17 de marzo de 2021

El dibujante

Dice una popular frase que "la letra con sangre entra". En el caso del dibujante de cómic Adelardo Dámaso, conocido artísticamente como "Adema", bien podría haber quedado como su epitafio. Pero eso es algo que nadie sabría jamás, pues a efectos legales, y tras la práctica de la autopsia a su cadáver, constaba que había fallecido como consecuencia de un paro cardíaco, y el forense no albergó ninguna duda al respecto. Tampoco es que él supiera lo que había pasado la noche que Adelardo pasó a mejor vida. La única persona que podría llegar a saber la verdad con el paso del tiempo, era Carmela, la viuda del dibujante. A fin de cuentas, todo comenzó con ella...

Durante una semana, se celebró en una conocida plaza de Granada capital una feria de antigüedades y objetos de segunda mano. No era el típico mercadillo donde la gente de los puestos llevaba cosas que o bien no quería en su casa, o había encontrado en la basura. Quienes vendían allí eran comerciantes con tiendas en distintas provincias del país, o particulares que solían ganarse un buen dinero con la compraventa de objetos antiguos. Carmela era aficionada a comprar cosas en ese tipo de eventos, y, animada por una soleada mañana que prácticamente la invitaba a hacerlo, decidió ir a disfrutar de lo que ofreciera aquella feria. En el poco rato que llevaba allí, ya había adquirido para su colección unos cuantos objetos de cobre, una radio antigua, y un cuadro pintado con acuarelas que sabía que también le gustaría a Adelardo. Pero no satisfecha con eso, Carmela terminó llegando a un puesto donde encontró objetos relacionados con las manualidades. Quería encontrar algo allí que regalarle a su marido.

Sin lugar a dudas, la persona encargada del puesto era tan pintoresca como el mismo. Se trataba de una mujer joven, vestida como si fuera una pitonisa a la antigua usanza, de esas que uno asocia a alguna película donde hay un circo ambulante y un carromato o carpa en cuyo interior espera una mujer gitana para adivinarte el futuro. Pero al margen de eso, Carmela se entretuvo un buen rato admirando la gran cantidad de objetos que había allí expuestos, todos ellos relacionados de alguna manera con el mundo del dibujo, la pintura, o diferentes manualidades. Hubo un momento en el que la vista de Carmela se detuvo ante un estuche de madera que contenía una pluma de caligrafía de aspecto clásico, un frasco de contenido negruzco cuya etiqueta decía "Tinta especial", y algunos accesorios. La pluma era muy bonita, y Carmela pensó que para quien la usara, la sensación sería la de retroceder atrás en el tiempo y sentirse como una persona de otra época. Como Adelardo era un dibujante que seguía trabajando de la forma clásica y ponía manualmente los textos en los bocadillos de cada viñeta, ella supo que aquel set de escritura podría encantarle. 

Tras decirle a la vendedora lo que quería, Carmela abonó el precio del set de escritura y se marchó muy contenta de allí. Algún rato después, y cuando iba de camino a casa, una duda afloró en sus pensamientos... ¿Qué tipo de tinta especial contendría el frasco? Tratándose de algo que venía en una caja con una pluma, saltaba a la vista que sería lo necesario para usar el objeto debidamente. Cuando Carmela llegó a casa, se encontró a su marido en el lugar habitual: la mesa de dibujo. En aquel entonces, él se encontraba terminando de dibujar una ilustración que le habían encargado recientemente. Carmela se asustó un poco al ver lo que había en la página en blanco y negro, pues se trataba de un hombre sosteniendo un crucifijo ante un vampiro que bien podría ser Drácula. Carmela vio que, encima de la mesa de dibujo, su marido había clavado varias fotografías sobre un tablero de corcho, siendo una de ellas la del hombre que le hizo el encargo, que a todas luces había quedado inmortalizado como el tipo del crucifijo por la fidelidad de su rostro. Adelardo estaba dando los últimos toques al vampiro cuando se percató de que su mujer había vuelto. Le dedicó una sonrisa, se levantó de la silla para darle un beso, y le preguntó cómo había ido la caza de objetos.

