18 de septiembre de 2021

La amante de los slasher

Aunque yo la vi por primera vez en 1980, "La noche de Halloween" de John Carpenter cambió mi vida para siempre. Lamentaba no haber nacido en los Estados Unidos, o al menos no haber estado allí para verla en 1978, cuando fue estrenada en cines. ¿Qué sensaciones me habría provocado esa película viéndola en una pantalla grande y rodeado de gente? ¿La banda sonora, hecha por el propio director con un sintetizador, me habría causado la misma tensión que a quienes la oyeran con la mejor calidad de sonido de la época en una sala de cine?

En cierto sentido, eso no habría cambiado el curso de las cosas. Al menos eso creo. Porque desde 1980, mi amor por el subgénero cinematográfico "slasher" comenzó de una forma tan brutal que a día de hoy, en pleno 2021, sigo sintiendo un cosquilleo en el estómago con cada nueva película que se estrena en cines o en plataformas de streaming. Mi idilio con el slasher llega al punto de que, sin importarme la calidad de la película o serie, veo cuantas producciones puedo. ¿Qué importa la trama mientras yo pueda ver cómo mueren los personajes? Mi auténtico interés se centra en eso, en ver la manera en la que el asesino se ocupa de sus víctimas, haya o no una verdadera motivación. Pienso que realmente, aunque un espectador o crítico de cine ponga a parir una película por su falta de trama o argumento, lo importante es meterse en el cerebro del asesino. ¿Necesita motivación para hacer lo que hace? ¿Y si, llana y simplemente, mata porque la caza le proporciona placer? En muchas de estas historias, hay escenas sexuales o con cierta carga erótica, por lo que veo natural que el villano también reciba su dosis de placer, aunque sea a base de sangre y gritos. 

Así que sí, Michael Myers cambió mi vida para siempre. Luego, en la medida en que pude, y valiéndome de los videoclubs (a fin de cuentas, durante bastantes décadas eran la manera de ver películas al margen de cines y la televisión), fui disfrutando de cuantos slashers pude. Entonces gente como "Leatherface", Jason Voorhees, Freddy Krueger, Chucky el "Muñeco Diabólico" fueron entrando en mi galería de amores platónicos junto a Myers. En la segunda mitad de la década de los 90, "Scream" apareció en mi vida como un soplo de aire fresco. Tuve otro flechazo con "Ghostface". Era de esos villanos que estéticamente no asustaba nada y parecía un tanto ridículo, pero... ¿y lo bien que se lo pasaba atemorizando a la gente? ¡Era un tipo que disfrutaba de verdad de lo que hacía, aunque le faltara más de un tornillo! Tampoco me olvido del pescador con el garfio de "Sé lo que hicisteis el último verano". Su aspecto asustaba más que el anterior psicópata, así que también se ganó un hueco en mi corazón.

Estaréis pensando a estas alturas... ¿Qué majaderías me está contando esta mujer y a santo de qué? La razón es sencilla. En el mundo de los slasher, hay asesinos que quieren que los atrapen y otros que no. Por eso algunos van dejando pistas, de forma consciente o inconsciente, en sus víctimas, para que alguien lo suficientemente astuto llegue a su nivel y los atrape, o al menos descubra su identidad. Aunque también hay otros villanos que hacen lo que hacen porque les place, sin tener un plan de acción, simplemente se trazan acabar con alguien y por el camino se cepillan a quien se encuentran. La mayoría de esos seres suelen ser inmortales, o al menos eso parece, porque, acaben de la manera en la que acaben en sus enfrentamientos finales con los protagonistas, siempre vuelven. Siempre. 

