Nota introductoria: He de confesar que este texto lo escribí hace casi dos años y con motivo de un concurso de terror. Como ya ha pasado un tiempo desde entonces, me apetecía compartirlo con quienes tengan ganas de leerlo y expresar sus opiniones. No he modificado nada, por lo que para bien o mal, está escrito del modo en que escribía hace tiempo, así que espero que os guste.
Fin de trayecto
El potente rugido del motor al encenderse, le
hizo pensar a Mario que aún quedaban 2 viajes más para finalizar el itinerario
y terminar el turno de noche. Mario conducía un autobús de línea que conectaba
un pueblo de Granada con el centro de la ciudad. Eran las 22 de la noche, hora
de salir desde el pueblo hacia la ciudad, para una vez allí, volver y guardar
el autobús en la cochera de la empresa. Una vez que Mario comprobó la hora,
quitó el freno de mano y puso en marcha el vehículo. La noche estaba siendo
bastante fría y lluviosa; no en vano era pleno invierno, y hacía varios días
que no dejaba de llover y las temperaturas estaban siendo bien bajas, rozando
los 0 grados, e incluso en ocasiones por debajo de esa franja. El trayecto
desde el pueblo hasta la última parada en Granada capital, duraba alrededor de
una hora, y hasta alcanzar los alrededores de la ciudad, transcurría por una
carretera poco iluminada y con algunas partes mal asfaltadas, algo que había
que agradecer a la genial gestión de obras públicas del ayuntamiento municipal.
Mario fijó
bien la vista en la carretera, ya que la lluvia y la poca iluminación de la misma
hacían complicada la tarea de ver pasajeros a los que recoger. Sin duda era una
noche para estar en casa, acompañado de una buena chimenea y oyendo un buen
disco de música, quizá con alguien especial como acompañante. Una pena que para
Mario eso no fuera posible, y no por el hecho de estar trabajando no, pues si
sólo fuera eso ejecutaría tal plan encantado al volver a casa. No era posible
porque para empezar, le había dejado su mujer hacía un par de semanas, alegando
“disparidad de aficiones y ambiciones en la vida” (¿y después de tres años de
pareja y tres de casados se daba cuenta de eso?). También contribuían dos cosas
además de la agudeza mental de su mujer: el hecho de que a la chimenea de su
casa le hacía falta un arreglo que había aplazado indefinidamente, y que su
“ambiciosamente dispar” señora se había marchado de casa cogiendo entre otras
cosas gran parte de su colección de discos de música. Así que, como dice la
popular frase “ajo y agua” se dijo Mario, y centró su atención totalmente en la
carretera, dejando de perder el tiempo en pensamientos agradables pero
inejecutables a corto plazo.
No tardó en
llegar a la primera parada del recorrido, deteniendo el vehículo para recoger a
dos personas que esperaban bajo un paraguas. Abrió la puerta y observó a la
mujer anciana que subía trabajosamente los peldaños, mientras la otra persona,
que debía ser su marido por la edad, plegaba pacientemente sus paraguas. Al
terminar de subir la anciana los peldaños del vehículo, pasó al lado de Mario y
le saludó amablemente, y segundos después hizo lo mismo su acompañante, con la
diferencia de que él pagó el pasaje de ambos, y no gesticuló palabra alguna.
Una vez que Mario le dio los resguardos de haber pagado el viaje y el hombre se
sentó con su mujer, el vehículo reanudó la marcha.
Disparidad de
aficiones y ambiciones en la vida...Mario no quería recordarlo pero su
subconsciente fue travieso y lo torturó un poco. ¿Cómo puede ser que tras seis
años con alguien, te deje por esas razones? La respuesta a la pregunta era tan
simple como que había una tercera persona, o bien su mujer tenía más serrín en
la cabeza del que nunca había imaginado. Pero Mario no tenía más ganas de
pensar en el asunto, así que volvió a dejar la mente en blanco y centrarse en
la carretera.
