Saludos, tras una temporada sin publicar relatos en el blog, y con el ánimo de cambiar eso y no dejar de avivar este espacio que tantas cosas buenas me ha aportado, os traigo un nuevo relato que estoy escribiendo. He decidido dividirlo en 3 partes, respetando el esquema de introducción, nudo y desenlace que una historia trágica merece.
Y mi género elegido para la ocasión ha sido el western, que tanto me gusta y donde tanto disfruto contando historias. Espero que la lectura os merezca la pena y os quedéis con ganas de la próxima entrega...
Pacto tácito entre vaqueros
Aunque
le despertó un dolor lacerante en el cuello, lo primero que escuchó Stanley al
despertar, fue el sonido del agua a su alrededor. La luz del sol incidía con
tanta fuerza sobre sus ojos recién abiertos, que se vio obligado a girar la
cabeza hacia un lado para poder recobrar la vista, y ver algo más que una
enorme mancha blanquecina en el horizonte.
Un
par de minutos después, Stanley pudo constatar que el sonido de agua fluyendo se
debía al riachuelo que había a pocos metros de él. No sabía cómo había acabado
allí, tirado sobre una porción de tierra ligeramente enfangada, pero cuando se
tocó la parte posterior del cuello, de la cual procedía el dolor que sentía,
notó un bulto y una sustancia pegajosa. Tras mojar sus dedos con dicha
sustancia y echar un vistazo al color carmesí de la misma, no tuvo ninguna duda
de que era sangre. ¿Cuánto tiempo había transcurrido desde que le hicieran esa
herida? ¿Cómo y por qué se la habían provocado?
Haciendo
un considerable esfuerzo mental, empezó a recordar pequeños fragmentos de lo sucedido
en días anteriores. No tenía ninguna duda de que, subido a lomos de su caballo,
se había dirigido desde Kansas hasta el pueblo de Rittersjäger. Una vez allí,
se internó en el saloon de dicho lugar, donde alquiló una habitación al dueño,
y además conoció a un hombre de color muy simpático. Stanley recordaba que, por
alguna extraña razón, aquel tipo le había caído realmente bien.
Ambos
se habían ganado un buen dinero jugando al póker, sin actuar como un equipo,
pero teniendo una inesperada complicidad que les permitió machacar al resto de
jugadores que fueron desfilando por la mesa. Terminadas las partidas y
borrachos como cubas, Stanley y aquel tipo, que no había llegado a decirle su
nombre, se habían dado un apretón de manos antes de irse en direcciones
opuestas.
El
empuje de los últimos recuerdos de Stanley le sirvió para saber que, tras
haberse despedido, se había encaminado, no sin cierta dificultad por la
borrachera que tenía, rumbo a su habitación, cayendo en su cama como un peso
muerto al poco de cerrar la puerta. Aquellas revelaciones eran esclarecedoras,
pero no explicaban cómo había llegado del saloon a aquel lugar junto al
riachuelo. Debía de haber algo más, y Stanley esperaba poder acordarse tarde o
temprano.
Cuando
se levantó del suelo, se dio cuenta de que no llevaba puesta su cartuchera, y
por consiguiente, no tenía tampoco su revólver. Sintiéndose un tanto indefenso,
se acercó a la corriente de agua para beber un poco y limpiarse la herida. Tras
observar a su alrededor, no vio a ninguna otra persona, tan sólo algunos
pájaros sobrevolando el cielo.
¿Dónde
estaba su caballo? Llevaba tres años cabalgando sobre el mismo animal, y era
insólito que no estuviera cerca. De hecho, cuando Stanley chifló para llamarle,
no obtuvo respuesta. Pasaron algunos minutos más mientras alternaba chiflidos
con voces llamando a su caballo, pero el resultado fue el mismo de antes. ¿Qué
demonios había pasado? ¿Le habían asaltado robándole su medio de transporte?
El
hecho de no ver a su caballo en las cercanías dolía doblemente. En primer lugar
por el cariño que le tenía. Y por otra parte… porque en las alforjas que
llevaba a cuestas se encontraban todo el dinero y la comida que tenía Stanley. Así
que ahí se encontraba él, en mitad de ninguna parte, con sus recuerdos más
agujereados que un colador, y sin arma, alimento ni dinero. Al menos el dolor
del cuello iba remitiendo un poco. Había que mirar lo único positivo de la
situación.
Un
rato después, decidió marcharse de aquel lugar. Vio numerosas huellas de
caballos más allá de la zona fangosa en la cual había despertado, y eso le
despertó la curiosidad. ¿Serían de las personas que le habían golpeado y
robado? No es que el respeto al prójimo constituyese el mantra del salvaje oeste, así
que Stanley dudaba mucho que las huellas fuesen de personas distintas que
hubiesen pasado por allí, mientras él estaba inconsciente. Debían ser de sus
agresores. Y aunque él no era ningún experto siguiendo rastros, decidió ir en
la dirección en la que iba viendo más huellas. No perdía nada por hacerlo.
Transcurrieron
algunas horas de caminata solitaria, sin encontrar a otras personas, y aunque hacía
tiempo que Stanley había dejado de ver el rastro que seguía, el avistamiento de
una pequeña extensión boscosa le levantó un poco el ánimo. Quizás ahí obtuviese
más respuestas, o quizás se encontrase al fin a otro ser humano. Había visto
muchos animales por el camino, pero no era lo que él deseaba. En su situación
actual, la idea de encontrarse con alguien como él le hacía sentir cierta
calidez.
Sin
embargo, aquel sentimiento se esfumó de un plumazo, cuando se adentró entre los
árboles y llegó a un claro en aquel pequeño bosque. En dicho lugar se encontró
un enorme roble, y colgando de él estaba…
- Malditos hijos
de perra, ahora ya sé lo que me pasó.