio para el público normal. Nos hacen descuentos en diferentes tipos de comercios. Nos dan trato preferente a muchas otras personas cuando vamos a algún sitio donde hay que esperar hasta recibir atención de un empleado, y los policías de verdad que se cruzan con nosotros nos saludan como si de verdad fuésemos compañeros de trabajo.

¿Comprendéis por qué es todo esto tan adictivo? La cultura ya implantada del trato de favor que se les hace a ciertas personas normales y corrientes por el hecho de tener un trabajo distinto, es el filón que mi novia y yo estamos explotando, y que seguiremos haciendo hasta que nos cansemos.