La siguiente
parada estaba desierta, así que el autobús pasó de largo por la tranquila calle
del pueblo a la que acababa de llegar. Mientras tanto continuaba el golpeteo
incesante de agua sobre los cristales del autobús. Mario tendría pronto sus
vacaciones, justo al finalizar el mes. La perspectiva de disfrutar de un mes en
el principio de su nueva (pero ya vivida antes) etapa de soltería, le levantaba
un poco el ánimo, tan oscuro últimamente como la noche que envolvía al autobús
en sus entrañas. A escasos metros de la tercera parada, avistó a varias
personas refugiadas de la lluvia bajo sus paraguas, y empezó a aminorar la
marcha. Una vez detenido el vehículo, Mario inició la maniobra habitual:
apertura de puertas y cobro a los pasajeros. En esta ocasión subieron un hombre
y dos mujeres, siendo una de ellas la primera en pagar, y sentándose
seguidamente en un espacio de cuatro asientos colocados de frente. La siguiente
persona fue la otra mujer, que pasó de largo a Mario y observó los gestos que
con la mano le hacía la anterior. El hombre que iba con ellas le pagó a Mario,
al tiempo que en voz baja le insistía a la segunda mujer en “no sentarse con su
pesada vecina” según oyó Mario.
Finalmente, y
tras el caso omiso que le hizo la mujer, acabaron sentándose junto a la otra,
que esbozaba una sonrisa de satisfacción y empezaba a charlar animadamente.
Mario cerró la puerta y arrancó de nuevo. Apenas avanzados un par de metros, se
oyeron unos golpes en el lateral del autobús. Mario miró al espejo exterior
derecho y observó a dos chicos corriendo, haciendo señas de que parase. Y
entonces Mario paró la marcha, abrió la puerta y los dos chicos que venían
corriendo y que estaban empapados, le agradecieron parar, le pagaron, y se
reanudó la marcha.
Parecía
mentira, el autobús aún no había salido del pueblo y apenas se veía nada
claramente, gracias a la tétrica iluminación brindada por las escasas y
distanciadas farolas de las calles. Hacia la mitad del pueblo, llegando casi a
la zona donde se ubicaba el ayuntamiento municipal, estaba la 4ª parada del
trayecto. Mario recogió allí a una chica de aspecto gótico y tez demasiado
pálida que ni le miró al pagar el viaje, y a un hombre vestido elegantemente
con un traje negro a rayas y gabardina oscura, de aspecto mucho más colorido
que la chica de hace unos instantes. Qué diferencia de contrastes pensó Mario
mientras el hombre le dedicaba una amplia sonrisa (como la de los anuncios de
pasta dentífrica que salen en la televisión), y se acomodaba en el último
asiento del vehículo.
Mario volvió a
circular y tomó rumbo a la 5ª parada, situada casi al final del pueblo, en los
alrededores de la zona residencial en la que él vivía. El recuerdo de su casa
le dio una cálida sensación de confort, rota inmediatamente cuando pensó que
nadie le recibiría al llegar, ni siquiera un perro o un gato, ya que su mujer
los odiaba. Tampoco le ayudó ver salir humo de las chimeneas de varias casas
colindantes a la suya, dándole una gran sensación de envidia, y no precisamente
de la sana. Pasó de largo al no esperar nadie en la calle por donde había de
parar el vehículo, y enfiló a gran velocidad la última parte del trayecto, que
era toda en línea recta. En la 6ª y última parada, no tardó en divisar a una
persona alzándole el brazo en señal de que parase, y así lo hizo. Observó entre
curioso y crítico al último pasajero, que era un chico de aspecto hippie: pelo
con rastas, ropa holgada y de colores verdosos, y varios parches cosidos en la
chaqueta que llevaba puesta, uno de los cuales decía “Yo también fumo como
Bob Marley ¿y qué?” bastante pintoresco.
El chico tenía
los ojos notablemente enrojecidos, y su expresión facial era una mezcla entre
relajada y a media sonrisa. Éste sí que ha fumado como Bob Marley hoy pensó
Mario, e incluso puede estar viéndolo todo de color verde ahora. El hippie se
tomó su tiempo para sacar su monedero de tela con los vivachos colores de la
bandera de Jamaica. Igualmente se tomó su tiempo para sacar el dinero del
viaje. Mario pudo oír a uno de los pasajeros decir “el hippie éste se cree
que tenemos todo el tiempo del mundo”. Los movimientos a cámara lenta
siguieron, llegando a impacientar a Mario, que pensaba que el colofón a eso
sería que además le faltara dinero al chico. Tal cosa le resultó graciosa
cuando la imaginó en su mente, y empezó a sentirse más animado. Sin embargo eso
no pasó, y una vez abonado el importe del viaje, el hippie continuó con su
parsimonia yendo hasta el final del vehículo, a sentarse cerca del hombre
“sonrisa dentífrica” (el cual esbozó otra sonrisa amplia) y la chica gótica.
