El arte de seguir decorando en Halloween
Había transcurrido medio año desde que Jonás, el taxidermista, sorprendiera a todos sus vecinos mostrando una auténtica calavera en su decoración de Halloween. Claro está, nadie excepto él sabía la verdad, de ahí que pudiera exhibir aquel vestigio humano en el salón de su casa con total impunidad, provocando el asombro de cada visitante que admiraba lo real que parecía. También ayudóba el que nadie supiera la verdadera profesión de Jonás, que siempre había sido discreto a ese respecto.
A lo largo del tiempo que siguió a la exhibición de su calavera, el vecindario había ido olvidando poco a poco el suceso de que uno de sus vecinos desapareciera el verano pasado sin dejar rastro. Algunas personas daban por hecho que habría empezado una nueva vida a pesar de lo feliz que parecía siempre, y las menos reacias a creer eso consideraban que algo malo había pasado, pero el tiempo transcurrido desde su pérdida no ayudaba a pensar en su regreso. Jonás sabía perfectamente que aquel hombre no volvería, excepto cuando decidiera exhibir su calavera para el siguiente Halloween. Y sería un regreso simbólico y con fines decorativos.
En cualquier caso, cuando faltaban tres meses para la fecha de un nuevo Halloween, Jonás se debatía entre añadir algo nuevo y realista a su colección, o evitar cometer otro asesinato y seguir mostrando lo mismo del año anterior a sus vecinos. ¿Innovación o seguridad? Tampoco tenía por qué matar a otra persona, podía valerse de algún animal que él mismo asesinara y disecara. A fin de cuentas, había perdido la cuenta de la cantidad de piezas de caza que había convertido en otras maestras de la taxidermia desde que se dedicara a ello.
Sin embargo, no tenía nada de nuevo para él disecar otro animal más. Si hubiera guardado algo más del cuerpo de aquel vecino que asesinó… pero no, tras matarle se deshizo rápidamente de todo excepto la cabeza. Así que la pregunta anterior volvía a pulular en el interior de su sádica y perversa mente. Y su decisión final estuvo sustentada por la necesidad de guardar las apariencias un poco más de tiempo, así que optó por comprar nuevos objetos decorativos en cualquier tienda, y dejar para el próximo año la búsqueda de algo que acompañara a la calavera.
Los meses pasaron, y algunas semanas antes de la noche de Halloween, una nueva persona llegó al vecindario. Era una mujer pelirroja que rondaba la treintena, y cuya sonrisa hizo que rápidamente se ganara la simpatía de todo el mundo de la zona, incluido Jonás, que coincidió varias veces con ella en el supermercado del pueblo y charlaron amistosamente. Era tan atractiva como misteriosa a pesar de esa sonrisa que mostraba transparencia y cercanía, y Jonás no podía evitar sentirse atraído por ella, aun sabiendo que él era algunos años mayor. Quizás ese aire de misterio había influido, ya que en sus conversaciones se mencionaban pocos datos de la vida privada de cada uno. Mas había averiguado que se llamaba Eloisa.
La gran noche llegó, las calles del vecindario se llenaron de risas y alegría debido a los grupos de niños que iban de un lugar a otro pidiendo caramelos, y Jonás se sintieron complacido de ver desde su ventana que Eloisa también invitaba a todo el mundo a visitar su casa. Seguramente la había decorado para la ocasión, y eso era un síntoma de su deseo de integrarse en aquel lugar. Jonás no iba a desaprovechar la oportunidad de pasar por allí para curiosear, pero lo haría al final de la noche, una vez que sus vecinos y los niños y niñas dejaran de pasar por su casa para admirar la calavera y otros objetos decorativos.
Aunque el efecto de sorpresa hubo remitido respecto al año anterior, aún había personas que se maravillaban al ver la calavera, y eso hacía que Jonás se sintiera excitado y orgulloso, ya que se había corrido la voz sobre el realismo de aquel objeto, y venían personas de otros vecindarios del pueblo para contemplarla.
El resto de cosas presentes en el salón de su casa y en el porche de entrada no es que fueran malas o poco realistas, pero a ojos de Jonás no valían nada en comparación con aquella calavera. Si incluso su última compra había sido un ataúd de verdad que había decorado con telarañas. Pero no, no era lo mismo.
Ya pensaría tranquilamente qué añadir a la colección para el año siguiente matar, en el que no pensaba optar por la seguridad de no a nadie más como en aquella ocasión. Pero ahora lo importante era seguir saboreando cada expresión de asombro que veía reflejada en las personas que iban a ver la calavera. Y con ese aire de suficiencia cerró su casa cuando dejó de ir la gente, para visitar a Eloisa.
Como era ya de madrugada, le preguntó si todavía se podía pasar al interior, y ella dijo que sí mostrando nuevamente aquella sonrisa tan inocente. Jonás pensó que no vería nada que realmente le despertara interés, pero tras acceder al salón, se sintió tan estupefacto como cada persona que había ido a ver su calavera. No podía ser, no ... era ... posible. Allí, en mitad del salón, y sobre una imitación de un altar de piedra, había… ¡un esqueleto humano!
Jonás no pudo evitar acariciar aquel esqueleto, y con cada roce de sus dedos sintió descargas de adrenalina recorriendo todo su ser. Era real. Tan real como la calavera de su casa. Aquel brillo, el tacto de cada hueso, hasta el olor, todo era como debía ser. Eloisa debió notar la emoción que embargaba a Jonás, porque le puso una mano en el hombro y le susurró al oído una pregunta que hizo que él temblara de placer: ¿Te gusta?
Y Jonás, que no quería responderle allí, le dijo a Eloisa que le siguiera, y fueron a la casa de él. Cuando ella vio la calavera, supo enseguida lo real que era, sintiendo en su interior un inmediato deseo por Jonás, que podía ser… parecía ser… el tipo de persona que ella anhelaba encontrar. Su otra mitad.
Aquella noche, ambos hicieron el amor con locura, primero en el salón de la casa de Jonás, y luego en el de ella. Horas y horas de lujuria y pecado carnal frente a sus creaciones y objetos decorativos. La vida y el deseo frente a la exhibición de la muerte. Y en cada rato de descanso que tenían en su frenesí, se fueron desvelando aspectos de su vida privada.
Él le contó que era taxidermista y había matado a un vecino el año anterior, y ella confesó que era forense y había asesinado a un ladrón que le intentó robar hace unos meses. Las piezas del puzzle se iban ensamblando, y una peculiar y sádica pareja iniciaba su existencia como tal. Lo peor no era la unión de dos mentes oscuras y retorcidas, sino los planes que fueron trazando juntos para sorprender al vecindario en el próximo Halloween.
P.S: Si os ha gustado este relato, aquí tenéis el enlace de su continuación, acontecida en el Halloween siguiente. Se titula "El arte de una decoración conjunta en Halloween".