De todas formas, yo no viviré para siempre. Tampoco hago lo que hago por puro y simple placer. Ni quiero que me atrape nadie o se descubra mi identidad. Es por eso que escribo mis pensamientos y otras cuestiones en este diario personal. En otros apartados del diario constan mis sucesos vitales más importantes, como la cronología de mi obra culmen para inmortalizar mi amor por el slasher y llevarlo a cotas que nadie pueda lograr alcanzar jamás, al menos mientras yo viva. Es así como, si algún día alguien encuentra este diario, podrá averiguar que hace un año asesiné en Cádiz a un banquero, vestida de payaso y llevando una máscara de Halloween. En aquella escena del crimen dejé un cuchillo de cocina clavado en el pecho de aquel desgraciado, y junto a él, en un dvd sin desprecintar, una copia de "La noche de Halloween". Claro que no tenía huellas digitales para que me reconocieran, y, dado que usaba una peluca con el disfraz, tampoco hallarían fibras de mi propio cabello ni ningún otro rastro de mi adn.

Hace seis meses, maté en Madrid a una camarera de un bar de copas porque fue grosera conmigo unos días antes. Para ella fui disfrazada con un mono grasiento como el de Jason Voorhess, y una máscara de hockey. Y mi souvenir, además del correspondiente dvd, fue dejar un machete clavado cerca de su cadáver. Tampoco dejé ningún tipo de rastro para que pudieran seguirme.

Hará unos tres meses, caracterizada como Freddy Krueger, acabé en Valencia con la mísera existencia de un policía local que quiso chulearme con una multa de tráfico. Fue un enorme placer dejar clavado en su cabeza un guante con cuchillas como el que usaba el amigo Freddy. Si él actuaba en sueños en sus películas, yo me ocupé de hacerlo en el mundo de los despiertos. No faltó en la escena del crimen mi habitual dvd.

Y bueno, el mes anterior, y ya instalada en Santander, tuve que asesinar a una taxista que quiso sacarme un dinero extra timándome con el precio de la carrera. En aquella ocasión cedí al precio abusivo, y fingí estar tan encantada que le pedí su teléfono para llamarla cuando necesitara otro taxi. Vestida con un peto vaquero y una peluca roja, la llamé una noche y vino a recogerme. Le di una dirección en las afueras de la ciudad, y, cuando detuvo el vehículo ante un edificio abandonado, saqué del bolso unas tijeras de podar y la decapité. 

Para cuando encontraron a la víctima, y dado que siempre dejaba mis pistas en dvd, en toda la prensa comenzó a correr la noticia de que en distintas partes de España habían encontrado personas fallecidas con cierta relación con el cine slasher. La conexión era obvia, no había que ser una lumbrera para saber que se trataba de la misma persona. Concretamente de mí. No pretendía que me descubrieran, de ahí que me moviera por muchas ciudades, pero me era inevitable compartir mi pasión por el slasher con toda persona que leyera noticias sobre los crímenes. Además, la mayoría de grandes asesinos seriales del cine era hombres. ¿Llegaría alguien a descubrir que la responsable de estas muertes en España era una mujer con 67 años ya jubilada? 

Estaba disfrutando de mi jubilación como había vivido mi vida, amando el slasher, con la diferencia de que mi manera de disfrutar el fin de mi ciclo vital laboral, estaba lleno de sangre, muerte y placer. Mi próximo destino iba a ser Granada, la ciudad de la Alhambra, Sierra Nevada, y el embrujo nazarí. Dice un popular dicho que "Todo es posible en Granada", así que, pensando en qué aspecto tendría para acabar con mi próxima víctima, sentía una inmensa satisfacción interior al pensar que sí, que iba a hacer válido aquel dicho local.

Y ésta soy yo querido diario, una mujer que ha llevado su pasión al máximo, viviendo desde ambas perspectivas un amor platónico que se inició allá por 1980. Durante casi toda mi vida observaba cómo alguien mataba a gente a través de una pantalla. Y desde hace poco, soy yo quien ha tomado un papel más activo manchándome las manos de sangre. Dudo que algún día la policía o alguien lo suficientemente listo me atrape y además descubra este diario. Pero si eso sucede, que conste aquí, en esta anotación, que me gustaría ser apodada "La amante de los slasher". 

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