Diferencia de contrastes: segunda parte, pensó nuestro irónico chófer, al
divisar al pintoresco trío de pasajeros del final. Volvió a sentir cómo su
ánimo subía unos grados más, y arrancó de nuevo, saliendo de los límites
urbanizados del pueblo, donde ya no había más pasajeros que recoger.
Desde que se
salía del pueblo hasta que se llegaba a Granada capital, el trayecto duraba
unos 45 minutos. Y hasta llegar a carreteras mejor iluminadas, aún quedaban
unos 30 minutos, así que Mario despejó del todo su mente, centró la vista en la
carretera, y prestó toda su atención a esa labor. Mientras él se mostraba única
y exclusivamente centrado en la conducción, las dos mujeres que habían subido
en la misma parada seguían hablando alegremente, mientras el marido de una de
ellas miraba resignado por la ventana. La pareja de ancianos estaba abrazada y
silenciosa. Los jóvenes que casi pierden el autobús estaban jugando con sus
teléfonos. La chica gótica escuchaba música por unos auriculares mientras leía
un libro. El chico hippie parecía sumido en su mundo interior. Y el hombre
“sonrisa dentífrica” hablaba por su teléfono móvil, aunque sin dejar de
sonreír. Cualquier persona que hubiese reparado en esa sonrisa perpetua similar
a la de Jack Nicholson haciendo de “Joker”, habría pensado que a aquella
persona le pasaba algo. Lo que solamente una de las personas ocupantes del
autobús sabía, es que de un momento a otro, iba a ocurrir algo terrible para el
resto.
El autobús
entró en un tramo especialmente oscuro de la carretera, donde no había más
vehículos circulando. La estampa no podía ser más solitaria en una noche tan tormentosa,
donde lo deseable era estar resguardado de ella en casa. Mario seguía
concentrado en mantener firme el rumbo, a pesar del incesante golpeteo de la
lluvia sobre el parabrisas y la poca visibilidad. Sin embargo, una gélida voz
rompió totalmente su concentración, poniéndole el vello de punta. Esa voz resonó
con fuerza en todo el autobús anunciando algo:
- Que comience
el espectáculo.
A la voz le
acompañó un chasquido de dedos, y todas las luces del autobús empezaron a
apagarse. A continuación Mario observó por el retrovisor dos puntos rojos en el
fondo del autobús, y sintió el mayor terror que jamás había experimentado. Empezaron
a oírse gritos en la parte trasera del vehículo, auténticos gritos de dolor.
Mario trató de aferrarse al volante para no salirse de la carretera, pero podía
notar cómo su corazón se desbocaba y latía sin ningún control. Los gritos no
dejaban de sucederse, y la muerte sobrevolaba el interior del autobús. Se
escuchaban multitud de ruidos, sonidos pringosos, y otros similares a cuando
una persona se pone a sorber sin miramientos de una pajita.
Cuando el autobús
sobrepasó una de las pocas farolas de la carretera, Mario tuvo unos segundos
para observar con claridad lo que sucedía a su espalda. Habían bastado esos
segundos para helarle la sangre y destrozar su cordura. Lo que había
observado…eran esos dos puntos rojos…y la figura horripilante a la que
pertenecían esos puntos, que no eran otra cosa que sus ojos. Mario creyó ver
que en la cabeza de aquella figura había un par de cuernos, y no pudo evitar
pensar en películas de terror baratas, de aquellas que trataban de luchas
contra demonios. Sin embargo, lo más espantoso que Mario había observado
durante los segundos que miró al retrovisor, no fue el aspecto de aquella
especie de demonio. Lo más terrorífico de todo, había sido ver lo que estaba
haciendo, que era abrir el pecho de una de las mujeres del autobús, succionando
algo de su interior. Mario supo desde el instante en que lo vio que aquella
imagen le acompañaría el resto de su vida...
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