Cuando Carmela le dio a su marido la caja con el set de escritura, éste sonrió muy satisfecho, manifestando una auténtica y agradable sorpresa. Él tenía muchas plumas, pero era de ese tipo de personas que termina usándolas todas en diferentes momentos de su trabajo. De hecho, y teniendo en cuenta que en su ilustración vampírica debía poner un bocadillo de texto procedente del hombre del crucifijo, pensó que podría ser divertido estrenar el regalo de su mujer. Cuando ella le dejó seguir trabajando, él se puso a dar los últimos retoques al dibujo, ya que los bocadillos de texto y su contenido era algo que solía dejar para el final. Pasaron un par de horas, y tras hacer una pausa para comer, Adelardo volvió a su estudio de trabajo. Cogió un folio normal de papel, y, comprobó si la pluma que le había regalada su mujer tenía tinta. Entraba dentro de lo posible que, tal como sucedió, no escribiera nada. Por esa razón, abrió con cuidado en frasco de "Tinta especial", y, cargó con sumo cuidado el depósito del útil de escritura. Poco después, ya aparecía la tinta escrita en el folio. Y un rato más tarde, trazado con la tinta de la nueva pluma, ya figuraban en la ilustración el bocadillo con el texto que decía el personaje al vampiro.

Aunque al día siguiente Adelardo ya tendría que retomar las páginas del que iba a ser su próximo cómic, del que ya tenía el guion escrito e iba ilustrando poco a poco, se sentía satisfecho del tiempo que había dedicado a aquella ilustración por encargo, y no solamente por la cantidad económica que recibiría, sino por la manera en que había quedado todo. Considerando que era momento de descansar un poco antes de preparar la cena, apagó las luces del estudio y se marchó. Desgraciadamente, no pudo observar cómo la tinta especial de la pluma empezaba a correrse del lugar donde había sido escrita, desplazándose por la ilustración, hasta llegar al vampiro. Una vez que la tinta se expandió sobre el contorno de la misma, fue absorbida, y los ojos del vampiro centellearon. 

Adelardo estaba viendo un rato la tele mientras eso ocurría en el estudio. Y Carmela estaba terminando de arreglarse para salir, ya que una vez a la semana ella y su grupo de amigas quedaban para salir a cenar y ponerse al día de todo. Cuando la mujer se despidió de su marido, éste estuvo un rato más viendo la tele antes de irse a la cocina a prepararse algo de cena. Sin embargo, tras abrir el frigorífico le asaltó una pequeña duda sobre la ilustración y un pequeño detalle que quería repasar, y volvió de nuevo al estudio. Una vez que encendió la luz, se quedó sin respiración al ver que el vampiro... ¡había cambiado de posición!

Pasados los primeros instantes de sorpresa, Adelardo logró avanzar hacia la mesa de trabajo, y comprobó que no estaban el bocadillo de texto ni las palabras del interior, y que el vampiro había quedado inmortalizado mientras le chupaba la sangre al personaje que sostenía el crucifijo. Preso de una incertidumbre que no había experimentado jamás, Adelardo intentó serenarse. Se le ocurrió tocar con las puntas de sus dedos la figura, y fue un grave error. El vampiro, que hasta segundos antes estaba inmóvil sobre el cuello de su víctima, cobró vida y mordió los dedos de Adelardo. Éste, tras sufrir un dolor muy intenso, comenzó a dar pasos hacia atrás, para alejarse de su creación. Pero las cartas ya estaban echadas, y el destino del dibujante estaba a punto de quedar decidido. 

Él no sabía lo que sucedía, pero, a raíz de aquel mordisco del vampiro, la tinta que éste había absorbido previamente corría ya por las venas de su creador. Pronto se mezclaron con su sangre, y lo último que Adelardo pudo sentir, fue un intenso dolor en el pecho cuando la tinta le llegó al corazón, deteniendo para siempre aquel motor de vida, En su rostro quedó inmortalizado para la posteridad una expresión de total desconcierto. El cuerpo del dibujante cayó inerte al suelo, y de las minúsculas heridas de sus dedos, comenzó a brotar la tinta, saliendo así del organismo. 

Algunas horas después, cuando Carmela llegó a casa, dio un enorme grito al encontrar a su marido en el suelo. Tras intentar que él abriera los ojos sin éxito, llamó a una ambulancia, pero cuando ésta llegó, los sanitarios solamente pudieron certificar la muerte de Adelardo. Carmela estaba tan alterada que no llegó a mirar la ilustración de la mesa de dibujo, pero de haberlo hecho, habría observado al vampiro ubicado en su posición originaria, al igual que el bocadillo del texto y su contenido. 

2 comentarios:

  1. Digno de un capítulo de "En los límites de la realidad" o de "Cuentos Asombrosos", un relato muy entretenido y con "tintes" de terror y amor por el arte del cómic.
    Un abrazo, J.C.

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    1. Saludos Edgar, siempre es un grato placer verte burbujeando por aquí. Tarde o temprano estas cosas que tanto tiempo me absorben tenían que colisionar jaja, así que me alegra que no te haya defraudado. ¡Otro abrazo!

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